El anarquismo como movimiento organizado

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La participación del anarquismo en el ámbito sindical estuvo presente en las últimas décadas del siglo XIX, especialmente en Francia, a través de la Federación Nacional de Sindicatos y la posterior Confederación General del Trabajo. Sin embargo, las acciones terroristas alejaban a los obreros del anarquismo, al mismo tiempo que producían lo que pretendían combatir: el fortalecimiento de los gobiernos, que se vieron legitimados para dictar leyes de excepción contra el anarquismo. Debía encontrarse una nueva vía de acción que permitiera actuar en el interior del movimiento obrero sin necesidad de aceptar la lucha política y la democracia parlamentaria.

No fue hasta que se impuso la alternativa sindicalista sobre la vía terrorista cuando de un modo decidido se encontró una salida operativa y se abordó uno de los grandes problemas del anarquismo: su organización como movimiento social. Dados los antecedentes, fue en Francia donde se materializó en primer lugar esta evolución; del congreso de la Confederación General del Trabajo (1906) salió la Carta de Amiens, donde se explicitan las bases ideológicas y los criterios organizativos del anarcosindicalismo. A partir de entonces se desarrolló un proceso organizativo que dio origen a la creación de multitud de sindicatos nacionales en toda Europa y América Latina, organizaciones que alcanzaron su máxima coordinación con la creación, en 1922, de la Asociación Internacional de Trabajadores (o Internacional Anarquista), que retomaba el nombre de la primitiva AIT y reivindicaba su espíritu fundador.

El anarcosindicalismo sostenido por la Internacional Anarquista se basaba en tres principios básicos: el apoliticismo (condena de los partidos políticos y la lucha parlamentaria como vía para la transformación social), la acción directa (entendida como la supresión de intermediarios entre patronos y obreros: los conflictos entre capital y trabajo debían ser abordados por sus protagonistas sin mediación de los organismos de conciliación que en ese momento se estaban creando -jurados mixtos, comités paritarios, tribunales laborales, etc.) y el recurso a la huelga general revolucionaria (táctica conceptualizada por Sorel como medio de destrucción de la sociedad clasista).

Aunque la primera organización anarcosindicalista con identidad propia y consecuente fue la francesa, el país donde arraigó con más intensidad el sindicalismo anarquista fue en España, mediante la organización de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Sin embargo, en Italia la dimensión de la Unión Sindicale Italiana fue escasa, de igual modo que en Portugal la Confederación General del Trabajo. Más trascendencia tuvo el anarcosindicalismo en América Latina, donde fue introducido por obreros europeos; en Argentina la Federación Obrera Regional Argentina, fundada en 1905, acabó siendo controlada por los anarquistas, al igual que sucedió en Uruguay con el sindicato homónimo. Siguiendo su ejemplo se fundaron sindicatos anarquistas en Perú (1913), Paraguay (1915), Ecuador (1922) y Bolivia (1927). Otras organizaciones anarquistas, sin llegar a la constitución de federaciones regionales, se desarrollaron en México, Colombia y Puerto Rico. Hasta la primera guerra mundial el sindicalismo anarquista fue una de las principales fuerzas de movilización social e influencia política.

El triunfo de la Revolución Rusa hizo que los sectores proletarios radicales, que en su mayor parte conformaban la base del anarcosindicalismo, fueran abandonándolo al identificarse con el comunismo, promovido por la alternativa revolucionaria materializada en el estado soviético. A partir de ese momento, el sindicalismo anarquista perdió una parte de su fuerza: en el único país que persistió con la trascendencia anterior fue en España, donde se mantuvo como el primer sindicato obrero y, a pesar de la represión sufrida durante la dictadura de Primo de Rivera, tuvo una actuación importante en la II República y la guerra civil española.

Tras la segunda guerra mundial, el anarquismo había perdido en parte la importancia que había tenido en el ámbito obrero en las últimas décadas del siglo XIX y primer tercio del XX. Los grupos obreros anarquistas quedaron reducidos a pequeñas minorías testimoniales; sin embargo, su ideario fue recogido por núcleos intelectuales y universitarios que reactualizaron el pensamiento libertario, poniendo de manifiesto su cualidad de oposición a la sociedad de consumo y las prácticas economicistas operativas, tanto en las sociedades occidentales en desarrollo como en los países del “socialismo real”. El desencanto de sectores radicales con la política de la URSS y la eclosión del movimiento universitario de protesta en los años sesenta permitió un resurgimiento del anarquismo, si bien con más simpatizantes que activistas. Este resurgimiento no sólo recobró el espíritu libertario sino que llegó a sus extremos más dramáticos con la vuelta la acción directa, a cuya teoría inicial se sumó la práctica de la guerrilla urbana: grupos radicales como Baader-Meinhof en Alemania y las Brigadas Rojas en Italia participaron de estos planteamiento

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