Ni Dios, ni Amo, ni Estado. La vieja consigna anarquista resume perfectamente la sensación de estupor y vergüenza frente a lo que está ocurriendo en Europa con los migrantes y refugiados.
Cuando buscamos las causas últimas de este largo y profundo desastre, nos topamos inevitablemente con la maldita trilogía:
Ni Dios: Estamos viendo en estos días aciagos, imágenes de gentes deambulando entre el barro de los bosques balcánicos, famélicas y deshidratadas, personas que han tenido que abandonar con lo puesto sus casas, sus vidas, sus proyectos… que, llegada la hora de la oración, extienden su alfombrilla y rezan de cara a La Meca. ¿Qué más necesitan sufrir para aceptar que su dios permanece sordo y mudo frente a sus desventuras sencillamente porque no existe? ISIS, Al Qaeda y al fondo, agazapado, el sionismo… La religión sigue llenando la historia de odio y sangre, sigue representando su sempiterno papel de atizadora necesaria de todo tipo de penurias y conflictos.







El desarrollo tecnológico (informatización, procesos automatizados,…) conlleva, en muchos puestos de trabajo, el predominando la actividad mental, asociada a un aumento de la información que se maneja, dando como resultado la carga mental excesiva.

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Se trata, de una sentencia que abre la puerta a otras pacientes que sufren junto a sus familiares esta ‘enfermedad silenciosa’ para luchar por una pensión acorde a su situación y limitaciones.