A menudo en política como en la vida las cosas no son lo que parecen, sino su envés aunque agazapado en el tiempo. La última remodelación del Gobierno de coalición de izquierdas (un tándem, pero con diferentes pedaleos) se ha presentado como un rotundo éxito de Unidas Podemos (UP). Desde esta perspectiva se valora que UP haya mantenido intocable su cuota en el Ejecutivo y que todos sus ministros sigan en los mismos puestos. Mención aparte del hecho de que Yolanda Díaz ascienda en el escalafón hasta la vicepresidencia segunda, amén de retener la cartera de Trabajo.
El flanco socialista de la cohabitación, por el contrario, estaría sometido a una auténtica purga. Un total de siete ministros sustituidos en sus funciones por designios del altísimo. Entre ellos algunos pesos pesados como la vicepresidenta Carmen Calvo; el Rasputín de Moncloa Iván Redondo; y el titular de Transportes y secretario de Organización del PSOE José Luis Ábalos. Contraste susceptible de interpretarse como signo de fortaleza de la formación morada frente al desguace sufrido por los abanderados de Ferraz.
Un análisis a pie de obra enmarcado en la necesidad que tiene Pedro Sánchez de contemporizar con sus compañeros de viaje, de cuyo apoyo sin fisuras depende la estabilidad de la legislatura. Desde esa óptica, las reflexiones más obvias se limitan a juzgar en clave interna el golpe de timón dado por el presidente. Por un lado iría la rotunda ratificación del núcleo duro del equipo económico (Nadia Calviño, María Jesús Montero y José Luis Escrivá) encargado de gestionar el multimillonario memorándum europeo Next Generation. Y por otro el notorio incremento de su cupo feminista en el Gobierno para deslocalizar las políticas de género del feudo podemita. Los nombramientos de jóvenes promesas de la administración local y autonómica (como las alcaldesas de Gandía y Puertollano, y la delegada del Gobierno en Aragón), por lo demás, serían peones de relevo contra baronías que se han mostrado críticas con los indultos del procés.
Pero el secreto no está en la masa. Es cierto que el suma y sigue de los miembros de UP ha obligado a Sánchez a realizar una crisis sin reducir el número de sus ministros para no descuadrar la proporcionalidad gubernamental. Sin embargo, ese sería el coste de oportunidad de un plan de buena vecindad que lleva fecha de caducidad. Tras tener garantizados los presupuestos, pasado este ecuador y con la vista puesta en las elecciones de 2023, la renovación actual mostrará su verdadero potencial confiscador. Hacer posible fagocitar en las urnas a un Unidos Podemos inane, presentando al sanchismo como la patria común de todas las izquierdas.
Esa es la hoja de ruta que se acaba de inaugurar con el celebrado quietoparao de UP. En realidad, en fondo y forma lo que evidencia es una muestra de debilidad e indigencia. Porque si hay algún derrape que castigue al actual Gobierno mixto, está en el desgaste del grupo que lideraba Pablo Iglesias hasta su espantada. Lejos de mostrar firmeza y cohesión, el <<no nos moverán>> de Unidas Podemos revela su íntima fragilidad y desconcierto. Bien porque carece de banquillo para reemplazar a los ministros más quemados, o porque hoy por hoy en su seno no existe un liderazgo eficaz para imponer una reestructuración autófaga. Temas como el patinazo del titular de Consumo. Alberto Garzón, con su homilía vegana, o la imputación de la gerente y el tesorero de Podemos en el affaire niñera por cuenta ajena son anomalías destinadas a cebar el precipicio electoral que los sondeos auguran a los morados.
En ese contexto emerge la figura prominente de la ministra de Trabajo, a la que el encumbramiento como vicepresidenta segunda ha convertido en el bastión de Unidas Podemos en el Gobierno. De esta suerte, a futuros será ella quien haga la escabechina ministerial que ahora cautelarmente se posterga. Aquí y ahora sería una contradicción asumir el nuevo cargo como virtual número tres del Gobierno amputando a la vez al colectivo que lidera. El de Yolanda Díaz, que no pertenece ni a Podemos ni a Izquierda Unida, y si al Partido Comunista, no sería el primer caso de un político en encarnar los colores de un partido en el que no milita. Lo hizo antes el dirigente de Convergencia i Unió Migue Roca con el Partido Reformista. Aunque el gran precursor fue aquel ministro de Franco, su paisano gallego Pio Cabanillas, que al ser preguntado por el resultado de las elecciones manifestó: <<no sé con quién, pero ganamos>>. Díaz no es Cabanillas ni Roca, pero haberla hayla. Cuando Iglesias dijo adiós a todo esto, le faltó tiempo para despedirle con un cruel y sentido ditirambo, demostrando que no hay mejor cuña que la de la misma madera: <<Pablo es capaz de cambiar la historia de este país>>.
Rafael Cid