Inicio Opinion Trashumancia ideológica y nomadismo ético (Artículo de opinión de Rafael Cid)

Trashumancia ideológica y nomadismo ético (Artículo de opinión de Rafael Cid)

por Colaboraciones

“Gato blanco, gato negro,

lo importante es que cace ratones”

(Deng Xiaoping)

Una de las características de la vida política es la coherencia entre la vida pública y la privada. Con tratarse de dos esferas separadas no son siempre enteramente independientes. Lo que conlleva una estricta coordinación entre ambos planos. Sobre todo conviene no emplear el aval de lo público para justificar lo privado abusivo, ni viceversa, vender lo privado como del ámbito público a fin de magnificar su proyección política.

Serían, mal que bien, como socializar las pérdidas y privatizar los beneficios. Hacerse trampas en el solitario. Eso es lo que acaban de hacer Pablo Iglesias Turrión y Irene Montero Gil con su convocatoria ex post (ellos personalmente, no los órganos de gobierno del partido, y llave en mano, con las preguntas precocinadas) para que las bases de Podemos se manifiesten. Que digan si están de acuerdo con su manejo en la compra mediante hipoteca de una “casa jardín donde poder avanzar en nuestros proyectos como familia, y en concreto para poder cuidar a nuestros hijos con algo de intimidad”. A eso se llama peronismo. Ideología que el propio secretario general de la formación morada reclama para sí como referente doctrinal.

Sorprende esa doble vara de medir en una persona, profesor de ciencia política para más abundancia, que ha basado su carrera pública en una calculada, reiterada y profusa exhibición en los medios de comunicación sin importarle demasiado de qué pie ideológico cojeen. “No se milita en los partidos, se milita en los medios”, es una de las frases talismán de Iglesias, influencia que obtiene buena parte de sus rentas privadas de la asistencia a tertulias, entrevistas y demás raleas en esas corporaciones de la industria de la información y el entretenimiento.

Donde, por cierto, cuenta con buenos contactos y amigos, como el magnate de la IV Internacional Jaume Roures, dueño del diario digital Público y muñidor en la sombra de La Sexta, de su admirado Ferreras, otro grande de la comunicación también con magnífica mansión en la muy exclusiva urbanización madrileña de La Finca.

Esta proximidad con la galaxia mediática más progre sigue proporcionando privilegios al político Pablo Iglesias que pocos colegas de escaño pueden permitirse. Sumamente diligentes a la hora de revelar los mínimos detalles del affaire Cifuentes, con la profusa difusión de un antiguo video que vulneraba del derecho a la propia imagen y la ley de Protección de Datos, ni el programa “Al Rojo Vivo”, ni el a menudo interesante el diario. es, ni mucho menos Público, se distinguieron por madrugar a la hora de informar sobre la noticia que era la comidilla de todo el mundo comentaba: la “casoplón” de Iglesias-Montero y las circunstancias de su acceso a tan ostentosa propiedad.

Eso sí, cuando el sábado al mediodía (a tiempo para alcanzar la primera edición de los telediarios) la pareja del momento compareció para emitir su comunicado, les faltó tiempo a sus medios afines para llevar a un lugar preferente la primicia de que ambos dirigentes de Podemos dejaban su futuro en manos de los afiliados. No siempre llueve a gusto de todos.

Porque el problema nunca ha estado en que Pablo Iglesias e Irene Montero hayan adquirido una magnífica casa “para vivir, no para especular”. Faltaría más. Tienen todo el derecho del mundo, como cualquier hijo de vecino que pueda permitírselo o encuentre una entidad financiera dispuesta.

El quid de la cuestión está en que ese acto, perfectamente legal y legítimo, por su contexto económico, está en íntima contradicción con el tipo de acción política que lleva a cabo la cúpula de Podemos en la escena pública. Eso y no otra cosa se criticaba, quienes lo criticaban, claro. Ya que, aparte de la corte de incondicionales que salieron inmediatamente en su defensa agitando la teoría de la conspiración, hubo “analistas” complacientes con el dúo. Como Jorge Vestrynge, otro trashumante ideológico, que basó todo su alegato académico en La Sexta en bramar contra los malvados que desean “que los pobres sigan siendo siempre pobres, ¡coño!”. En ese formato de tamaño nivel intelectual se manifestaron los más afectos a la pareja.

Nada que ver con una pedestre realidad. La que mostraba al secretario general del Podemos y a su portavoz en el Congreso utilizando argumentos de la esfera privada (su derecho a la intimidad) para justificar el impacto público de sus actos. Y al contrario, esquemas procedentes de la esfera pública para avalar acciones privadas. Así lo demostraron con su primer comunicado. El emitido en su cuenta de Facebook el viernes 17. En el mismo defendían con pelos y señales la probidad de la operación inmobiliaria, pero sin dejar de militar en su desprecio hacia la gente de la casta que hace lo mismo pero, al parecer, con otras intenciones.

En este a exsentido, recordaban que sus 600.000 euros (unos 100 millones de pesetas), valor aproximado de la “casa de campo” son de mejor naturaleza moral que los igualmente 600.000 euros que desembolsó en su día el ministro Guindos para comprar un ático. Y con idéntico rigor de parte denunciaban el acoso de los pararazzi que “después venden sus fotos a Eduardo Inda”. Sin querer recordarse que ambos dos, Iglesias & Montero, tal para cual, explotaron políticamente hasta decir basta el famoso video cleptómano de Cristina Cifuentes, ni que hubiera sido el infumable Inda quien lo hubiera puesto en circulación. Asunto, por cierto, que terminó la ex presidenta madrileña dimitiendo de lo divino y de lo humano. En eso del acoso también hay clases.

Otras postverdades del tándem tienen que ver con el presupuesto, establecido por Íñigo Errejón para echar una mano desde la distancia, de que cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero, aunque “los asuntos de la política tienen que ver con lo que hace cada uno con el dinero de todos”. Cierto solo a medias en el caso que nos ocupa. Veamos Por una lado, la mayoría de los ingresos de Iglesias y Montero son dineros públicos, “de todos”, porque provienen de los sueldos que reciben por su condición de diputados (además de las subvenciones que ingresa la marca Podemos por número de votos y escaños logrados en las elecciones).

Así que de esa verdad, únicamente la mitad es cierta. Pero es que encima, el resto es un anexo consecuencia directa de lo anterior. Es obvio que el “dinero privado” del que disponen por las remuneraciones que obtienen al asistir a las teles, escribir libros o participar en conferencias, traen causa de su condición política de representantes públicos. Cuando eran simples ciudadanos solo tenían el salario de sus respectivos trabajos. Estamos de nuevo socializando pérdidas y privatizando beneficios.

Y ese orden de cosas sorprende que en su reclamo al veredicto de la bases hayan dicho que dejan a su criterio si deben abandonar sus cargos en Podemos y sus actas de diputad@s en el Congreso. Llama la atención que todo un profesor de ciencia política, por muy interino que sea, como Iglesias desconozca que el acta pertenece a los electores y es intransferible, por más que la práctica habitual en la partitocracia que nos domina sea hipotecarla a favor del aparato del partido.

Terminemos. Lo que hasta la oferta de plebiscito a la búlgara era en buena medida anécdota ahora es categoría. Tras la declaración conjunta instando al escrutinio de las bases (como hizo Felipe González cuando amenazó con la espanta si el XXVIII Congreso no tragaba con su propuesta de abandono del marxismo) ya hay “caso Iglesias-Montero”. Y mira que lo tenían a huevo. Bastaba con haber dado su brazo a torcer cuando saltó “el escándalo” y dar marcha atrás en la transacción. Hubiera sido un gesto de coherencia política y humildad personal que les habría generado muchas simpatías.

Hasta el vivales del Rey Juan Carlos lo hizo, con aquella metedura de pata de la cacería en Bostwana, cuando dijo: “Lo siento mucho. Ha sido un error. No volverá a ocurrir”. Pero el sostenella y no enmendalla de los líderes de Podemos ha convertido una simple pifia en un inmenso disparate. De ahora en adelante todo el mundo, propios y extraños, ya sabe que el partido anticasta Podemos, el representante de los de abajo, tiene licencia para engañar. Por un pecadillo personal de sus jefes, se le asociara a esa forma de corrupción endogámica consistente en hablar ex catedra en la teoría y hacer lo contrario en la práctica.

Soplar y sorber al mismo tiempo será el estigma chungo que persiga a la formación morada. La trashumancia ideológica que empezó en la Grecia de Syriza y se nos viene encima con la Italia del M5E y la Liga, junto al nomadismo ético. En el primer caso desairando la opinión de las bases y el segundo con su beneplácito. Y todo ello después de un periplo en el que su socio Izquierda Unida (IU) ha quedado hecho unos zorros por su fuego amigo.

Rafael Cid

 

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