“Dije que los Reyes eran los padres y me castigaron sin juguetes,
desde entonces me creo todas las mentiras”
(El Roto)
Lo habitual, o sea lo que se lleva, en las sociedades desarrolladas es vivir gobernados. Que unos manden, los menos, y otros obedezcan, los más. Representantes y representados. Votantes y votados. Electores y elegidos. Minorías versus mayorías. Sin embargo, a veces lo habitual se topa con lo natural y surge una sociedad civil capaz de convivir sin la tutela paternalista del ejecutivo.
Eso es lo que ocurrió durante tres meses en Catalunya y podría suceder también en toda España. De ser así, rompiendo mitos, nos acercaríamos a ese ideal, sin revoluciones ni violencias por medio, con que el gran geógrafo francés Eliseo Reclus definió al anarquismo (no gobierno): “la más alta expresión del orden”.
Se trata de una excepción que justifica la regla. Lo normal establecido es que es que las personas den por formas sociales naturales las que nos encontramos al nacer. Dando por hecho que lo contingente es lo único existente posible. Se trata de lo que algunos autores denominan el “imaginario social”. Una construcción de la realidad que asumimos como propia porque ya estaba allí. Lo que implica un “encadenamiento” con el pasado heredado que se sustancia en la heteronomía del sujeto. Es decir, aceptar que otros decidan por uno mismo, carecer de autonomía propia de por vida.