“La ley suprema de la historia es la comunidad”
(Rudolf Von Ihering)
“Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”
(Rodríguez Zapatero 13/11/2003)
Rafael Cid
Lo que los legítimos representantes de los ciudadanos catalanes han hecho en el Palacio de Cibeles ha sido trasmitir de viva voz a todos los españoles, sin intermediarios ni pregoneros torticeros, que la democracia exige un diálogo irrestricto para que la voluntad responsable del pueblo tenga su debida expresión política. Y como no hay significado sin significante pero sí al contrario, el término “autodeterminación” ha vuelto donde solía.
Claro que no sin antes superar todo tipo de trabas, zancadillas y campañas de agitprop. Porque avergüenza saber que la ejecutiva catalanista fue torpedeada por instituciones y empresas, públicas y privadas, a la hora de buscar un sitio donde realizar el evento. Que al final haya sido en una sala del ayuntamiento de la capital, regido por un movimiento municipalista ajeno al bipartidismo dinástico hegemónico, es una prueba más de las enormes dificultades que existen hoy en España para ejercitar plenamente el artículo 20 de la vigente Constitución que garantiza la libertad de expresión “sin ningún tipo de censura previa”. Malacostumbrados a que la opinión pública sea la opinión publicada, el que trasgrede no sale en su foto, y santas pascuas.
Dejémoslo ahí y que los catalanes (y el lucero del alba) hablen y hagan por sí mismos, sin injerencias ni paternalismos, hasta donde su razón vital alcance. Pero si algo está claro es que nos encontramos ante una encrucijada diametralmente opuesta a la que en 1975 se puso en marcha para alumbrar el actual sistema. Principalmente porque entonces se trató de un pacto por arriba sin participación directa de la gente, que se limitó a refrendarlo como inane parvulario. Y lo que ahora tenemos enfrente es eso que se ha llamado “proceso de desconexión”, y que Puigdemont ha tenido la osadía de denominar con todas las letras: “autodeterminación”. Un parto con progenitores reconocidos y reconocibles (el sujeto histórico, dicho en cursi) en el cuerpo social.
La ironía es que el cártel que patrocinó sin solución de continuidad el paso del franquismo monopolista de partido único al monarquismo partitocrático competitivo (de ley sin Estado de Derecho a ley legítima) pretenda que repetir la apuesta en democracia es poco menos que un delito de lesa humanidad. La clave de semejante melonada, que a nadie no fanatizado se le escapa, está en que entonces se buscaba un divorcio a la española manteniendo el control del poder (modelo casa-cuartel) y, por el contrario, hoy se insta la ruptura democrática vía metamorfosis. Es decir, espabilar una saga destituyente que abra el cauce para otra etapa constituyente (de ex ley a ley) de amplio espectro en la sociedad civil. Esa fue la almendra del Manifiesto de Cibeles que tanta alarma ha desatado en la villa y corte. Además de denunciar lo que antaño se almibaró con un trágala constitucional de plato único a lo Juan Palomo.
¿Cómo hemos llegado a esto?, es la pregunta que muchos dolientes se hacen, y no solo los que participan de la teoría de la conspiración contra las esencias del macizo de la raza. Y aquí, como en tantas otras cosas de la vida, la respuesta tiene que ver sobremanera con los errores y desmanes cometidos por los reticentes más que con los aciertos de los penitentes. De aquellos vientos, los partisanos de la “desconexión” han sacado una valiosa experiencia que les ha permitido ir sorteando obstáculos hasta alcanzar esa cima decisiva en que ya no habrá vuelta atrás.
El corte de mangas del PSOE de Rodríguez Zapatero al president Pascual Maragall prometiendo respetar la integridad del Estatut que aprobara el Parlament para luego “cepillárselo” (Alfonso Guerra dixit) en el Congreso y después ser laminado por el Tribunal Constitucional a petición del PP, tras haber sido ratificado en referéndum en Catalunya. La encerrona al incauto lehendakari Ibarretxe, linchado políticamente en Madrid cuando acudió a proponer su plan de cosoberanía ante sus señorías. Las tremendistas historias sobre el caos económico que espera a los secesionistas que hasta los españolistas más cool desmienten (http://elpais.com/elpais/2017/05/21/opinion/1495384217_808511.html). El absurdo negacionismo ante las consultas populares cuando en la Unión Europea de referencia constituyen el pan de cada día (Escocia, Brexit, Italia, etc.).
Todo eso, y lo que no sabemos pero sospechamos, han dotado al “problema catalán” de un perfil irredentista que ya hace casi imposible la dejación de funciones. Antes tiene que llover a cántaros. Porque, aunque las clase política catalana enfangara el “procés”, la sardana autodeterminacionista persistiría en la calle. Que es donde empezó la unión entre lo urbano y lo local. Entre los sectores más dinámicos de la sociedad civil. El Pacte Nacional pel Referéndum es un intelectual orgánico que agrupa a más de 4.000 entidades y ha logrado que incluso los obispos de la diócesis reman a favor.
Además, y eso es un hecho diferencial respecto a la transacción del 75, ahora es altamente improbable que se pueda repetir aquella alianza contra natura que emparentó a neofranquistas y oposición por arte y milagro del consenso entre élites. La prepotencia de esas lumbreras que han pilotado los diferentes gobiernos del país, al hostigar hasta la extenuación a sus tradicionales interlocutores ideológicos, personalizando las tramas de corrupción en iconos del catalanismo conservador, ha dinamitado esa salida de emergencia. Ya no hay sagrado donde agarrarse. Lo sentenciaba el constitucionalista andaluz Javier Pérez Royo, purgado del diario El País precisamente por sus opiniones irreverentes sobre el “desafío catalán”: “El referéndum en Catalunya ya es inevitable” (http://elpais.com/elpais/2017/05/21/opinion/1495384217_808511.html)
Ciertamente entre esas enseñanzas asumidas por el bloque prosoberanista hay alguna rectificación que le hace más sabio. Por ejemplo, el regreso a la pantalla del referéndum para acumular fuerzas y empatizar a más más con la mayoría como arsenal estratégico para el desenlace. Piensan en añadir a los colectivos que orbitan alrededor de Ada Colau, que sin ser directamente independistas consideran la herramienta del referéndum como una pieza esencial de su forma de entender la democracia de proximidad. Y es precisamente en el tema del referéndum donde más acusa el golpe la Marca España.
Porque no solo prueba la indigencia de una Constitución que ha vaciado de contenido jurídico a la norma al negar su carácter vinculante, frustrando el derecho a decidir sin más argumento que afirmar que la ley no lo contempla, lo que nos devuelve a cuando existía un Estado de Leyes pero no había Estado de Derecho. Quizás por eso, el que fuera vicepresidente del Tribunal Constitucional por la cuota socialista, Francisco Rubio Llorente, se arriesgó a pedir en dos ocasiones que se abriera la muralla. Una sosteniendo que “no parece lógico que para verificar si la sociedad catalana quiere o no la independencia haya que preguntárselo solo a los españoles” (http://elpais.com/elpais/2013/02/01/opinion/1359716070_365196.html). Y otra argumentando que si una minoría territorializada desea la independencia “el principio democrático impide oponer a esa voluntad obstáculos formales que pueden ser eliminados”, añadiendo a continuación que “si la Constitución lo impide habrá que reformarla” /http://elpais.com/elpais/2012/10/03/opinion/1349256731_659435.html).
Vencer y convencer. Como decía el gran jurista alemán Von Ihering citado en el encabezamiento: “el derecho es un organismo vivo de la libertad humana”.