La manipulación del lenguaje es herramienta principal de las élites para imponer su hegemonía cultura
Estoy de acuerdo con Miguel Ángel Rus cuando asegura que “para cambiar el mundo, tenemos que recuperar el significado de las palabras”. El lenguaje es un arma para construir la conciencia crítica colectiva para cambiar las cosas. Para bien. Pero el lenguaje también se utiliza para reducir, impedir o destruir esa conciencia crítica. Y, por tanto, retrasar el cambio necesario.
Un nivel elemental de corrupción de las palabras es ocultar o disfrazar la realidad con eufemismos. No llamar a las cosas por su nombre. Una palabra es un significante con un significado. La perversión del lenguaje destruye la correspondencia entre ambos.
La manipulación y corrupción del lenguaje, herramienta principal de las élites para imponer su hegemonía cultural, cambia o distorsiona el significado de las palabras. Y así, la falta de empleo se convierte en “tasa natural de desempleo”; la emigración de jóvenes desesperados por no encontrar empleo en “movilidad exterior”. La recesión es “crecimiento negativo”; el rescate bancario es “línea de crédito favorable”; la rebaja de salarios es “devaluación competitiva interna”; los despidos sistemáticos son “flexibilidad laboral”; las viviendas desahuciadas son “activos adjudicados”; el cierre de empresas es “cese de actividad”; la crisis es “desaceleración del ciclo económico”; el robo de dinero público es “desvío irregular de fondos” y los recortes y violaciones de derechos sociales pasan a ser “reformas estructurales”.