Merece una reflexión lo de los últimos días -raperos condenados, libros secuestrados, obras de arte retiradas-, lo de los últimos meses -la represión en Cataluña- y lo de los últimos años -las reiteradas detenciones de libertarios e independentistas-.
Voy a partir de la presunción -de la certeza, por mejor decirlo- de que la represión más eficiente no es la que se revela a través de realidades como las reseñadas. Es, antes bien, la que cobra cuerpo, a menudo sibilinamente, en los centros de trabajo, en las escuelas y en las manipulaciones abyectas a las que se entregan los medios de incomunicación. La eficiencia de esa represión corre en paralelo con el hecho de que sus efectos se instalan indeleblemente en nuestras cabezas e impiden que tomemos conciencia de dónde estamos y a quiénes servimos.