«Es triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación»
No nos preguntaremos qué hacia el presidente del Gobierno hace unos días con el Papa Francisco, por más que Pedro Sánchez represente a un Estado no confesional, como recoge el artículo 16, punto 3, de la vigente Constitución. Es evidente que sociológicamente muchos españoles se reclaman católicos, incluso apostólicos y romanos, y eso merece un respeto. Hay que descartar esa ensoñación del discurso del ministro de la Guerra de la Segunda República el 13 de octubre de 1931, durante una sesión parlamentaria que debatía sobre «la cuestión religiosa». España no ha dejado de ser católica, como pretendía Manuel Azaña con más voluntad que entendimiento.
Otra cosa muy distinta es no sorprendernos del tancredismo de Sánchez ante la arenga del llamado «Sumo Pontífice» contra las ideologías. «Es triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación», espetó Francisco ante tan selecta delegación. Ciertamente podría admitirse ese aviso a navegantes, en el sentido de que ningún gobierno debe administrar una sociedad como si todos los ciudadanos (sus votantes, los que no lo hicieron y los que se quedaron en casa) compartieran el estrecho marco de sus intereses partidistas. El sesgo propiciatorio de todos los regímenes despóticos, autoritarios y, si se tercia. totalitarios. En ese sentido, Roma bien vale una misa.
El problema está en el quién y en el dónde. Lo dice el máximo baluarte de una secta (para algunos la única verdadera) que se ha caracterizado a lo largo de la historia por practicar eso mismo que ahora Francisco denuncia. Y desde la «Santa Sede» que avaló con toda su pompa esa política inquisidora. No solamente ayer; también hoy. Basta recordar las cruzadas contra el aborto y la eutanasia, y contra el divorcio en fechas no demasiado arcaicas. La prueba de algodón sin embargo, sería lo que ocurre en la ultracatólica Polonia. Donde su curia ha logrado sindicar en una misma ideología liberticida, sádica y misógina al poder Ejecutivo, al Judicial y a la mayoría del Legislativo para revertir la legalización del aborto por malformación del feto. Por eso, la prédica del Papa no deja de ser una especie de fetua cuya sombra amenaza la vida de las mujeres y las condena a ellas y sus nasciturus a una existencia de pena y sufrimiento por la gracia de ese <<Ser Supremo>> que Francisco diviniza. La letra con la sangre entra.
Claro que para la buena gente lo que queda son las palabras con aroma a primavera vaticana, ese aggionarmiento que como la transición a la española nunca cesa, y que nos acaba de regalar otra perla para engarzar en la hornacina de los exvotos. Y es que el Papa se ha mostrado indulgente con las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Lo que ha sido celebrado urbi et orbi como una muestra más del progresismo de un Francisco que nunca aprobó la teología de la liberación. Aunque en realidad, bien medido, esa dispensa no es sino un ejemplo más de la feroz intolerancia de la Iglesia de Roma. Porque el poder terrenal que encarna el vicario de Cristo practica una confesionalidad a la remanguillé. Afirma y consiente que los homosexuales sean ya son mayores de edad para realizar contratos civiles, un ámbito ajeno a sus competencias espirituales. Lo que, por exclusión, sigue excluyéndose es que las parejas católicas de esa condición puedan casarse por la Iglesia. Va de retro.
A pesar de que el propio término <<matrimonio>> parece un atentado al conservadorismo ideológico que gasta el papado. Como su nombre indica, el Papa, un monolítico patriarcado (el máximo rango en la Iglesia ortodoxa: Patriarca) con todas las letras que relega paternalistamente a la mujer al papel de <<siervas del Altísimo>>, y desprecia a los homosexuales por «afeminados». Negacionismo que, por lo demás, se escenifico en la audiencia de marras por la vertiente sanitaria al ver a los asistentes, pastor y rebaño, sin mascarilla para protegerse del dichoso virus. Aunque la esposa del presi resultara infectada tras la manifestación del 8-M. sin posibilidad, dado el mucho tiempo transcurrido, de beneficiarse de la cobertura de una inmunidad ya caducada. La fe hace milagros, como aquellos combatientes carlistas que iban a la guerra creyéndose inmortales por llevar sobre la pechera un escapulario con el lema «Detente bala».
Según las crónicas, Pedro Sánchez regaló al Papa Francisco el libro de oraciones del obispo Juan Francisco de Fonseca. Visto el fanatismo imperante en el amplio y proceloso gremio de los profesionales del más allá, que ha llevado a un illuminati islamista a degollar a un profesor francés por cometer la herejía de mostrar caricaturas de Mahoma en clase, mejor hubiera sido que el jefe del Gobierno le entregara una obra de Baruch Spinoza, Miguel de Molinos o Prisciliano.
Rafael Cid