Que la racionalidad no lo es todo, no ofrece discusión. Incluso en los tiempos actuales, de altísimo y vertiginoso dominio de la técnica (informática, robótica, inteligencia artificial), el lado emocional está extraordinariamente presente en nuestras vidas. Basta acudir a la política del día a día para comprobarlo. Y no solo por las pulsiones y arrebatos casi paranormales con que se perpetran las campañas electorales. Las puyas, sugestiones y apelaciones a lo visceral han sido el condumio habitual del preludio del 4M madrileño. La democracia pasional sigue dando guerra porque en las sociedades avanzadas el mito y el rito forman parte del paisaje y del paisanaje. Aunque a veces los árboles no dejen ver ese bosque.
Seguramente porque el mito en tanto <<relato>> (esa es la primera acepción del término griego <<muthos>>: <<lo que se ha dicho>>), es un agente movilizador. Una expresión del inconsciente, según los estudios clásicos de C.S. Kirk y Hans Blumenberg, que activa significados y representaciones ocultas en el ser pensante y doliente. Pero para que ese sustrato anímico cumpla sus objetivos precisa de un ritual que lo renueve periódicamente. Se trataría de traer al recuerdo el viejo <<relato>> en una especie de re-iniciación para practicantes. Tradición que puede quedar en mero folklore si el nexo sujeto-objeto deviene en simple rutina, sin autenticidad en su reproducción. Un problema que afecta tanto a los usos religiosos como a los paganos.
Eso es lo que se observa en las <<celebraciones>> del 1º de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores. Desde hace mucho tiempo la histórica fecha arrastra un adocenamiento que lo reduce a simple evocación, un significante vaciado de contenido real, aunque no de sentido. La <<Fiesta del Trabajo>> conserva los símbolos, pero su cíclica puesta en escena queda en una exhibición de trabajadores en procesión. Un desfile de liberados y funcionarios sindicales que dista mucho de reconocerse en el espíritu fundante de los Mártires de Chicago. Los anarquistas ejecutados en Estados Unidos tras los trágicos sucesos producidos durante las jornadas por la jornada laboral de ocho horas en 1886. La lucha contra el poder político entendido como bastión de los intereses del capital.
Trasladado al presente, el 1º de Mayo solo cobra cierto brillo cuando se materializa frente a gobiernos conservadores, en el común entendido de que el paradigma asume que la izquierda supone progresismo y la derecha reacción. Bastaba ver el vigor renovado que acompañaba a esas marchas estando el Partido Popular (PP) en el poder. Por el contrario, la decadencia aflora cuando la convocatoria coincide con el PSOE en el Ejecutivo. Entonces hay simulacro pero no reivindicación, y el relato (muthos), carente de virtualidad, chapotea inane. Ha ocurrido este último Día Internacional de los Trabajadores, con la presencia en primera fila de pancarta de siete ministros del Gobierno de coalición de izquierdas, entre ellos la titular de la cartera de Trabajo.
Existe cierta mantica oficial que presenta la secuencia como el colmo de la confraternización entre progresistas, trabajadores, dirigentes sindicales y gobernantes. Pero un análisis contrastado en los hechos revela la indigencia de esta suposición. Cuesta entender cómo se puede ponderar que la clase obrera celebre el 1º de Mayo junto a Yolanda Díaz y sus compañeros de Gabinete en el momento en que el país tiene el doble índice de paro que la media de la Unión Europea (UE); es líder en desempleo entre jóvenes de 18 a 25 años; la patronal bancaria procede a la mayor destrucción de empleo de la historia a través de Expedientes de Regulación de Empleo (ERE); y la medida estrella que esgrime la responsable de Trabajo consiste en generalizar la aplicación del ERTE por <<fuerza mayor>> (Real Decreto-Ley 9/2020 de 17 de marzo). Una norma <<anticrisis>> introducida por el PP en 2012, consistente en la suspensión temporal del contrato de trabajo o de la jornada laboral, contra la que las centrales, PSOE y Podemos cargaron porque a su entender buscaba abaratar el despido y dar poder a las empresas para agravar las condiciones laborales. En ese contexto de ostentación de los ERTE como <<escudo social>> (de cada 4 euros de la ayuda 3 son dinero público), y con la espada de Damocles de los ERE financieros, que propició la reforma laboral de Rodríguez Zapatero, que ahora ni los sindicatos ni la izquierda piden revertir (aunque entonces dio lugar a una Huelga General), tuvieron lugar los fastos de este 1º de Mayo de 2021.
Lo que antaño pudo entenderse como superioridad moral de la izquierda, hoy es algo que necesita demostración más allá de las grandes palabras y la propaganda remunerada. No es la primera vez que el fuego amigo hace de las suyas en las filas progresistas sin que nadie se dé por abrasado. Caso memorable fue el de Valeriano Gómez, antiguo miembro de la Ejecutiva Federal de UGT y ex ministro socialista. Que pasó de encabezar la manifestación de la Huelga General de 29 de septiembre contra la contrarreforma del PSOE (Real Decreto-ley10/2010, de 16 de junio) a precisamente ocupar la cartera de Trabajo en el gobierno de Zapatero apenas un mes después. Un oxímoron que tiene expresión de autor en la misma campaña del 4M, con un manifiesto de apoyo al candidato socialista Ángel Gabilondo donde destaca el ex presidente de la Junta Manuel Chaves, condenado en el caso del multimillonario fraude de los ERE. Chaves, también veterano dirigente de UGT, fue el ministro de Trabajo de Felipe de González que aprobó la legislación dando carta de naturaleza al abaratamiento de los despidos y a los contratos temporales. Medidas que provocaron la Huelga General de 14 de diciembre de 1988, la mayor de todas las habidas, donde hasta la TVE se fue directamente a negro. Ejemplificando por una vez que lo estatal no siempre es un servicio público.