Si nadie nos coacciona a la hora de votar, tenemos el gobierno que nos merecemos. Si nos afiliamos voluntariamente a un sindicato, tenemos los sindicatos que nos merecemos. Unos y otros, gobiernos y sindicatos, están ahí porque nosotros lo hemos querido. Son nuestros representantes. Esa es la tragedia que se oculta tras la cada vez más profunda involución social. Un mal que viene de abajo-arriba, sin complejos ni eximentes. Con nuestro aval. Y contribuyendo de paso a fomentar una cultura de sometimiento y resignación que hace innecesario a los poderosos emplear la fuerza para alcanzar sus objetivos.
Esa sería una de las explicaciones posibles de lo que acaba de suceder en la próspera Austria. Donde gracias al apoyo de una parte importante de la población, un reconocido partido xenófobo ha logrado por segunda vez entrar en el gobierno de la nación. Jibarizando eso que llaman democracia y no es sino una tómbola que se activa cada cuatro años.