Cuando en principios se piensa aparecen en la mente un conjunto de sentencias ordenadas a las que, se supone, las prácticas del tipo que sean deben ajustarse. Principios democráticos, principios legales, principios fundacionales, morales, éticos… Pero es evidente que la palabra principio denota usualmente el comienzo, el inicio de algo. De hecho en bastantes narraciones así se usa, por ejemplo en el evangelio de Juan 1.1. “En un principio era el Verbo…”
Y así comienza este texto porque “al principio”, los sindicatos nacen para evitar la explotación descarnada de las masas obreras y campesinas. Su primera tarea fue “al principio” superar las divisiones que los patronos premeditadamente introducían entre los trabajadores para, conseguir la unidad y con ella conformar una fuerza que venciera los privilegios de clase dominante. El lema: “A igual trabajo, igual salario”, voló como el viento huracanado y en pocos años ningún sindicato, que se preciara como tal, consentía que los patronos impusieran diferencias entre quienes les trabajaban. De esta forma, este sencillo y potente lema, se convirtió en un “principio” de cualquier actividad sindical.
En estos momentos este principio está hecho añicos, ya que los patronos han creado diversas categorías laborales que al fin y al cabo realizan el mismo trabajo, pero no perciben el mismo salario. Un ejemplo el maltrato al que se somete a la interinidad en las administraciones públicas. Trabajan igual que los funcionarios de “carrera” y no se les reconoce igualdad de derechos laborales. Y ello con la inestimable colaboración de los sindicatos que se auto-titulan “mayoritarios” y que llevan décadas sin hacer absolutamente nada para evitarlo.
Urge refrescar algunos principios, como este otro: “Si nadie trabaja por ti que nadie decida por ti”, para que lo que queda aún de sindicalismo se reconozca así mismo. ¿Qué es un sindicato? Cuando las personas trabajadoras se encontraban totalmente desesperadas, a causa de la sobreexplotación a la que estaban sometidas, su única salida consistió en unirse, agruparse, en torno a su tragedia. Y en lugar de seguir el atávico “que se salve quien pueda”, reconocieron que la diáspora que adoptaban tradicionalmente, al aislarlos los hacía muy débiles y que esa debilidad era la causa de todos sus males, permitiendo ser seleccionados para la explotación y el exterminio.
Y la unidad, paraíso nunca perdido por nunca logrado, es deseable por toda inteligencia que se precie. Viene siendo lo habitual que los intereses personales o de grupos de poder, dentro del movimiento obrero, hagan imposible esa unidad indispensable para transformar este mundo de explotación y acumulación inhumana de plusvalías.
Igual no todos las organizaciones que se denominan sindicatos lo son, algunas de ellas se conducen más como empresas “sindicales” que otra cosa. Pero es evidente que en todas ellas hay miles de personas trabajadoras que hacen propios estos sencillos pero potentes principios. Bueno sería que a pesar de la división de las “cúpulas” se produzca la unidad de las “bases”. Tarea que se antoja para largo, aunque si volvemos a los principios igual puede estar al doblar la esquina.
Rafael Fenoy Rico