El drama de las personas que intentan buscar refugio en Europa, huyendo de las guerras, la muerte, el dolor y la miseria, no cesa.
Evitando analizar las circunstancias que han generado estas situaciones en sus países de origen, allí donde igual que nosotras trabajaban, dormían, amaban, criaban a sus hijos, compartían la vida con familiares y amigos.
Evitando entrar a valorar el grado de responsabilidad de los dirigentes de nuestro primer mundo en los acontecimientos que han generado que miles y miles de personas abandonen todo aquello que les hacia tan iguales o parecidos a nosotros, que ha obligado a tantas y tantos arriesgar su vida en inciertas travesías por mar y por tierra, y lo más terrible, arriesgando la de sus hijos y seres queridos, obviando como digo todo esto, constatamos que Europa nuestra Europa, les cierra las puertas sin más miramientos, los echa, los apalea, los insulta, les abandona en su desesperación.
¿Nos imaginamos por un momento estar en su piel? ¿podemos tan solo, intuir el sufrimiento de nuestros congéneres, viendo frustradas sus esperanzas de recuperar una vida más o menos digna? ¿podemos vislumbrar levemente el padecimiento de ver a tus hijos pasando frío, enfermos, sin atención médica, sin comida suficiente, sin futuro posible, e incluso tener que ver cómo perecen ante la inacción de los países que supuestamente enarbolan la bandera de la democracia y de los derechos humanos? ¿Lo vemos!?, ¿o nos hemos vueltos ciegos de principios, de humanidad?