Por Paula Ruiz Roa
Desde hace años, en el mes de noviembre, en torno al día 25, Día Internacional contra las Violencias Machistas, la sociedad se moviliza para visibilizar y reflexionar, con más intensidad, para hacer balance y evaluar la evolución de esta lacra que sufrimos históricamente las mujeres. Una lacra que solo representa un síntoma, el más sangriento, el más inhumano e irracional, el más criminal, de un síndrome más amplio que se llama patriarcado.
Un síntoma al que acompañan otros como la desigualdad, la discriminación, la brecha salarial, la falta de oportunidades y promoción social, la dependencia económica y psicológica, la asignación arbitraria del trabajo de cuidados y doméstico o la cosificación y objetualización de la mujer como mera mercancía sexual.
Y todo ello, en un contexto ideológico y económico que llamamos capitalismo y que se nutre parasitariamente del patriarcado para normalizar el reparto desigual de papeles sociales en función del sexo y el género y la gestión masculina de la sociedad.
Centrándonos en el significado social y político del 25N, el recuento de mujeres asesinadas a manos de los hombres, con los datos extraídos de las diferentes fuentes (feminicidios.net; los oficiales del Ministerio de Igualdad; los contabilizados por la CGT…), aun mostrando ciertas diferencias, hablan por sí solos de manera muy significativa y elocuente, ya que en todas las fuentes se sobrepasa muy ampliamente el millar de muertes.
Desde hace años, CGT viene desplegando mes a mes (cada día 25) una campaña de denuncia pública sobre la existencia de la violencia machista en su máxima expresión como es el asesinato. Al consultar su página web, en el contador de terrorismo machista de que dispone, desde el 1 de enero de 2008, vemos que se contabilizan 1.352 asesinatos producidos por violencia machista, es decir, por el mero hecho de ser mujeres o tener relación directa con ellas. Mujeres con nombres y apellidos, edad y lugar donde han sido asesinadas.
En lo que llevamos de este año 2021 vuelven a ser muchas las decenas de mujeres asesinadas más varios niños y niñas. Sencillamente, atroz, insoportable, inasumible, injustificable desde cualquier punto de vista. Esta realidad nos interpela y obliga a no seguir mirando para otro lado; nos interroga como sociedad y debe obligarnos a replantear con radicalidad los pilares de nuestro sistema de relaciones humanas, de los valores y la ética que sostiene este sistema.
Con que solo hubiera una víctima, algo que algún sector social negacionista del terrorismo machista podría calificar de anecdótico, sería suficiente para luchar por la erradicación de la violencia machista, pero este reguero de muertes continuado y extendido a lo largo y ancho de todo el país y todas las capas de la sociedad, esta sangría que se produce ante nuestros ojos con absoluta impunidad, nos conduce a hablar de sistema social fallido, de un sistema patriarcal y machista obsceno, brutal, salvaje, casposo, al que tenemos que poner fecha de caducidad porque nos va la vida y la felicidad en ello.
Este número de mujeres asesinadas en nuestro país se dispara a centenares de miles de victimas en todo el mundo, ratificando, con ello, que el patriarcado y el capitalismo andan de la mano y que ninguna mujer del mundo puede sentirse tranquila.
¿Quién asume la responsabilidad de tanto dolor gratuito y arbitrario que sufrimos las mujeres?
La conclusión es absolutamente contundente. La sociedad tiene que abrir los ojos y reconocer esta realidad que vivimos las mujeres. La mayoría de las mujeres los estamos abriendo cada vez más y con ello estamos pasando a la acción y la rebeldía que nos libere de tanto dolor, tanto yugo y nos conduzca a la emancipación.
Desde el mundo de la cultura, la educación, la investigación, la creación, la vida laboral, la vida social… cada vez son mayores las redes de solidaridad, de cordialidad (como nos enseñaron nuestras anarquistas Mujeres Libres), de apoyo mutuo, que estamos tejiendo para construir una sociedad alternativa a este sistema de connivencia que mantiene el capitalismo y el patriarcado.
Cada vez más las mujeres seguimos abriendo los ojos para no mirar a otro lado y afrontar la cruda realidad de la violencia machista. Pero no basta, hay que seguir ampliando en calidad y cantidad nuestro compromiso con la erradicación de la violencia.
Aunque la conmemoración por separado de efemérides (8M, día del Orgullo, día en defensa del Aborto Libre, día Contra la Violencia Machista, etc.), sin duda, tiene un carácter simbólico, nos permite una mayor presencia mediática y de denuncia ante la opinión publica de las discriminaciones que sufrimos las mujeres, sin embargo, debemos afrontar esta lucha de manera global, de manera permanente, hasta que la verdadera igualdad se instale en las relaciones humanas y sociales.
Nos matan por ser mujeres, nos violan por ser mujeres, nos discriminan salarialmente por ser mujeres, nos explotan sexualmente por ser mujeres, nos consideran personas de segunda por ser mujeres, nos asignan el trabajo doméstico por ser mujeres, no ocupamos puestos de responsabilidad por ser mujeres, no nos dejan decidir sobre nuestro cuerpo y maternidad por ser mujeres…, en definitiva, en todos y cada uno de los planos de la vida y de la sociedad sufrimos una enorme desigualdad por ser mujeres.
El problema, por tanto, es de todo el sistema social, político y económico. Y ese sistema tiene un nombre. A nivel político se llama neoliberalismo, a nivel económico se llama capitalismo, a nivel social se llama patriarcado y machismo. Mientras no cambiemos el sistema en su conjunto para erradicar todas las desigualdades e instaurar una sociedad de igualdad, justicia y libertad, las mujeres vamos a seguir siendo asesinadas impunemente.
La tarea es ardua, compleja, siendo muchos los campos y ámbitos sobre los que intervenir. Las mujeres estamos unidas cada vez más y tenemos claro que la revolución necesariamente tiene que ser feminista, anarcofeminista. Cada día, en cada instante, desde cada ámbito, en cualquier circunstancia, estamos prendiendo pequeñas mechas en pro de esta revolución y cada vez más somos muchas las mujeres que lo estamos llevando a cabo.
La lucha que llevamos las mujeres es inclusiva porque reconocemos la diversidad de seres humanos, de identidades sexuales, de culturas, de circunstancias sociopolíticas, pero esta lucha es liberadora y se produce sin ningún tipo de tutelas de culturas machistas.