Hacía apenas siglo y medio que los ordenadores habían aparecido en nuestras vidas, la tecnología desde entonces se había desarrollado exponencialmente, la telemática, robótica y la informática habían hecho posible una máquina capaz por sí misma de realizar todo el trabajo necesario para que toda la humanidad viviera dignamente por medio de la red y de otros aparatos teledirigidos por ella en remoto que incluso eran capaces de arreglar y mantener a otras máquinas igualmente teledirigidas.
Esta magnífica herramienta precisaba de la intervención de una única persona al frente de unos sencillos mandos de control, sobre todo para vigilar que todo funcionaba bien como siempre había sucedido desde su puesta en marcha.
En el sistema capitalista que había conseguido hacerse con el control de todo el mundo, aquello suponía una terrible desgracia: el paro se extendería en breve a toda la población mundial, la única persona trabajadora no podía siquiera dormir porque corría el peligro de perder el único puesto de trabajo existente en el mundo: el de la empresa propietaria de la máquina, única viable a nivel mundial.
Nadie tenía dinero para comprar lo que la máquina producía y todo el mundo pensaba cómo producir cosas que no se necesitaban, o directamente inútiles, cómo levantar zanjas para volver a taparlas con tal de hacer crecer una economía basada en lo innecesario (lo necesario ya lo hacía la máquina mejor y más barato) para poder dar la oportunidad de que empresas innecesarias pudieran tener beneficios y la población tuviera un empleo.
Siempre pasaba lo mismo, lo que se necesitaba para vivir lo producía la Gran Macroempresa y quien intentaba hacerse un hueco no podía competir con una producción sin apenas costes gracias a la esclavitud de las máquinas. Ni había dinero ni recursos pues todo era propiedad de aquél Amo del mundo.
El dueño de la única empresa rentable que viviría como un rey con todo lo que le apetecía. El resto moría de hambre o sobrevivía malamente alimentándose de desperdicios o recurriendo a comer incluso … mejor ni pensarlo. ¿ Era culpable el dueño de la Gran Macroempresa ? Al fin y al cabo, la empresa era suya y las tierras también. Quienes no trabajaban deseaban hacerlo pero no había dónde. Quien quisiera tener fortuna las leyes se lo permitían igual que al Amo. ¿ Dónde radicaba entonces la injusticia evidente de un mundo que producía todo lo necesario para todas las personas y que nadie tuviera lo imprescindible para vivir ?
Aquella máquina no la había construido su dueño, era fruto también del trabajo de las personas en la mina extrayendo material para construir las primeras máquinas, de personas que estudiaron mientras sus padres iban a trabajar para que pudiera hacerlo, personas que transportaban contruian, almacenaban, levantaban los muros de las fábricas con sus manos; una cadena de manos y mentes que acabaron cobrando parte de lo que produjeron porque alguien se quedó con el beneficio ese fruto para siempre. Lo que la máquina producía también era fruto de algún modo de todos esos esfuerzos y por tanto de todas la humanidad.
Un día las personas dejaron de ir a las fábricas inútiles, se plantaron delante de la casa del Amo y se apropiaron de la máquina. Repartieron los productos conforme a lo que cada cual necesitaba y repartieron asimismo el único trabajo necesario para producirlo con lo que a partir de ese momento todo el mundo vivió feliz trabajando a lo sumo un par de veces en su vida y dedicando el resto del tiempo a cuidar a quienes lo necesitaban, cultivar las artes o simplemente a disfrutar de la vida sin excepción.
Fin del cuento y del problema.