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Hacia la Moncloa (Por Rafael Cid)

por Colaboraciones

“Hacia la Moncloa”. Menuda novedad. Desde Fernando VII, otro deseado, no ha nacido partido afín al sistema que no aspire a sentar allí sus reales y ocupar el BOE. Ayer y hoy y mañana, mientras la política sea una cuestión de dirigentes y dirigidos, de profetas y sirvientes.

Tiene maldita gracia que a lo máximo que podamos aspirar políticamente es a volver orgullosamente a la casilla de salida. El “Hacia la Moncloa”, esgrimido como divisa mesiánica por Pedro Sánchez, “el renacido”, significa en sustancia que el partido que primero perpetró las políticas de ajustes y recortes dictadas por la troika, sea ahora la gran esperanza blanca para la regeneración del sistema. EL compromiso de “tierra prometida” hecho por el nuevo secretario general del PSOE, entre un mar de puños levantados al belicoso son de La Internacional, tiene algo de opera bufa. El hijo pródigo vuelve a la casa común de la izquierda sin haber ido.

Porque no otra cosa, sino más de lo mismo pero con el romanticismo y la épica que suelen adornar a los han logrado burlar al villano, es lo que han retratado la puesta en escena y las resoluciones de su 39º Congreso. Vibrantes declaraciones para echar del gobierno al PP, “el partido más corrupto de Europa”; reivindicación del laicismo como seña de identidad socialista y asunción del concepto de plurinacionalidad como marca de la casa para definir el modelo de Estado postulado.

Todo ello a la vez y al mismo tiempo que sus contrarios. Olvidando que esas siglas son las mismas que aparecerán este año en el banquillo de un tribunal andaluz por el caso de los Ere, el mayor desfalco de la historia reciente, con dos ex presidente del PSOE dignos de toda sospecha y más de 800 millones de euros de dinero público en entredicho. Que la verdadera separación entre Iglesia (católica, por supuesto) y Estado (monárquico, por supuesto también) solo es creíble denunciando los Acuerdos con la Santa Sede (el Concordato) ratificados por todos los gobiernos que hasta ahora han sido. Y que el multiplex “nación de naciones” es un nasciturus si al mismo tiempo se hace fe de solemne acatamiento del artículo segundo de la vigente Constitución, nicho perenne de aquel castrante “atado y bien atado”.

Claro que todo eso es poco relevante para los miles de seguidores del sanchismo, justamente fervorizados por su éxito ante el ataque combinado de la Gestora, el Grupo Prisa y el Ibex 35. Cuando se derrota a un enemigo de semejanza calibre, los errores y contradicciones apenas cuentan en el balance. Lo que no quiere decir que ese lastre no vaya haciendo su trabajo de zapa sepultando a medio plazo cualquier resquicio de auténtico cambio. Y de ese legado también ha habido ejemplos en el cónclave de marras. Como cuando el respetable brindó un apoteósico aplauso a la fallecida Carme Chacón, la ex ministra que nos involucró en al ataque a Libia, siendo titular de Defensa, y apadrinó el desahucio exprés, desde la cartera de Vivienda.

Pero quizás lo más chocante esté en el apartado “nuevas generaciones”. Me refiero, por un lado, a ese pronunciamiento en favor de la República, aprobado en comisión por 98 votos contra 69, a propuesta de Juventudes Socialistas, que fue reducido a la nada por la apisonadora del aparato al borrarlo del plenario. ¿Cabe más muestra de fidelidad al régimen del 78 y mayor prueba de la endeblez de los procedimientos democráticos proclamados? Con esos esquemas mentales no resulta extraño que Pedro Sánchez fuera capaz de mentar al verdugo en casa del ahorcado sin que se derrumbaran los cimientos del templo.

Me refiero, por otro lado, a esa promesa de “representar a las gentes del 15-M” sin ni siquiera hacer un mínimo acto de contrición. Pretender asumir los intereses de aquellos que  de cuse echaron a la calle el 15 de mayo de 2011 precisamente para combatir las políticas draconianas del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, de cuyo silencioso grupo parlamentario formaba parte el propio Sánchez, es una auténtica burla para los anales de la infamia. El mismo ejecutivo que puso en macha el desmantelamiento del Estado de Bienestar; la contrarreforma laboral y de las pensiones; el golpe de mano del artículo 135 de la Constitución; que entregó las Cajas de Ahorros a la gran Banca a costa del dinero de todos; y entregó a Estados Unidos de la Base de Rota como sede naval del sistema de Escudos Antimisiles. Que los que les sucedieron hayan seguido y aun perfeccionado el latrocinio no exime de responsabilidad ni blanquea el delito de los pioneros. Por más que el sofrito de la manipulación de masas pretenda que lo que mancha una mora otra mora verde lo descolora.

“Hacia la Moncloa”. Menuda novedad. Desde Fernando VII, otro deseado, no ha nacido partido afín al sistema que no aspire a sentar allí sus reales y ocupar el BOE. Ayer y hoy y mañana, mientras la política sea una cuestión de dirigentes y dirigidos, de profetas y sirvientes. Es la particular yihad a la que se adscriben todos los creyentes que abrazan la fe contra la razón. Precisamente con otro “Hacia la Moncloa” empezó el régimen ahora celebrado por sus panegiristas de plantilla con ocasión de los “40 años de las primeras elecciones”, predemocráticas, las del 15-J del 77, con presos aún en las cárceles.

Y como siempre ha sido El País el encargado de recordarlo con un especial titulado sarcásticamente “La voz de todos”. Porque antes que nada, la Transición comenzó con esa obra de transformismo que fueron Los Pactos de la Moncloa, donde la izquierda política (PSOE y PCE) y sindical (el tándem CCOO-UGT, no así CNT) se avino a imponer a la clase trabajadora los ajustes y recortes que el capitalismo nacional demandaba entonces para superar la crisis económica (precedente de la del 2008, en aquella ocasión provocada por la súbita elevación exponencial del precio del petróleo), aceptando la implementación de topes salariales con efectos retroactivos. Una efeméride que un ex director del diario, Joaquín Estefanía, positiva con un artículo ad hoc, en las antípodas de la posición que en aquel 1977 mantuvo la revista El Cárabo, también de su dirección, como correspondía a una publicación de extrema izquierda maoísta y trotskista.

Aquel cambalache se justificó echando mano de la justicia poética. Como aún andaban faltos de botafumeiros de postín a lo Javier Cercas y Jordi Gracia, se recurrió al famoso eximente de la “correlación de debilidades”, término acuñado con más mala leche por Manuel Vázquez Montalbán para describir la rendición sin condiciones de los prebostes de la oposición. Y como, sin ruptura democrática, lo que no es tradición es plagio, esa estirpe sigue gozando en el siglo XXI de buena salud. De ahí que a quienes juran y perjuran que nunca jamás Albert Rivera y Pablo Iglesias aceptaran al casamentero Pedro Sánchez para explorar un sorpasso a tres, quepa recordarles que más difícil parecía que Santiago Carrillo por los comunistas y Fraga Iribarne por los franquistas se dieran el sí quiero. Sucedió y todos contentos. Porque hogaño como antaño “somos la izquierda”, manque pierda.

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