Una ola de fervor humanitario recorre los países de la OTAN. Parece que de manera brusca hemos tomado conciencia del drama de miles de personas que tratan de cruzar el Mediterráneo. Durante décadas, miles de migrantes emprendieron la ruta del mar desde todos sus puntos, personas que huyen de sociedades fragmentadas fruto de conflictos bélicos y económicos, algunos olvidados, cronificados, como ocurre en Africa y Asia, alimentados por las mismas potencias que hoy parecen estar dispuestas a acoger a las víctimas de la guerra y de la pobreza extrema.
Pero nada de esto es nuevo, desde la guerra Afgano-Soviética, EE.UU ha colaborado con diversas organizaciones yihadistas para garantizar su control sobre la región a través de la desestabilización y el conflicto étnico-religioso.
Irak (2004) fue uno de los máximos exponentes de esta encarnizada batalla por controlar oriente, y el resultado de la intervención de la OTAN ha provocado no sólo la absoluta fragmentación social del país, si no una catástrofe humanitaria sin precedentes, pero de jugoso rédito económico para EEUU y sus aliados.