Para que una tribu vendiera sus tierras, el Gran Jefe Blanco intentó en vano negociar con todos sus miembros reunidos en Asamblea, ofreciéndoles un puñado de abalorios y un terreno en la reserva. Los indígenas no estaban dispuestos a ceder sus tierras de caza por un precio tan pequeño y no hubo acuerdo. Pasó el tiempo y el Gran Jefe Blanco exigió que eligieran un portavoz autorizado para negociar y facilitar las cosas; el consejo de ancianos no tendría que reunirse cada dos por tres y él no tendría que explicar todos los pormenores a cientos de personas.

La tribu deliberó y acabó por convencerse de que aquello era razonable. Eligieron al miembro más inteligente y le nombraron delegado por cuatro años con poder para negociar con el Gran Jefe Blanco en su nombre.

Al principio el delegado contaba lo ardua que había sido la negociación y lo difícil que estaba el asunto, el esfuerzo empleado y que los resultados no se veían en el horizonte.

Pasaron las lunas y un buen día el delegado reunió a sus representados. Les contó que, tras grandes esfuerzos negociadores por su parte, había arrancado un buen acuerdo al Gran Jefe Blanco: a cambio de sus viejas tierras, aptas sólo para un tipo de trabajo obsoleto, duro y sin futuro como la caza, el Gran Jefe Blanco estaba ahora dispuesto a ofrecerles una vida cómoda y acorde con los nuevos tiempos en una reserva donde no tendrían que temer a ninguna manada de animales salvajes.  Además de todo eso le había arrancado en la negociación unas joyas de gran valor artístico y con poderes mágicos.

La tribu, confiando en el saber y buena voluntad de su compañero, dio por bueno aquel acuerdo que tenían delante de sus narices ya firmado y sellado.

Al cabo de los años, pasaban hambre en la misma reserva que el Gran Jefe Blanco les había ofrecido desde un principio, no había búfalos que les atemorizaran pero tampoco que les alimentaran, las joyas (sospechosamente parecidas a los abalorios que les ofrecieron desde el comienzo) no demostraban poder mágico alguno y, lo más inquietante: el delegado que negoció en nombre de toda la tribu, no vivía en la reserva sino que conducía un cochazo por las calles de la capital, compartía suculentos negocios con el Gran Jefe Blanco, bebía bourbon de 15 años y nunca más supieron de él.

Comparte:
Share

Artículos relacionados

Deja un Comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Aviso legal. Esta web utiliza cookies para optimizar la navegación. Al continuar navegando está aceptando su uso y nuestra política de cookies y ver la forma de desactivarlas. (Política de privacidad) Internet Explorer, FireFox, Chrome, Safari Aceptar Leer más