No hace tanto, en las plazas de casi todos los pueblos de España se congregaban las gentes, a partir del 15 de mayo de 2011, formando un “movimiento” de millones de voluntades en torno al 15 M. Se asistía a un fenómeno inédito en la larga historia de este país. Por primera vez se sintonizaban los anhelos de participar en política y las esperanzas de libertad. Y todo ello fue posible por la existencia de las redes sociales que, a modo de mecha condujeron las llamas de la utopía hacia el mundo real, donde se encontraban personas de toda edad y de variada condición social. Los más ricos, en general, ni se acercaron. ¿Por qué? Pues porque quienes lo hacían eran conocedores experimentados de la malísima situación económica y de sus nefastas y atávicas consecuencias sociales que empeoraron sustancialmente con la crisis financiera de 2008.
Voces que se alzaron para gestionar el tsunami de voluntades de cambio real. Voces que fueron apagando a otras a base de aplausos medidos y calculados. Haciéndose con las portavocía de ese movimiento espontáneo, que al producirse comenzó a dejar de serlo, a fuerza de intervenciones de unos pocos, que, por sus conocimientos y por sus planteamientos, perseguían orientar a las “masas” cual nuevos líderes carismáticos. Y como tenían prisa desecharon el camino seguro, pero más lento, de la auto organización de las gentes, y se crearon coordinadoras que, a fuerza de ser gestionadas por unos pocos, acabaron no coordinando pero si dirigiendo todo.
Este fenómeno fue gradual y conforme la ciudadanía, con mayor conciencia autogestionaria comprendía lo que estaba ocurriendo, se apartaban del “movimiento”, para ver una vez más como esta maravillosa experiencia social se angostaba poco a poco. Otra oportunidad, en la historia de los movimientos de liberación, abortada en aras de la “eficacia” política, del acceso al poder a costa de lo que sea. Y el razonamiento es tan antiguo como simple: “Cuanto más poder tengamos más capacidad de transformación tendremos”. Y así, en una escalada hacia el poder del Estado, se repetía machaconamente este mantra. Y siempre a la pregunta, ¿para cuando la transformación soñada, prometida? La respuesta era la misma: No seáis impacientes, primero el poder para el partido y después la transformación añorada. Pero el partido nunca tiene bastante poder, siempre aspira a más y más. Repitiendo la desgraciada formula de la guerra civil: “primero la Guerra, luego la Revolución”, cuando no es posible ganar ninguna guerra contra el Capitalismo si no se hace la Revolución.
Y en ese caminar hacia la cima del poder se va sembrando la cuneta de cadáveres políticos, de buenos, de leales, de extraordinarios compañeros de viaje. Porque cuando estos pretenden elaborar un discurso propio o canalizar las aspiraciones de las “minorías”, no se les permite. Y a fuerza de congresos y reuniones, perfectamente orquestadas de antemano, se les expulsa o se les invita a salir del “movimiento”, porque quien se queda debe seguir los dictados del “líder”. Y el partido se articula en la mayor de las clandestinidades, todo el que lo desea se apunta, pero no sabe quiénes están apuntados, solo se le permite conocer a los jefecillos que conforman el comité central de esa, ya añeja, organización. Y las diferencias aparecen inmediatamente, como si de una nueva Rebelión en la Granja, se tratara y quien muestra la más mínima crítica es acusado de “traidor” a la causa. Y cuando van alcanzado el poder las cúpulas del partido reelaboran los enunciados de ese 15M hasta cambiar aquello de “Todos los animales son iguales”, añadiéndole “pero algunos animales son más iguales que otros”.
¿Justificaciones? Todas las que una mente lista es posible imaginar. La realidad es que acaba viéndosele el plumero y contra las evidencias se rompen los argumentos. Aquellos que deben dar ejemplo al pueblo, que deben vivir como el pueblo vive, que debe sentir la incomodidad de una existencia explotada, pasan a vivir de la renta política, a poder adquirir más y mejores bienes y propiedades y todo ello en aras de “ser más eficientes”, “ser más operativos”… y sobre todo evitar la participación de los que no saben de esto y así no se puedan equivocar. Porque nadie dude de que su mayor interés es no permitir que nadie se equivoque, porque detentan la verdad, la única posible y gozan del don de la infalibilidad, de forma que si hay que doblegar la libertad, pues eso.
Rafael Fenoy