Empieza sorprender la benevolencia con que el nacionalismo, en todas sus vertientes, ha acogido la irrupción de Podemos en Euskadi. Para ser un partido que ya pisa los talones al PNV y amenaza con desplazar a EH Bildu/Sortu del segundo puesto, no deja de ser extraña esa receptividad que le muestran los supuestos damnificados; como si quienes debieran parecer inquietos se inquietaran muy poco y la “vieja casta” de aquí hubiera descubierto con alivio que los nuevos actores políticos son en realidad “de los suyos”.
Tal vez con pecadillos y apresuramientos de juventud, pero con buenos mimbres para reforzar el cesto nacional. De ahí que los guardianes legítimos de la Casa del Padre se hayan apresurado a ejecutar su danza de los siete velos para seducir a los recién llegados.
Y para irlos educando en lo políticamente correcto. Cada uno en su estilo, claro. Arnaldo Otegi, en el Velódromo de Anoeta, explicando a los novatos de qué va a esto de la España plurinacional, cuando invitaba a la formación morada a seguir la estela de Cataluña y hacerle desde Euskadi, junto a los independentistas, un nuevo roto al Estado español. Iñigo Urkullu, con mayor sobriedad y menos estruendo de zanpantzar, dando su bendición a los emergentes de Iglesias por compartir el derecho a decidir de los vascos















