Políticos, personas que se dedican a sonreír, a hacerse retratar
y, discúlpenme ustedes, a ser populares
Jorge Luis Borges
El gobierno de coalición de izquierdas ha optado por ver la botella medio llena, aquello tan cursi de <<frente al pesimismo de la razón el optimismo de la voluntad>>. En castizo, a grandes males grandes remiendos. Según dicen sus líderes, ahora Bruselas va de buenas porque ha aprendido la lección tras el dañino patinazo de antaño. Ya no habrá cobradores del frac por los ministerios escrudiñando las cuentas públicas. Ni abusivas imposiciones de ajustes y recortes. Las recetas frugales aplicadas durante la crisis financiera del 2008 por la Troika (CE, BCE y FMI) han pasado a la historia.
En estos momentos lo que se lleva es estimular el gasto, la <<expansión cuantitativa>>. Al menos ese es el mantra oficial, la versión crematística de la pregonada <<nueva normalidad>>. Hasta tal punto porfían nuestros dirigentes sobre la buena nueva de la Unión Europea (UE), que el vicepresidente segundo Pablo Iglesias se atreve a atisbar en el horizonte un <<nuevo paradigma>>. Aunque eso sí, esquivando lo de mutualizar la deuda. Los famosos “coronabonos” fraternales de todos para uno y uno para todos, exigidos inicialmente sí o sí. Una manera docta con la que matricular el manguerazo de liquidez ofrecido por los Veintisiete a los socios más afectados por las calamidades de la pandemia.
Pero, menos lobos. Ni Ángela Merkel era ayer la maléfica de película que nos vendieron, ni hoy brilla poco menos que como el hada benéfica que ha apadrinado junto a Macrón la altruista operación salvavidas. Ciertamente, al eje franco-alemán (lo lógico sería invertir ese binomio por orden de importancia) se debe mayormente el impulso de compra masiva de deuda soberana por el Banco Central Europeo (BCE) de Christine Lagarde, partida que supera con creces el billón de euros. Y también de liberar otros importantes paquetes de ayuda desde instituciones comunitarias tipo MEDE, SURE y BEI para recomponer los castigados sistemas sanitarios, amén de sufragar los gastos de los Erte ante el vacío laboral de la forzada hibernación productiva. Todo ello vía préstamos y avales limitados y tasados, y por tanto a devolver religiosamente en cómodos plazos por los solicitantes. Hasta aquí no hay nada demasiado nuevo bajo el sol, salvo felicitarse por la diligencia con que desde esas instancias supranacionales se ha reaccionado en esta coyuntura. Decíamos ayer.
El ansiado <<nuevo paradigma>> vendría, pues, de otras asignaciones que se esperan como subvenciones a fondo perdido, gratis total. De momento se trata solo de un por-venir, porque aún están en el alero y quedan por definir sus rasgos operativos. Una cosa es la dosis de propaganda y autobombo a que todo gobierno tiene derecho para fidelizar a votantes y ciudadanos, y otra la pugnante realidad de los hechos sin excusas de patologías previas. Es cierto que el dinero para la <<reconstrucción económica>> esta vez no se etiquetará con el ominoso epíteto de rescate, ni conllevara la humillante fiscalización directa de los hombres de negro.
Ha cambiado el etiquetado y la denominación de origen. Ahora se procederá bajo el santo y seña de la expresa responsabilidad ex ante de sus beneficiarios. Los recursos movilizados, esos 750.000 millones de euros a repartir como buenos comunitarios, serán en buena medida <<transferencias condicionadas>>. Lo que significa un capítulo de compromisos previo a su recepción. Otra vuelta de tuerca del <<doy para que me des>> (do ut des, quid pro quo). Solo que en la más amable versión de intervención low cost. Nos pondrán deberes, pero no confiscaran derechos. Si España quiere recibir esas remesas deberá obligarse a reformas de carácter más o menos estructural para <<modernizar>> su economía.
Un paquete de medidas encaminadas a transformar el vigente capitalismo vampirizante hacia otro modelo de idéntica base pero menos contaminante (sin llegar al verde subido) y extractivo, y mucho más digital (teletrabajo, robotización, digitalización de servicios, etc.). Transición que lleva anexa una mochila de recomendaciones para flexibilizar el mercado de trabajo (más) y garantizar la sostenibilidad del sistema de pensiones (otra vez). Con un colofón de control y vigilancia para que las donaciones vayan a inversiones de <<valor añadido>> (la función crea el órgano). Y todo ello sabiendo que desde enero de este año ha entrado en vigor la reforma exprés del artículo 135 de la constitución priorizando el pago de la deuda pública, que este curso escalará por encima del PIB. Trabucazo infligido por el ejecutivo de Rodríguez Zapatero con el indispensable concurso del PP durante la anterior (que no pasada) crisis.
Con la perspectiva que dan los acontecimientos actuales se podría decir que ahora es cuando de verdad, y por imperativo global, se va a <<refundar el capitalismo>>. Renovarse o morir. La doctrina del shock (en tiempos de zozobra si hacer cambios) juega a favor de quienes tienen las riendas del Estado y atesoran el vil metal. Aunque históricamente no fue siempre así, sino más bien al revés. Tradicionalmente esa ventana de oportunidad favorecía los espasmos contestatarios y hasta revolucionarios. Está en el famoso dístico de Hölderlin: <<Porque donde está el peligro, ahí también nace lo que salva>>. Lenin supo ver esa veta rupturista al aprovechar la implicación de Rusia en la Gran Guerra para iniciar su asalto al poder en medio del marasmo social. Nada que ver con la experiencia del confinamiento urbi et orbi decretado por los gobiernos para cercar la pandemia, que ha sido cumplido a rajatabla por las ideologías más agrestes y subversivas.
En consecuencia, el diseño de un nuevo marco reformista para la UE del siglo XXI arranca con el protagonismo invictus de Alemania como motor de arranque y núcleo duro del <<nuevo paradigma>>. A nadie se le escapa el carácter estratégico de la iniciativa germana. Una forma tan inteligente como osada de la primera potencia económica continental para proteger su mercado de referencia, impidiendo que sus clientes más directos colapsen por inanición. Lo que sería como tirar al niño con el agua sucia de la palangana por exceso celo en la higiene. Una Ley de Say para tiempos del coronavirus: oferta creando su demanda.
Encima, los hechos son abrumadores y no dejan de suministrar estadísticas funestas. Una previsión mínima del 11% de caída del PIB en 2020, según la OCDE, y una tasa de paro que puede alcanzar el 24% a final de año, a decir del Banco de España. Cifras equiparables por exceso a las de Francia e Italia, números dos y tres en el ranking europeo. Todas estas alertas han aconsejado activar sin más dilación la prodigalidad prometida in extremis por Mario Draghi en la crisis precedente (<<lo que haga falta, donde haga falta y cuando haga falta>>). Eso o sálvese quien pueda.
Y si además la actual vicepresidenta económica Nadia Calviño, ex directora general de Presupuestos de la Unión Europea, acumula la presidencia del Eurogrupo, la purga de ricino se verá como paliativo. Vendrá administrada por uno de los nuestros (sarna con gusto no pica). Con esas raras credenciales de heterodoxia rigorista, ¿existe alguna duda de que la derogación íntegra de la reforma laboral quedará en barbecho? Un don de la ubicuidad, por otro lado, que suele acompañar a los altos cargos socialistas cuando arrecían las crisis. Antes de Calviño (potencial jefa del club de los Diecinueve del euro si Pedro Sánchez da el plácet), el antiguo ministro de Trabajo y Seguridad Social (1982-1986) y ex secretario General del PSOE (2000), Joaquín Almunia, ofició de alto representante de la Comisión Europea (CE) en plena vorágine de rescates a tanto la pieza. Lo hizo en su condición de dos veces vicepresidente (Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de 2004 a 2010, y de la Competencia de 2020 a 2014). Con tanto entusiasmo en el desempeño, que en 2013 el Ayuntamiento de Vigo, presidido por el socialista Abel Caballero, le declaró «persona no grata» por abanderar la resolución de la UE que obligó a devolver al sector naval las ayudas fiscales recibidas -tax lease.
Y eso (truco o trato) Moncloa lo sabe y lo teme como como un nublado. Pero mostrar al país el otro lado del espejo suele ser incompatible con las políticas cortoplacistas de los gobiernos, centradas en atornillarse al sillón y la nómina de las instituciones. De ahí su descarada adicción a la traca mediática y el agitprop, fagocitando a su favor el clima de miedo e inseguridad provocado por la pandemia entre amplios sectores de la población. Primero fue la sobreactuación con la patética foto de Colón; luego la hiperventilación del ridículo trifachito de tantos buenos réditos; más tarde vino la estúpida coral de las tres derechas; y cuando Ciudadanos (el pérfido Ibex 35 de la consigna progre) se descuelga apoyando sucesivas prórrogas del Estado de Alarma, aparece el inevitable <<o conmigo o contra mí>>.
Aunque luego el PSOE vote en piña junto al PP y Vox para impedir que el rey emérito Juan Carlos I rinda cuentas ante el Parlamento de sus multimillonarios beneficios como comisionista de Estado. Con sus tenebristas mensajes, sanchistas y pablistas, recién revirados en militantes del <<bando nacional>>, disecan y abroncan a la oposición por <<antipatriótica>>. Todo vale, todo se aprovecha para su particular prieta las filas. Desde acusar de valerse de la emergencia sanitaria para intentar derribar al gobierno sin pasar por las urnas, a airear una fantasmagórica conspiración golpista. Lo gritan, proclaman y señorean quienes llegaron al poder enarbolando orgullosamente la divisa <<no, es no>>.
Sabíamos que muchos gobiernos toman como rehenes a los ciudadanos durante los cuatro años de legislatura utilizando la representación como un cheque en blanco sin orden ni concierto. Pero hasta ahora no habíamos visto capitalizar el trauma del coronavirus, que ha arrojado casi 50.000 muertos, para solapar su fiscalización por la sociedad a la que dicen servir. El terraplanismo político existe en forma de infantil competencia entre halcones y palomas de corta y pega. No conviene confundir la Sanidad Pública con lo que se publica sobre la Sanidad. Sería una colosal irresponsabilidad que al escapismo sobre los errores y negligencias en la gestión de la pandemia sanitaria, que nos ha hecho líderes mundiales en número de profesionales afectados, se sumara el oscurantismo triunfalista sobre la pandemia económica que se nos viene encima. Maniqueismos y chorradas aparte, lo que no tiene nombre son las colas del hambre que proliferan por muchas ciudades españolas como si retrocediéramos a los negros años de las postguerra.
(Nota: Este artículo se ha publicado en el número de julio-agosto de Rojo y Negro. Terminó de redactarse cuando todas las previsiones daban a Nadia Calviño al frente del Eurogrupo)