Yo tengo un trabajo.

Mi deseo es relatar mi experiencia como trabajadora, un estatus envidiado por muchos dada la situación en la que vivimos hoy en día en la que tener una ocupación es harto difícil.

Tengo trabajo, una nómina, un estatus social de clase media, puedo pagar mi alquiler, mis caprichos, mi comida. Soy independiente. ¿Pero a costa de qué? A costa de verdadera miseria. Este es el relato de cómo una gran parte de la clase trabajadora se ha convertido en un nicho de personas vacías, apáticas por la falta de fuerzas, ganas y tiempo para pensar. Esta es la verdadera razón por la que nos hemos convertido en una sociedad borrega, en resumen: individuos alienados que componen una sociedad corrompida.

Vivo en el centro de mi ciudad, y trabajo en un restaurante cercano. Tengo la magnífica suerte de ir a trabajar caminando. En mi ciudad no hace mucho frío y el restaurante está justo en frente de la catedral, el monumento más importante y visitado de la ciudad. Debería sentirme orgullosa, sin embargo este contexto se transforma en indeseable una vez entras a trabajar.

Mi jornada es de una media de 11 horas diarias. La semana se compone de 2 fases: los días fuertes, es decir festivos y fines de semana, y los días de entre semana, cuando la gente sale menos y hay menos clientela. El problema de los días más tranquilos es que se hace menos caja, por lo tanto mis jefes están de mal humor, nos dedicamos a limpiar y a captar clientes. ¿Qué significa esto? Limpiamos los suelos, las paredes, las máquinas. A la hora de captar clientes tenemos a nuestros jefes con la mirada clavada en la plaza. Cada vez que se acerca un turista, grupo, pareja, etc. debemos acercarnos a hablar con ellos literalmente corriendo y mostrarles la carta y convencerlos para que se sienten. Si no se sientan vienen las preguntas: ¿Qué te ha dicho? ¿Qué le has dicho? ¿Por qué no se ha sentado? ¿Va a volver?

Si en cambio consigues convencerlos comienza la fase de “vender”. Muestras la carta o directamente preguntas si quieren tomar tapas para empezar a bombardear con ofrecimientos. Se trata de meterles todos los platos y bebida y entrantes que puedas. Hay gente que te pide unos minutos, otros que solo te piden una caña con olivas y otros que se dejan llevar. En el caso de que te pidan solo olivas, volverás con la cabeza gacha a tu jefe y te preguntará ¿sólo sabes vender eso? Eres un fracasado. En cambio si consigues venderle el chuletón con guarnición de patatas y salsa más alguna tapa antes eres un crack.

Por consiguiente, siendo 3 camareros, damos lugar a un ambiente de competitividad negativa, generando rivalidad por el puesto del que más vende, el que más clientes capta y el más rápido en tomar comandas. Yo hablo inglés, mi compañero otros tantos idiomas, y mi otro compañero es el típico camarero español de lengua viperina. Somos diferentes, en mi opinión los tres filos del tridente de la maldad o el sacar la mayor tajada al cliente posible.

La siguiente fase es llevar tu comanda al cocinero. Es el encargado, otro tópico español hostelero, tuvo un restaurante y ahora está endeudado hasta las cejas, ve dinero en todo lo que mira y tiene la educación de un cromañón. Le das la comanda y comienzan los gritos, todo le parece mal, y todo acaba en frases de “chúpamela” “a tomar por culo” “te voy a follar”. En fin.

Lo demencial viene con la mayor afluencia de clientes. El mismo proceso arriba explicado pero con el triple de mesas, comandas, nervios y carreras. Sienta clientes, vende todo lo que puedas y lleva la comanda al cocinero histérico. Este proceso además se le añade más horas de trabajo, jornadas de hasta 13 o 14 horas sin parar. Y digo sin parar a descansar o a comer. No hay tiempo, y si dices algo eres un vago. Si podemos parar a comer es el tiempo que tardas en comerte el plato y salir corriendo. Si no hay mucho trabajo hay que soportar las miradas de los jefes mientras comes porque ese plato le está costando dinero. Obviamente las miradas de tus compañeros que están deseando que termines para que puedan comer ellos.

Por último, la educación entre los compañeros brilla por su ausencia, al igual que el respeto por parte de los jefes (una pareja de camareros de los mejores restaurantes de París que vinieron a Murcia hace unos 7 años.) La dinámica es criticar el trabajo de todos a las espaldas o en cambio, criticar el trabajo de todos a voces para que se entere todo el mundo. Los comentarios racistas (jefes franceses, empleados ucranianos y españoles).  Comentarios sexistas por doquier. Yo soy una chica de 28 años y he tenido que aguantar que me digan que trabajo menos, que mi trabajo vale menos, que soy más lenta, que tengo que compensar con la limpieza y que me toquen el culo o me digan continuamente que “la chupe”.

Por último, el objetivo de todo este circo evidentemente es el dinero. Por parte de los empleados es sobrevivir a lo que venga y adaptarse como sea para llegar al día 6 y cobrar. Para los jefes es hostigarnos hasta la locura para sentar clientes, vender y limpiar. Sus enfados se traducen en malas miradas cuando comes, o que te miren mal porque eres un paria que les cuesta dinero.

Entre los empleados hay otra guerra por el dinero: el bote. Hacemos una media de 5-10€ de bote cada día. Siempre hay uno que se queda con el bote de otro, o el jefe que dice que hay un fallo en la caja y lo sustrae, o quien le echa morro y coge un par de euros que le faltan para tabaco. Para colmo, los jefes odian que nos den bote porque es dinero que podrían haber ganado en ventas. También es la única satisfacción que tenemos por nuestro trabajo, a quien le dan propina es buen camarero. La rivalidad por conseguir clientes extranjeros o por llenarse la boca de quien es el que consigue más propinas a veces roza la locura.

Todo esto es mi trabajo. Todo este proceso de explotación y humillación entre jefes y empleados es lo que aguanto para conseguir mi sueldo cada mes. Un nido de maldad, crueldad y malas intenciones. El otro siempre es el enemigo, los clientes unos pesados, los proveedores unos parias, etc. Nada nos parece bien. Todo se convierte en puro odio. El servicio no es más que hipocresía porque tan solo quiero tu dinero. Reproches, críticas destructivas, desvaloraciones, malas miradas, etc.

¿Eso es tener un trabajo digno?

Por fin, cuando llegas a casa y puedes disponer de tu tiempo, tu cabeza y tu cuerpo están tan cansados que solo quieres dormir. No tienes ganas de hablar con tu pareja o tu familia. Solo tienes un día libre a la semana, que lo empleas en gastar dinero, en cosas que no tienes apenas tiempo para apreciar. Solo para decir que te lo has comprado, o para sentirte al menos capaz de conseguir lo que quieres. Porque tienes trabajo, tienes dinero… ¿Pero tienes dignidad? Da igual, es la hora ya: me voy a trabajar.

 

Fuente: http://www.spaniards.es/foros/malas-experiencias/dia-a-dia-de-un-camarero-en-espana-relato

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