La renuncia silenciosa o cómo una generación ha dejado de creer en ser un esclavo del trabajo

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Fuente: https://smoda.elpais.com/belleza/bienestar/quiet-quitting-o-como-una-generacion-ha-dejado-de-creer-en-la-cultura-del-sobreesfuerzo/

“Tuvisteis el privilegio de crecer en un mundo lleno de esperanza y nosotros no”. Con esta crudeza resume el fenómeno quiet quiting (traducido como renuncia silenciosa) el tiktoker Hunter Kaimi (casi 800.000 seguidores en la red social), un estadounidense de 22 años que explica en un vídeo visto por más de tres millones de personas por qué no está dispuesto a sacrificar ni su tiempo personal ni su salud mental por un trabajo que en lugar de considerarle “un ser humano” le está pagando el mínimo salario posible, con el que ni siquiera puede imaginarse comprando una casa. Él y toda su cualificada generación, cuenta, trabajan pensando si podrán pagar el alquiler del mes que viene, así que no encuentra sentido a la cultura del sobreesfuerzo no remunerado en el trabajo.

Hay quien lo cuenta desde el sentido del humor, pero la amargura que pinta es la misma. Es el caso de Sarai Marie (Florida, 1,5 millones de seguidores en TikTok) y sus vídeos de los ocho millones de reproducciones, en los que ella misma hace la pregunta y da la réplica, simulando una conversación empleada-jefa:

–¿Has ido hablando del quiet quitting por la oficina?

–Sí, ¿sabes en qué consiste? Básicamente en ir al trabajo, cumplir con tus tareas e irte a casa. Deberías probarlo alguna vez.

–Está creando un ambiente poco sano entre los empleados.

–¿Y no crees que decirles a tus empleados que vayan más allá de sus funciones por un salario que apenas les permite vivir es muy poco sano?”

En realidad el primer vídeo viral con este hashtag en la red social lo publicó en julio un usuario llamado Zaid Khan (“Tu trabajo no es tu vida”, decía) y desde entonces la conversación ha trascendido TikTok para llegar a otras redes sociales como Twitter, Instagram o LinkedIn, y medios como The New York Times, The Guardian The Cut. A esta alturas el concepto se ha definido y redefinido varias veces y aunque su significado no parece unánime lo que queda claro es que la antiambición es un fenómeno en ascenso. O como explica Jaime Rubio en está columna de opinión cada vez más gente tiene claro que no va a heredar la empresa para la que trabaja.

Los defensores de la renuncia silenciosa parecen estar de acuerdo en que el principio básico es no trabajar en exceso. El término no implica un cambio de vida definitivo, sino que se trata más bien de un cambio de actitud. Es decir, no consiste en abandonar el trabajo en sí, sino la idea de “ir más allá”. El espíritu de la gran resignación parece haber acabado con la creencia de que uno vale lo que vale su trabajo.

El origen de este término no está del todo claro, pero parece una evolución de un movimiento llamado Tang Ping  o perfil plano, que despegó en China el año pasado en rechazo a la cultura del exceso de trabajo y que fue condenado por el Partido comunista chino y censurado en las redes sociales.

Alejandra Nuñosocióloga experta en crecimiento empresarial, considera que se trata de una respuesta de las generaciones más jóvenes al “más difícil todavía” que están viviendo: la pandemia, la guerra en Ucrania, la crisis energética y la inflación han dejado un mundo alarmantemente más desigual. “Hay un posible cambio de tendencia en el estilo de vida a una economía de la suficiencia, que se asienta sobre un reparto justo de recursos y beneficios. Este sistema se apuntala sobre salarios justos, que es diferente a mínimos, es decir, acordes con los costes de la vida”. Recuerda, también, que “durante décadas hemos vivido bajo la dictadura de la rapidez, de la autoexplotación normalizada. La cultura de la suficiencia, para mí, es un no rotundo al modelo low cost que rompe las cadenas de valor y otro no rotundo a la auto-explotación, a vivir una vida que no pone la vida personal en el centro de nuestro día a día. Esto, quizás, explique por qué Wall Street, por primera vez, tiene problemas de captación del mejor talento recién salido de las universidades americanas: las personas no quieren trabajar de 8 de la mañana a 11 de la noche, quieren vivir y trabajar en coherencia con la vida. La serie Suits de Netflix ya no es factible”.

Adam Grant, psicólogo organizacional en The Wharton School, la escuela de negocios de la Universidad de Pensilvania, lo explicaba así en un tuit: «Renunciar en silencio no es pereza. Hacer lo mínimo es una respuesta común a los trabajos de mierda, los jefes abusivos y los salarios bajos. Cuando no se sienten que se preocupan por ellas, las personas finalmente dejan de preocuparse por los demás. Si deseas que hagan un esfuerzo adicional, comienza por un trabajo significativo, respeto y un salario justo”.

¿Significa esto que asistimos a un posible apagón de ambición? Alejandra Nuño da una vuelta a esta perspectiva: “Yo no creo que el mundo laboral pueda permitirse premiar la mediocridad. No creo que las personas deban permitirse no querer crecer. El crecimiento es parte de nuestro bienestar. De ahí la importancia de adecuar los lugares, espacios y estructuras laborales para poner el capital humano en el centro de los negocios y no al revés”. Y añade: “Creo que las grandes corporaciones pueden crear una red de solidaridad, de empatía, de ayuda honesta, madura y pragmática, con el propósito principal de ayudar a sus propias plantillas a poder vivir mejor”.

Por su parte, otros líderes de opinión también han alzado la voz para defender la cultura de la ambición y no de la renuncia. Arianna Huffington, por ejemplo, ha explicado en la revista Fortune que «renunciar en silencio no se trata solo de renunciar a un trabajo, es un paso hacia renunciar a la vida.” Y asegura que aunque es una respuesta al síndrome del trabajador quemado, no es su solución. Hay quien apunta, también, que el término será nuevo, pero el concepto del que tanto se habla es antiguo: la falta de compromiso del empleado, cansado de frases como “tenemos que hacer un esfuerzo”, esfuerzo que siempre acaba siendo unidireccional.

Gallup, una asesoría internacional que hace encuestas sobre clima organizacional, añadía en Twitter una interesante reflexión al tema: “La mayoría de nosotros hemos oído hablar de quiet quitting, pero ¿qué hay de quiet firing? Este término se refiere a los empleados que no son tenidos en cuenta. Incluye trabajadores que reciben poca promoción y no tienen oportunidades de desarrollo o crecimiento. ¿Has visto despidos silenciosos en acción? #QuietFiring. El hashtag tiene su respuesta, claro: “Se habla mucho de «renunciar en silencio», pero se habla muy poco de «despedir en silencio“, que es cuando no le das un aumento a alguien en cinco años a pesar de que sigue haciendo todo lo que le pides”

En todo caso, parece que las personas que “renuncian silenciosamente” lo que están haciendo es establecer límites saludables entre sus trabajos y sus vidas personales, algo que a priori suena positivo, pero que echa por tierra esa creencia alimentada por generaciones de que uno obtendrá un ascenso demostrando que es el que más duro trabaja, el primero en llegar a la oficina, el que dice sí a todo y el que acepta trabajo por encima de su nivel salarial con la esperanza de obtener un aumento en el futuro. Muchos lugares de trabajo han prosperado sobre esta ilusión.

En su alegato por la renuncia silenciosa, los más jóvenes se preguntan, perplejos, cómo es posible que alguien pretenda que aspiren a poner todo su tiempo y energía en un trabajo mal pagado con el sueño de poder comprar una casa algún día y tener hijos si ni siquiera pueden saber con certeza que dentro de 50 años el mundo será un lugar sostenible para vivir. Sea cual sea la acepción del término que prefiramos elegir, el fenómeno está poniendo sobre la mesa que las nuevas generaciones empiezan a cambiar su escala de valores y deciden priorizar aspectos como la sostenibilidad, la salud mental y una vida con significado a la cultura del sobreesfuerzo.

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