Antes de tocar el tema de las relaciones entre anarcosindicalismo y política, empecemos por puntualizar lo que hay que entender por estos dos términos. Porque ni el uno ni el otro van de por sí, porque ni el uno ni el otro son conceptos claros, aunque la gente los utilice.. casi sin pensar, y sin saber de donde vienen ni lo que significan verdaderamente.

El término de “política” muy particularmente, por estar al alcance de cualquiera, se presta a cantidad de aproximaciones, de abusos y de simplismos. Desde el “arte de engañar al pueblo”, como decían los anarquistas de antaño, hasta los “asuntos públicos” en general, pasando por tal o cual “política de empresa” o por la “política comercial” de un gobierno. Pero vayamos al fondo del significado, ya que la palabra POLIS, en griego, indica algo referente a la ciudad organizada, a la colectividad, a lo que sobrepasa lo estrictamente corporativo y lo que es privado e individual. Y por consiguiente se puede calificar de “política “toda actividad tendente a influir sobre el rumbo de la sociedad en su conjunto. Aún cuando esa actividad pretenda ser “política” o “antipolítica”, o sea orientada fuera o en contra de todos los partidos existentes, fuera o en contra del poder establecido, del gobierno, del Estado nacional, fuera o en contra de las ideas dominantes en una sociedad histórica y geográficamente determinada.

Ateniéndonos al ámbito sindical no cabe duda que a partir del momento en que estallan huelgas por otros motivos que el aumento del poder adquisitivo, la mejora de las condiciones de trabajo, la defensa de una profesión o de los obreros despedidos…, los sindicatos pasan al nivel de la acción política. Un buen ejemplo lo dio, en 1911, la recién nacida CNT declarando la huelga general de protesta contra la guerra de Marruecos. Desde cierto punto de vista, el anarcosindicalismo, por ser revolucionario, es el más político – ¡no he dicho politizado! – de todos los sindicalismos.

Lo que ocurre es que cualquier actividad política choca forzosamente con otra, ya que espontáneamente no existe unanimidad sobre lo que tiene que ser la sociedad. No existe y no ha existido jamás porque los intereses, las costumbres, los ideales, los juicios, las mentalidades, las perspectivas culturales, etc., de los individuos y de los grupos son distintos, y que tan distintos pueden ser que resultan, a veces, radicalmente incompatibles. Y de ahí viene la violencia, de ahí viene la guerra como continuación sangrienta de las discrepancias de ideas y de los conflictos socioeconómicos entre los grupos.

Esos conflictos y discrepancias no son gratuitos, no son arbitrarios, pues lo que está en juego es la forma de sociedad, el tipo de sociedad, el sentido mismo de la vida en común. Tal grupo humano en tal momento de la historia, en tal lugar del globo, quiere que todo siga igual que antes; tal otro grupo o grupos quieren que las cosas cambien, los unos para volver atrás, los otros para crear algo nuevo. Y así se enfrentan con la palabra, con el dinero, con los puños. y por último con los sables, los fusiles o hasta con la bomba atómica; así se enfrentan los distintos grupos organizados que persiguen, cada cual, su idea de cómo debe ser la realidad social, jurídica, religiosa, etc., a nivel nacional e internacional, de como debe estar estructurada la economía. Cristianos contra musulmanes, sectas musulmanes unas contra otras, musulmanes contra budistas, católicos contra protestantes y ateos, partidos burgueses contra formaciones obreras, propietarios contra proletarios, fascistas contra liberales, liberales contra socialistas, marxistas sedicente científicos contra cristianos de toda índole, anarquistas puros contra todos los demás, terroristas y bárbaros racistas entre ellos mismos: la lista sería interminable.

En resumen, tener una actividad política es querer realizar la mejor sociedad posible según la idea que uno se hace de lo mejor para la humanidad: la finalidad de la política es la realización del bien común. Pero como la búsqueda y la defensa del bien común depende, ya lo hemos dicho, de intereses, de creencias, de hábitos, de condiciones históricas, de medios tecnológicos, de principios éticos antagónicos, o por lo menos diferentes, la política es un ruedo permanente, es el campo de batalla de los grupos étnicos, de las clases, de las naciones, de las iglesias, de los Estados, de las agrupaciones ideológicas para imponer lo que a cada cual le parece ser el bien común. Y es, por lo tanto, una lucha por la dominación de una idea, aunque sea la idea de acabar con toda dominación, pues para realizar esta última idea hay también que luchar y llegar a vencer con los medios que se puede, con alianzas o sin alianzas, con pactos o sin pactos, con flexibilidad o con intransigencia, con violencia o con dignidad.

Ahora bien, lo que se llama “hacer política” es un modo restringido, especializado, de la actividad política. Solo en una democracia, en un Estado de derecho, se puede “hacer política”. Es decir, intervenir abiertamente en la competición electoral, criticar al gobierno, proclamar públicamente un programa… y desde luego, vivir de la política, aprovecharse y mentir, en lugar de vivir honesta y sinceramente por un ideal político. En un régimen totalitario moderno, o en un régimen absolutista de tipo religioso, o en cualquier dictadura militar, no hay otra política posible que la clandestinidad, el secreto, la resistencia armada, la conspiración, según el caso, para arrostrar el terrorismo de Estado, sus lacayos y sus fanáticos.

Lo propio de la democracia no es un ilusorio poder del pueblo ni una expresión auténtica de la ley de mayorías: lo propio de la democracia es de ser un equilibrio de poderes y contra-poderes en el marco de una convivencia pacífica de los grupos políticos en lucha por la supremacía. De ahí la separación de los poderes del Estado: el legislativo, el ejecutivo y el judicial; la separación del poder civil y del poder militar. De ahí las libertades fundamentales y los derechos humanos universales; de ahí la laicidad, siempre amenazada -que no hay que confundir con el peligroso multiconfesionalismo-; de ahí las asociaciones autónomas, las instituciones locales y regionales, etc. Y como vivimos en el sistema capitalista, en una economía de mercado mundializado, claro que las fuerzas mayores que rigen las democracias, hasta convertirlas en plutocracias, son las que disponen de más dinero y que gracias al dinero pueden controlar la información y manipular a las masas.

Pero hay que reconocer que solo en la democracia puede existir legalmente una oposición, y que solo la democracia puede permitir una extensión y profundización de los principios de libertad y de justicia que ella misma enarbola. La prueba la tenemos en esta simple constatación histórica: la democracia de hoy, en toda Europa, es más democrática que la democracia incipiente del siglo XIX, cuando solo existía de veras en Suiza y con graves restricciones en 3 o 4 países, y más democrática también que la democracia desquiciada de la primera mitad del siglo
XX.

Al igual que todo Estado, poco importa la diferencia de régimen bajo este aspecto, el Estado democrático, el Estado de derecho es una institución que, como la definió Max Weber, se otorga, se arroga el monopolio de la violencia física legítima. Es verdad, la pura verdad. Pero a menos de suicidarse no puede la democracia prohibir su cuestionamiento por fuerzas sociales e ideológicas que aspiran a destruirla o a superarla, ya que esas fuerzas no recurren ellas mismas a la violencia. Deja un espacio de contestación y apertura, y es gracias a eso que tienen la posibilidad de existir en la democracia movimientos sociales, sindicatos obreros y partidos con metas revolucionarias. Y es gracias a eso que el anarcosindicalismo, en particular, ha existido y existe. Otro tipo de régimen no lo toleraría, ni toleraría cualquier forma de sindicalismo independiente, ni el menor derecho de huelga.

El caso mismo de la CNT clásica lo evidencia: durante la dictadura de Primo de Rivera, así como durante el franquismo, no hubo anarcosindicalismo real, efectivo; hubo, sí, el combate clandestino de los militantes libertarios, aliados o no a los partidos de izquierdas y a personalidades republicanas, y metidos o no en los sindicatos oficiales de esas dictaduras.

Volveremos a hablar del asunto, pero antes vamos a precisar lo que hay que entender por el otro término que nos interesa: el de “anarcosindicalismo”, que se presta también, por su parte, a cantidad de malentendidos, de confusiones; y a pesar de ser, hoy en día, de un empleo bastante limitado en el escenario público, es lo menos que puede decirse.

Hablar de “anarcosindicalismo” es evocar la unión del sindicalismo y del anarquismo. O sea un tipo de sindicalismo que tiene por finalidad, más o menos lejana, la instauración de la “Anarquía” o, por lo menos, el advenimiento de una sociedad inspirada por los ideales del socialismo libertario en un sentido amplio, llamémosla “autogestionaria”,”comunalista”,”colectivista federalista” o “demo-acrática” como dice el compañero Rafael Cid.

Se trata, pues, de un sindicalismo de combate anticapitalista, de un sindicalismo básico antiburocrático cuyo modo fundamental de actuación es la acción directa colectiva de los trabajadores. Pero ahí estriba justamente la primera confusión, la confusión con el sindicalismo revolucionario de la antigua CGT francesa, tal y como está resumido en la conocida carta de Amiens de Octubre de 1906. A diferencia del sindicalismo revolucionario de orientación libertaria, sin rodeos, se trata en tal caso de un sindicalismo “neutro” que según una fórmula lapidaria “se basta a si mismo y basta para todo”. Un sindicalismo donde se juntan revolucionarios de todas las tendencias posibles, anarquistas, blanquistas, marxistas, elementos furibundos de la extrema izquierda., y que por eso mismo solo puede desembocar en la constitución de un Estado sindicalista, garante de la gestión exclusiva de la economía por los sindicatos obreros y las federaciones de industria.

En contra de ese sindicalismo revolucionario neutro y autosuficiente de los franceses se manifestó, por primera vez, el anarcosindicalismo en el año 1905: por un lado en Buenos Aires, cuando el V Congreso de la FORA, la Federación Obrera Regional Argentina, proclamó el comunismo anarquista en tanto que objetivo final, y por otro lado en Odesa, el gran puerto de Ucrania, donde apareció la palabra “anarcosindicalismo”, lanzada por un grupo local de obreros libertarios.

Pero en realidad – es extraordinario que nadie se haya dado cuenta -,el anarcosindicalismo había empezado mucho antes en España. Un anarcosindicalismo sin el nombre, ni siquiera el nombre de sindicalismo, ya que esta última palabra vino de Francia a finales del siglo XIX y que los países anglosajones aún no la emplean, guardando los nombres más antiguos de trade-unions y trade-unionisn. Hasta principios del siglo XIX los sindicatos se han llamado en España: uniones, secciones de oficio, sociedades de resistencia,…, y ha sido en Barcelona, en 1870, que fue fundada la primera organización sindical con meta revolucionaria y libertaria. Allí nació la Federación Regional Española de la Internacional, formada por federaciones locales y comarcales de secciones y por federaciones profesionales de dimensión nacional, reagrupadas en uniones de oficios similares que eran unas auténticas federaciones nacionales de industria.

Los que fundaron y animaron la Federación Regional Española fueron los miembros de la Alianza de la Democracia Socialista, o sea de la organización específicamente libertaria que se reclamaba de las ideas revolucionarias federalistas y colectivistas de Bakunin. Esta alianza, muy estructurada, poco se asemejaba a lo que serían más tarde los grupos de la FAI relativamente a la CNT clásica, y el colectivismo autogestionario de entonces ¡claro está¡ no era exactamente el comunismo libertario de los cenetistas.

Así que existió en España un primer tipo de anarcosindicalismo que duró, con sus Cajas de resistencia, cerca de 35 años. El anarcosindicalismo de la CNT clásica, de esa CNT que duró 30 años apenas, de 1910 a 1939, ha sido un segundo tipo de anarcosindicalismo, más dinámico gracias a sus Sindicatos Únicos de ramo o industria, mejor adaptado a las nuevas condiciones sociales y económicas, que ha sucedido al anarcosindicalismo de la Federación Regional Española después del fracaso de las grandes huelgas de 1901-1903 y después de la remoción psicológica producida por la “Semana trágica” de 1909.

Durante el franquismo, ya lo he dicho, no se puede hablar de anarcosindicalismo por la simple razón que la CNT no tenía sindicatos, que la CNT no era más que una organización clandestina antifascista y, en el extranjero, una leonera de refugiados políticos rabiosamente escindidos. Y después de 1975 hubo el relanzamiento aparente de algo que no podía ser ya la CNT clásica, porque el mundo había cambiado totalmente, porque a cada momento histórico particular, a cada nuevo contexto sociopolítico, demográfico y económico, tras unos acontecimientos que no se repiten jamás, tienen que corresponder formas de organización y tácticas sindicales adaptadas a la situación.

Recordemos un momento lo que era la sociedad española en aquellos tiempos de la CNT clásica. Esa sociedad estaba caracterizada por una rotura social muy marcada: la clase obrera y un campesinado miserable mayoritario frente a la oligarquía compuesta por los ricos terratenientes de Castilla y Andalucía unidos, por temor al pueblo, a la burguesía industrial de Cataluña y del País Vasco. Entre esos dos extremos bregaban como podían unas clases medias inconsistentes, débiles y políticamente vacilantes. El retraso intelectual y científico era tremendo en comparación de Francia, Gran Bretaña o Alemania. Pero a pesar del analfabetismo, muy extendido, aún existía, sin embargo, una cultura popular autónoma, poco contaminada por la ideología burguesa. Había el culto de la intransigencia, de la hombradía y del coraje; había una manera de vivir dura y austera. El Estado disponía de fuerzas armadas relativamente reducidas, pero turbulentas y de una despiadada brutalidad, que arrastraban la lacra de los pronunciamientos, de la guerras carlistas, de las derrotas coloniales. No existían la seguridad social, la televisión, las vacaciones pagadas; la democracia estaba mal arraigada en la población y aceptada a regañadientes por las clases privilegiadas; las elecciones municipales y generales eran una broma: se hacían a pucherazos, los votos eran manipulados, los resultados falsificados, a veces con las armas en la mano, los caciques y casi todos los partidos políticos recurrían a toda suerte de presiones directas  e   indirectas. Las  comunicaciones  terrestres  estaban   mucho   menos desarrolladas que en otros países de Europa Occidental, lo que favorecía la pervivencia de particularismos regionales arcaicos.

En esas condiciones, es fácil de comprender que los elementos más radicales de la CNT y de la FAI se encontraban a sus anchas, como peces en el agua: huelgas continuas, insurrecciones, golpes de audacia, lucha de clases durísima por medio de la acción directa sindical, atracos para sostener la prensa libertaria y ayudar a los presos, propaganda antielectoral y antiparlamentaria bien acogida por la gente, enorme potencia e independencia de las federaciones locales y regionales de la CNT, sin el contrapeso de las federaciones nacionales de industria, cuyo resultado era la incapacidad de una acción coherente a escala nacional como lo demostraron dramáticamente los sucesos de octubre de 1934.

Salta a los ojos que ese mundo ha desaparecido completamente. Ha habido un trastorno tan profundo que la distancia que nos separa de la CNT clásica, la de 1936, es mucho mayor que la que había entre aquellos años de 1930 a 1940 – con esos fenómenos inauditos que eran el estalinismo, el fascismo, el management en Estados Unidos, los genocidios en el Caúcaso, la navegación aérea, etc.- y los tiempos remotos de Marx y de Bakunin, que tanto se equivocaron el uno como el otro en sus previsiones del porvenir y en sus concepciones del mundo, anuladas por la mecánica cuántica, los descubrimientos de Einstein y los nuevos conocimientos sobre las civilizaciones. Esos tiempos de la Primera Republica Española y de la Federación Regional Española de la AIT: ¡ la época del primer anarcosindicalismo!.

Hemos entrado en la era de la energía atómica y de la conquista espacial, de la revolución numérica y de la ingeniería genética. Hemos vivido el desarrollo de la sociedad de consumo, de la sociedad del espectáculo, del ultracapitalismo liberal. España forma parte de la Unión Europea; se ha hundido la Unión Soviética y se hunde África cada vez más; ha llegado la hora de la “gobernancia mundial” mediante una multitud de instituciones supraestatales. Reinan también sobre el planeta las empresas gigantescas multi y transnacionales, y vemos la emergencia de la China y de la India mientras asistimos a la crisis ecológica y a formidables desplazamientos de masas: inmigración económica, éxodos de guerra, vaivenes turísticos, transportes de mercancías de un continente a otro… El movimiento obrero es un cadáver; el nuevo proletariado viene de los países subdesarrollados y no tiene la menor conciencia de clase; las izquierdas en general no saben adonde van, se han quedado ciegas, anticuadas, sobrepasadas, anémicas, sin ningún cuadro doctrinal creíble.

Teniendo conciencia de lo que acabo de decir ¿ puede uno quedarse con la mirada fijada en la gloriosa, o mejor dicho la legendaria CNT clásica, desgraciadamente matada y rematada por todos sus enemigos coaligados y por el tiempo que pasa, y más que todo por ella misma? Que sea esa CNT clásica – sin olvidar su predecesora la Federación Regional Española de la AIT – un mito impulsor, una herencia, un tesoro de ejemplos y de ideas, un modelo de creatividad y de coraje ¡muy bien!. Pero hay que cortar el cordón umbilical; hay que hacerlo para construirse, crecer y tener una personalidad colectiva a la altura del siglo XXI. Hay que hacerlo para que en España nazca y se desarrolle con éxito un tercer anarcosindicalismo. Y para que se desarrolle con éxito el tercer anarcosindicalismo hay que ahondar, primordialmente, el tema de la política.

Un tema imprescindible que va mucho mas allá que las simples y necesarias adaptaciones como las elecciones sindicales, como las subvenciones, etc., que ha hecho hasta ahora la CGT. Porque si la CGT deja de ser algún día una pequeña central obrera al margen, si interviene en algo más que los conflictos laborales, que los conflictos de empresa, y algún día llega a movilizar centenares de miles de trabajadores, atrayéndose por su peso en la vida social de España la ira de los patronos, de los mercados financieros, de los partidos y de los medios de comunicación de masa, entonces empezarán las cosas serias. Y si no tiene de antemano una estrategia política, recaerá en errores y fracasos similares a los de la CNT clásica.

Impregnada de anarquismo decimonónico postbakuniniano, la CNT clásica tenía en su mayoría militante una visión puramente negativa de la política, sin darse cuenta que el anarquismo revolucionario es por antonomasia una doctrina política, una doctrina que afirma cierta idea del bien común en lucha contra otra prácticas e ideologías. Su antielectoralismo dogmático trajo la victoria de las derechas en 1933 y, para disculparse, sus elementos más radicales desencadenaron una insurrección catastrófica, perfectamente artificial. En febrero de 1936, al revés, la CNT permitió la victoria de las izquierdas, pero sin saber negociar con ellas, sin condicionar el apoyo indirecto que les había dado. Y en el mes de julio se metió de lleno en la colaboración antifascista, en los comités que ejercieron el poder en los pueblos y en las regiones. Del día a la mañana, inconscientemente, se convirtieron los supuestos ácratas en el pilar esencial de la Republica. No lo habían querido, no lo habían pensado, no estaban preparados, no tenían ni línea de acción ni programa concreto. Los acuerdos idílicos del Congreso de Zaragoza fueron completamente inútiles ante el terremoto que sacudía España. Y lógicamente, fatalmente, vinieron la militarización de las milicias y las participaciones en los distintos gobiernos: gobierno catalán en septiembre, gobierno Largo Caballero en noviembre, gobierno Negrín en abril de 1938, Junta de los generales Miaja y Casado en marzo de 1939, gobierno Giral en el exilio en 1945, gobierno Llopis en 1947. En total, nada menos que seis participaciones gubernamentales; todas por razones distintas que no puedo permitirme explicar aquí porque necesitaría varias horas. Seis participaciones gubernamentales que no fueron una maravilla, es cierto, pero que fueron, las 4 primeras, el mal menor para una organización que sino, reducida a defender posiciones, a salvaguardar en un rinconcito un mínimo de ensayos de colectivización, hubiera sido desacreditada rápidamente ante las masas y barrida en poco tiempo por sus enemigos, únicos dueños del Estado, del ejército y del dinero.

El único gobierno que no participó la CNT fue el gobierno vasco. Los nacionalistas vascos no lo permitieron jamás, y el lehendakari Aguirre fue el primero en plantear el problema de la FAI en tanto que fuerza política partidista y de gobierno. ¿Y se salvó de ser liquidad, en marzo-abril de 1937, la pequeña CNT de Euskadi, gracias a qué? Gracias a sus batallones militarizados.

He mencionado de paso, la visión negativa de la política, del poder y del ejército que imperaba mayoritariamente en la ideología cenetista. Era la visión “faista” del anarcosindicalismo, la de los radicales e integristas del comunismo libertario “sin etapas ni pasarelas”, la de los “salvajemente aislados” como dijo un día Federica Montseny, hablando de su propio bando. Pero había, por otro lado, la visión gradualista revolucionaria de los “treintistas”, había el proyecto de la” toma del poder” y del “ejercito revolucionario” que ostentaban los activistas del grupo “Los Solidarios”, más tarde grupo “Nosotros”, había el rigor organizativo y estratégico de Horacio Prieto, hubo el intento político prematuro de Pestaña…. Ninguno de ellos logró convencer a esa mayoría faista entusiasta, apegada a un puñado de principios y tácticas que, a su parecer, todo lo resolvían.
He mencionado antes, también, la confusión entre el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario a secas, autosuficiente, “neutro”. Evocando el faismo tropezamos con la segunda confusión: la confusión entre el anarquismo y el anarcosindicalismo. Bajo la denominación “anarquismo” se revelan cantidad de corrientes irreconciliables: los individualistas rebeldes y los anarcocapitalistas, los anarquistas comunistas y los colectivistas, los pacifistas y los violentos, etc. No puedo detenerme en cosa tan complicada. Digo solamente que si el anarcosindicalismo cae en manos de los anarquistas revolucionarios dogmáticos se convierte en una secta: eso ocurrió en Argentina con la FORA, que se murió de sus propios excesos. Mucho antes ya, en la Península Ibérica de los años 1890 los grupos anarquistas-comunistas, adversarios fanáticos entonces de toda forma de sindicalismo, habían contribuido más que nadie a la descomposición de la Federación Regional Española. O el anarcosindicalismo es, eso sí, un sindicalismo de combate, pero abierto al debate, abierto a todos los trabajadores, orgulloso de sus tendencias diversas que se expresan democráticamente en su seno; un sindicalismo revolucionario que además de las mejoras económicas inmediatas persigue con pragmatismo un ideal de justicia y solidaridad, un amplio ideal socialista libertario. O el anarcosindicalismo va de escisión en escisión y desaparece cuando no acaba siendo un monolito, cerrado, inmóvil, inútil, endurecido por la autoridad de un dogma… y hasta por la burocracia interna.

Durante el franquismo, los anarcosindicalistas sin sindicatos llegaron al colmo del confusionismo político: los del sector aislacionista-inmovilista se crisparon de tal manera que se nutrieron con el espejismo del pasado y con los textos sagrados de sus creencias juveniles; no analizaron el cómo y el porqué de la derrota y de la participación gubernamental; se dejaron manejar por la demagogia de una camarilla, la de Federica y Germinal Esgleas, que se revestía de llamas revolucionarias inquisitoriales para tapar unos intereses y un sistema de poder perfectamente anclado en el exilio. Los del sector posibilista-colaboracionista se ahogaron en un circunstancialismo permanente; no fueron tampoco capaces de sacar las conclusiones de la experiencia gubernamental; llegaron algunos a imaginar una CNT que haría política directamente- hasta el punto de presentar cenetistas para ser diputados en Cortes- , una CNT monstruosa a la vez partido y sindicato.

Una confederación anarcosindicalista no puede ni debe ser una secta, no puede ni debe ser tampoco un híbrido político-sindical. Y no teniendo que hacer política, no por eso tiene que ser una asociación ideológica fuera de la política. Lo que le hace falta es elaborar una estrategia política de cara al porvenir y a la correlación de fuerzas en el país y en el mundo.

Horacio Prieto y su grupo fueron los únicos, durante el franquismo, en esbozar unas bases de acción y de pensamiento verdaderamente nuevas en el movimiento libertario. Y fueron los primeros en presentar un plan de reunificación de la CNT que salvara a la vez la esencia del anarcosindicalismo, las aportaciones éticas más nobles del anarquismo y lo más constructivo de las experiencias autogestionarias y gubernamentales de los años 1936-1939. Los integristas y otros inmovilistas no quisieron escucharlos; los colaboracionistas cortos de vista y otros circunstancialistas no los comprendieron y hasta se permitieron censurarlos.

¿Qué proponía Horacio Prieto? Un revisionismo descarado, desde luego, pero inventivo. Un revisionismo para luchar y vencer, no un mero revisionismo de adaptación a las circunstancias y de capitulación disfrazada ante el aparato del estado y ante el capitalismo. Y lo que proponía no consistía en imponer su propio programa, en decir “estáis de acuerdo conmigo, si o no, y si es no me voy”, como lo hizo Pestaña en su tiempo cuando fracasaron sus maniobras y sus intrigas. Lo que proponía Horacio era una discusión pública, positiva, de donde saldría la solución de la escisión y la reconquista de la influencia libertaria en España.

Según él, había que articular un movimiento dotado de varias armas (la imagen es mía), de tantas armas o ramas como fuese necesario, como lo decidiesen democráticamente los militantes. Y en esos años 1940-1950 eran cuatro que había que considerar con vistas al post-franquismo:
– El arma sindical, a saber una CNT independiente de los grupos anarquistas como de los núcleos políticos, reorganizada y participativa un poco al estilo de la CGT actual.
– El arma cultural, pedagógica y de libre crítica, a saber la FAI si deseaba asumir ese papel.
– El arma estudiantil, o sea las Juventudes Libertarias.
– El arma política, es decir un partido formado por personas competentes, muy preparadas técnicamente, capaces de intervenir en el mismo corazón del Estado y de utilizar sus recursos en favor del movimiento obrero, de las ideas libertarias y del progreso social. Un partido para que no se repitiese jamás un atolladero como el del 1936.

De estas cuatro armas, la única nueva en la panoplia era el arma política. Las otras tres eran un hecho existente, aunque la FAI, fundada en 1927, y la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, constituida en 1932 apenas, fuesen sencillas emanaciones de la CNT, más cargadas de simbolismo que de valor práctico.

Era una lista no limitativa por supuesto, es fácil de deducirlo, que podía abarcar con arreglo al momento histórico otros organismos autónomos complementarios: organización femenina (existió durante la Guerra Civil con el nombre de “Mujeres Libres”), organización cooperativista y mutualista. y así mismo, en una situación de crisis generalizada, organización de Comités de Defensa obreros, de fuerzas guerrilleras y hasta de un ejército revolucionario.

Para asegurar la coordinación y armonía del movimiento libertario español en su conjunto, sugería Horacio la creación de un modo de enlace, de carácter deliberante: el Consejo de Orientación Política.

Hoy en día, las necesidades son diferentes, pero esa idea de Horacio de un movimiento plural, multiforme pero coherente, me parece particularmente interesante. Lo repito: estamos en la era del átomo, de la robótica, de la conquista del sistema solar, del Estado-Espectáculo, de la gobernancia mundial…La clase obrera ha perdido su posición central en la economía; ha sido desplazada, en Occidente, por las clases medias; la protección del medio ambiente es una prioridad; las mentalidades y los modos de ser se han transformado, etc., etc. ¿Bastará un anarcosindicalismo renovado, el tercer anarcosindicalismo, para enfrentar por si solo tanta complejidad, tantos retos? Para combatir las enormes potencias financieras, las redes mafiosas, las resurgencias religiosas y fascistas? Claro que no, la cosa es evidente. Y si se produce una catástrofe inédita, aún menos, porque la consecuencia del caos podría ser lo peor de todo: el nazismo¬bolchevismo profetizado por Orwell. De ninguna manera, la Gran Revolución emancipadora soñada por nuestros antepasados de la Primera Internacional.

Cada vez más aislados y traicionados, cada vez más precarizados, los trabajadores necesitan un sindicato combativo, de lucha de clases, y con tácticas nuevas de acción directa. Pero, de llegar a tener fuerza, el tercer anarcosindicalismo no podría ganar la batalla sin el apoyo de un gran movimiento socialista libertario de base múltiple. Y como no existe ese gran movimiento de base múltiple, del cual el tercer anarcosindicalismo sería un elemento clave, el tercer anarcosindicalismo podría ambicionar, desde un principio, el cometido a largo plazo de erigirse en foco de irradiación de ese movimiento libertario. Se trata pues, aquí, de un plan estratégico más allá de las alianzas sindicales posibles o de posibles convergencias con movimientos alternativos de cualquier tipo: ecológicos, sociales, étnicos, pacifistas, etc.

Recapitulemos:
– El anarcosindicalismo no es autosuficiente como pretende serlo el sindicalismo revolucionario neutro. Se define el anarcosindicalismo por sus finalidades libertarias.
– El anarcosindicalismo del siglo XXI, sin embargo, tiene que ser absolutamente independiente. No será la correa de transmisión de nadie, ni de ningún partido, ni de los grupos anarquistas; no será el coto de ninguna secta o camarilla.
– El anarcosindicalismo no “hace política”, no tiene que “hacer política” bajo ningún pretexto. Pero eso si, lo vuelvo a decir, puede y debe adoptar una estrategia política.
– El anarcosindicalismo es la vez pragmático y revolucionario. Pragmático, porque tiene que defender con eficacia a los trabajadores, conseguir resultados que el sindicalismo de integración, el sindicalismo burocrático y de colaboración con los patronos, no puede conseguir ni quiere ver realizar siquiera. Y revolucionario, porque su mensaje de fondo es anticapitalista y socialista libertario, ese mensaje que ha heredado en España de la CNT clásica y de la Federación Regional Española de la Internacional.
– Pero lo revolucionario, insisto, no consiste en los medios, en los métodos de combate, en las tácticas, que varían según el enemigo concreto, según las circunstancias y el periodo histórico. Ningún método, medio o táctica pudiendo ser descartado, desde el momento que no está en contradicción con la meta anhelada y valientemente ostentada. El mensaje del que ha heredado el tercer anarcosindicalismo ibérico, que, tengo esperanza, está en trance de construirse, es sobre todo y ante todo un mensaje ético, un mensaje de solidaridad, de libertad y de justicia. Y es también un mensaje de audacia. No hay principios de acción politicosocial que valgan para todos los tiempos; la fuerza verdadera reside en la flexibilidad. Lo que vale para siempre son los principios morales, y con esos principios morales, si que hay que ser intransigente, radicalmente intransigente.

Seamos serios. La tarea de los anarcosindicalistas, de los socialistas revo¬lucionarios lúcidos, de los libertarios en general, es una tarea colosal. Son ellos algunos puñados apenas, de hombres y mujeres, en medio de miles de millones de seres humanos manipulados, divididos, resignados, autosojuzgados por prejuicios, costumbres y creencias arcaicas, por la ignorancia, por las pasiones ciegas y por el miedo. ¿Cómo pueden todavía, esos revolucionarios, esos socialistas libertarios tan débiles, como pueden aún soñar en cambiar el mundo cuando han sido vencidos todos sus precursores? Cuando no quedan más que ruinas, residuos, migas deshechas? Cuando el horizonte lo cubren nubarrones oscuros y nos lleva el alud irreprimible del ultracapitalismo al abismo de la deshumanización y del nihilismo?.

Pues se atreven a luchar sincera y heroicamente, si, con ese sentido heroico que reivindicaba Salvador Seguí, porque el socialismo libertario es un socialismo ético. Ya lo afirmó y lo proclamó Isaac Puente. Y al socialismo ético no le hace falta saber si la historia camina hacia más progreso, hacia la Anarquía, o si, al contrario, las cosas irán de mal en peor. No creyendo en ningún determinismo, cuyas leyes conoceríamos científicamente como lo han pretendido los marxistas, le basta con vislumbrar eventualidades y con concebir hipótesis anticipadoras.

El socialismo ético no es cientificista, no se pone de rodillas ante unos saberes científicos nunca definitivos, y no es tampoco utópico. Reconoce las dificultades, los obstáculos, las trampas que se abren a cada paso. pero invita a la lucha, porque la lucha por la justicia, por la libertad, por una utopía o ucronía motriz, es un deber moral. Porque es obra de amor, altruismo y compasión. Que esa lucha esté coronada o no por laureles de victoria.

¡Ojalá sirvan mis palabras para reforzar, en estos tiempos malditos, las aspiraciones y la pujanza del anarcosindicalismo!

Bilbao, 6 de Mayo de 2010

CESAR M. LORENZO

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Reseña: "Mon père" de César M. Lorenzo, Les Éditions Libertaires, Saint-Georges-d’Oléron, 2012, 252 págs – LibrePensamiento 13 marzo, 2021 - 11:24

[…] [1] Se pueden consultar una entrevista suya en Memoria Libertaria, así como su intervención en una conferencia organizada en Bilbao, en http://www.memorialibertaria.org/IMG/pdf/memoria_cesar-2.pdf y http://www.cgt-lkn.org/bizkaia/?p=517 […]

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