Si en España hubiera un capitalismo de verdad, la mayoría de los grandes empresarios y banqueros andarían pidiendo limosna o en la cárcel. Y si se aplicaran a si mismos lo que exigen a los demás, acabarían vendiendo pañuelos de papel en los semáforos. Ciertamente, la gran empresa española, la CEOE, constituye el cáncer de nuestra economía y acabará matándonos si, como hasta ahora, permitimos y fomentamos su metástasis.

Con su incompetencia y manos sucias han hundido sus propios negocios que, en muchos casos, nos han obligado a “rescatar” (con nuestro dinero, claro) en virtud de sabe Dios que negros pactos con políticos untados hasta las cejas.

Tal vez desde su retiro forzoso en Soto del Real, el anterior presidente de la CEOE podría ilustrarnos con centenares de ejemplos. Así, los grandes empresarios españoles, han visto secarse la ubre de la especulación inmobiliaria, la construcción y las obras públicas. Quieren seguir ganando el mismo dineral. Pero en materia de talento empresarial, innovación y tecnología ni están ni se les espera. De manera que se han lanzado a la rapiña de los servicios públicos y de los derechos de los trabajadores. En pocas palabras: meter la mano en los bolsillos ajenos.

De este modo “trabajan” los grandes “empresarios” (es un decir) españoles. Por ello, en nuestra nación, los grandes empresarios han constituido, en general, una insufrible lacra. La historia está ahí, para quien quiera consultarla. Comparar la gran empresa española con sus homólogos alemanes, franceses o ingleses solo provoca sonrojo y asco. La gran empresa española se autodenomina liberal, pero solo para exigir menos regulación y control en sus actividades.

“Curiosamente”, su liberalismo se volatiliza a la hora de exigir millones de euros en subvenciones, contratos con la Administración y regalos fiscales… ¡qué grandes empresarios los que necesitan del dinero público para sacar adelante sus empresas privadas!

Y la desfachatez no decrece, al contrario: además de lo anterior, constantemente reclaman nuevos obsequios fiscales y la implantación de un mercado laboral lleno de privilegios a favor de los grandes empresarios, pero que no se traduce en creación de empleo ni en mejora económica general. El oprobio del fraude masivo y estructural que perpetran los “empresarios” merece un aparte…

El fraude de los empresarios a las arcas públicas resulta insostenible Según evidencia GESTHA (Asociación de Técnicos del Ministerio de Hacienda) el fraude fiscal en nuestro país se sitúa en torno a los  90.000 millones de euros/año (han vuelto a leer bien, y en esta ocasión lo reproduciré en letra: noventa mil millones de euros al año).

Pues bien, aproximadamente el 75% de ese de fraude, como sigue informando GESTHA, lo perpetran empresas agrupadas en la CEOE. La cifra de robo a las arcas públicas es tan mareante (15.000.000.000.000 de las antiguas pesetas. En letras: quince millones de millones) que su magnitud, al igual que las distancias del universo, solo puede entenderse mediante ejemplos. Veamos…

El presupuesto total del Ministerio de Justicia se aproxima a los 1.500 millones de euros al año. O, dicho de otro modo, la sisa empresarial de las arcas públicas equivale a más de sesenta veces el presupuesto de dicho Ministerio.

En otras palabras, quienes arremeten contra “el inasumible gasto de funcionarios”, “los privilegios de los trabajadores fijos” y demás salmodias del catecismo neocon, son responsables, por activa o pasiva, de un agujero negro fiscal que nos obliga a emitir deuda pública para financiar los servicios públicos. Algo que no sería necesario si esos mismos sujetos cumplieran con sus obligaciones tributarias.

En los próximos meses y años, las llamadas autoridades intentarán convencer a los ciudadanos sobre los maravillosos efectos del trabajo en precario y sin derechos, nos marearán con la “reducción en la cifra del paro” omitiendo, por supuesto, los inmigrantes que retornan o los españoles que se marchan. Cualquier cifra positiva, por aislada y fugaz que se presente, será vendida como el “inicio de la mejoría”.

Pero España jamás levantará cabeza, nunca experimentará una mejora sólida y sostenible hasta que emprenda la gran reforma pendiente: la empresarial…

Sí, no podemos permitirnos el lujo asiático de unos empresarios defraudadores, pedigüeños e incapaces de generar riqueza y empleo mientras exprimen los bolsillos de los ciudadanos honrados. Un lobby empresarial que solo busca enriquecerse del modo más rápido y con el mínimo o nulo esfuerzo.

Lamentablemente, ese enriquecimiento se produce a costa de la economía nacional y del bienestar de la mayoría. Como dije al principio, la gran empresa española, la CEOE, constituye el cáncer de nuestra economía y acabará matándonos si, como hasta ahora, permitimos y fomentamos su metástasis.

Gustavo Vidal Manzanares | Jurista y escritor

nuevatribuna.es

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