En 2019 la deuda mundial suponía ya un 322% del PIBde todo el orbe. Desde el año 2000 se ha triplicado, y las perspectivas que se cernían sobre este 2020 en enero también apuntaban hacia la misma dirección. Imaginen ahora cómo aumentará con la llegada del coronavirus.
En España, arrastramos una deuda del 97% del PIB, pero, si lo cotejamos con los porcentajes de deuda de otros países, empezaremos a relativizar : Japón: 235%.Italia: 134%. Singapur: 113%. EEUU: 104%. Francia: 98%. Bélgica: 98%. Canadá: 89%. Brasil: 87%. Reino Unido: 85%. Finlandia: 60%. Alemania: 60%. Países bajos: 48%
Alemania, dicho sea de paso, logró reducir su deuda: en 2012 alcanzó el 80%; los Países Bajos hicieron lo propio a partir del 67% de 2014. En cualquier caso, un porcentaje de deuda que ronda el 50% del PIB no puede considerarse bajo. ¿no hay conexión entre ese descenso de porcentaje y el aumento de los países del sur? En 2008, la deuda española estaba en el 34%; la italiana, en el 106%.
Las condiciones de la deuda privada no ofrecen mejores perspectivas. En los EEUU, por ejemplo, la deuda estudiantil universitaria ha superado ya el billón y medio de euros: hay más dinero por pagar en esa deuda que en el PIB de España, México, Suiza, Australia o Corea del Sur. Como es lógico, con cada hornada de nuevos estudiantes la deuda aumenta día a día, y no se descarta que alcance los dos billones y supere el PIB de la India, Brasil o Italia. Pero tampoco pierdan de vista la deuda contraída en EEUU con tarjetas de crédito: casi medio billón de dólares. En España, la deuda de las familias en enero de 2020 rondaba el 57% del PIB (700.000 millones de euros), una cifra prácticamente idéntica al porcentaje de media europea de endeudamiento familiar del año 2018. A esto súmale el endeudamiento de las empresas, que es en España muy superior al de las familias. ¿por qué se está endeudando todo el mundo?
En los estados de bienestar, la pregunta se responde sola: porque hay que pagar pensiones, sanidad, educación, subsidios y demás servicios públicos esenciales. A este tipo de gastos se inclina más la izquierda, por no traicionar su esencia política (con Zapatero empezó a dispararse la deuda en España, pese a sus recortes), pero tampoco la derecha se atreve a recortar más de lo debido (con Rajoy subió todavía más, pese a sus recortes).
Nos guste o no, el Estado de Bienestar se sostiene hoy día sobre la emisión de deuda. La norma, en los países más desarrollados que afrontan desajustes en sus cuentas (es decir, en todos menos en un puñado), consiste en sufragar la prosperidad a base de endeudamiento. Irlanda, por ejemplo, en un arrebato de buen humor, optó por vender deuda a 100 años vista y les funcionó.
A esto sumémosle el crédito privado: las deudas contraídas por las familias con el propósito de consumir determinados bienes y servicios (como las hipotecas, los seguros de vida, los vehículos y los viajes, amén de otro tipo de compras más cotidianas). ¿Cuánto habríamos dejado de comprar si no hubiéramos podido endeudarnos? ¿Tendríamos casa o coche? ¿Y qué sería de la industria del automóvil si no se pudiera pagar a crédito? ¿Y del mercado inmobiliario? ¿Y del turismo mundial?
Lejos de constituir una peligrosa anomalía, como repite el puritanismo económico liberal , la deuda impide la ruina de los estados, fomenta el desarrollo y sostiene el consumo. Si no aumentase año tras año, la economía mundial se resquebrajaría. Dependemos de ella absolutamente para que nuestro orden social se perpetúe.
Y si concluimos que el problema no está en la Deuda, ni del Estado, ni de empresas o particulares, ¿dónde está pues? Claramente. en la naturaleza y aportación del incremento del gasto que el endeudamiento permite. No es lo mismo comprarme el pantalón número 18, que gastarme lo mismo en un buen pantalón en todos los sentidos. No es lo mismo endeudar la empresa para sostener una pirámide retributiva de su clase directiva sobredimensionada, que hacerlo para avanzar en productividad por capacitación de su plantilla. No es lo mismo subvencionar empresas porque crean empleo masivo pero muy cíclico, que subvencionar empresas que generan avances en la productividad del tejido productivo.
No es que sea necesario, sino que es lógico y exigible a cualquier dirigente social la revisión permanente de la utilidad de las estructuras de gestión pública. Es decir, reducir los gastos superfluos, en particular los dedicados a sostener el sistema por pervivencia más que por utilidad, debiera ser lo natural en cualquier gestión política, sea del color que fuera, pero la clave para el avance social está en que el endeudamiento tenga una orientación de hacer avanzar al conjunto social del Estado, a la ciudadanía.
No vamos a desgranar aquí el cómo debiera ser, porque en ello es donde entran las distintas ideologías sociales. Quienes priman a las clases que entienden tiran del estado, frente a quienes consideramos que el grado de cohesión social, la distancia entre el “arriba” y el “abajo” sociales y del mercado laboral son la clave para el mayor avance del conjunto, etc. Quienes entienden que son las personas, su formación, su motivación no sólo individual sino también social por formar parte de una Sociedad abierta y enriquecedora y quienes entienden que son las Empresas y lo que denominan “emprendedores” quienes generan riqueza y avance social. La aplicación de esa Deuda inevitable tanto pública como privada, es lo que marcará que el endeudamiento sea productivo y genere mayor avance y satisfacción social. Es esto lo que debemos determinar políticamente, desde el libre pensamiento individual, para construir nuestra Sociedad.
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