‘Los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran; mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados’
(Zygmunt Bauman)
Los últimos conflictos surgidos en sectores de la “nueva economía” ya permiten perfilar un primer diagnóstico sobre su impacto en la sociedad española de la modernidad líquida. Hablar de nueva economía no consiste solo en mencionar un ámbito “productivo inmaterial” basado en ese triángulo de las Bermudas que forman el reservorio del conocimiento, el internet y la globalización.
A esos atributos hay que añadir el ámbito de dualización laboral en que se aplica, y también su pugna competitiva con la esfera productiva tradicional que asiste a sus embestidas. Es el caso del conflicto entre el sector del taxi y los servicios de movilidad que firmas de vehículos de alquiler con conductor (VTC), tipo Uber y Cabify; la huelga de los bici-repartidores de Deliweroo; el plante de las limpiadoras de hoteles (“las kellys”) o, más recientemente, el plante de los vigilantes de Eulen en el aeropuerto de El Prat de Barcelona. Todos ellos con puntos coincidentes y aspectos singulares.