Inicio TemasLaboral Identidad de oficio y conciencia de clase (Artículo de Óscar Murciano)

Identidad de oficio y conciencia de clase (Artículo de Óscar Murciano)

por Colaboraciones

No es ningún secreto que la conciencia de clase está en crisis, al menos la que se refiere a la trabajadora, pues en la Bonanova, barrio de Salamanca o Sarrià siguen teniendo muy clara la suya. No hay ninguna explicación única a este hecho sino que es la suma de varios factores los que han ido modelando la disolución del sentimiento de formar parte de una comunidad explotada, la escasa percepción de que la mayoría de los problemas vienen dados por la dominación que ejerce el segmento social que tiene el poder real sobre la mayoría de la población.

Esta situación es principalmente consecuencia de una victoria cultural de nuestros enemigos y no es exclusiva del entorno geográfico más cercano, sino que se extiende de forma general por todo el planeta. Esto explica cómo la agenda neoliberal no está encontrando mucha oposición a su implementación. Al menos de momento.

Y es que la mejor forma de ganar una batalla es que no sea necesario iniciarla. Si tu oponente está dividido y desconoce que forma parte de un grupo que es fuerte cuando actúa unido, no hay que preocuparse de posteriores complicaciones.

Poniendo el zoom en el mundo laboral y, concretamente el anarcosindicalismo o el sindicalismo combativo, no somos ajenos a estas dificultades. ¿A quien no le ha pasado por la cabeza abandonar varias veces por la dureza, cuando no frustración, de intentar articular una lucha potente dentro de los centros de trabajo oa nivel general y que no funcione una y otra vez? A menudo los objetivos se reducen a lo que sea posible con lo que tenemos, lo que implica acabar siendo casi irrelevantes en la confrontación diaria capital-trabajo. El sindicalismo está, pues, también en crisis. No me refiero al descrédito y traiciones de aquellos que han encontrado un sentido a su existencia a la sombra del poder, sino a la propia percepción de utilidad de la herramienta sindical entre la propia clase trabajadora.

Como si estuviéramos en una tormenta perfecta, en un círculo vicioso, en una espiral destructiva, la crisis de la conciencia de clase genera como consecuencia una respuesta sindical débil a empresas, sectores y sociedad. Las pocas victorias, motivadas por esta pérdida de fuerza, incrementan la poca esperanza en los sindicatos para resolver los problemas, la poca esperanza nos debilita más y etc, etc. Estamos ante una profecía autocumplida.

Hay sectores en lo que conoceríamos como modelo sindical clásico de finales del siglo pasado es plenamente vigente: empresas con plantillas más o menos estables, grandes, con una inercia de funcionamiento suficiente a pesar del debilitamiento general. En lo que sería el campo de la precariedad (la mayor parte de la clase trabajadora catalana), el sindicalismo no es percibido como útil. Y aquí habría que tener en cuenta escenarios de valoración internos por dificultades de adaptación, respuestas o reticencias a salir de las zonas de confort, aquellas donde funcionamos “como siempre”. Probar cosas nuevas.

Y es que, a ver, para actuar como grupo el primero es tener conciencia de pertenecer a ella, no podemos plantear un conflicto sin este paso previo. La ideología de clase está en crisis pero a muchas empresas la propia dinámica de la plantilla, el conocimiento que hace la estabilidad, una cierta camaradería, ayuda a articular las respuestas colectivas. No ocurre lo mismo cuando saltas de una empresa a otra, cuando tu sector está atomizado, cuando alternas paro y contrato eventual, cuando te obligan a ser un falso autónomo aislado si quieres trabajar.

Sin embargo, la gente se agrupa y lucha. Kellys, instaladores de Movistar, sindicato de manteros, riders de deliveroo, sindicato de músicos … unas cuantas experiencias van surgiendo últimamente, basadas no sólo en la evidencia de una situación injusta y con la coincidencia de una muy elevada precariedad sino especialmente por un sentimiento compartido de ser una kelly, un músico, un mantero, un rider, un instalador. Y es desde esta identidad, nadie sabe mejor que alguien que sufre el mismo trabajo que yo qué problemas tengo, que pueden crecer las acciones colectivas.

Estas expresiones de agrupamiento de trabajadoras precarias pueden ser tachadas desde algunos puntos de vista sindicales clásicos como síntomas de sindicalismo corporativista, no solidario hacia otros colectivos de trabajadoras que no sea el propio (como los sindicatos de enfermeras, de médicos, de conductores de transportes, etc.), signos de una fase embrionaria del sindicalismo de clase, ya superada en España hace casi un siglo mediante la organización en sindicatos de ramo y no de oficio. En el caso de la CNT se cumplirá este año el centenario del cambio de paradigma que supuso el Congreso de Sants. El uso de la identidad de oficio es, en teoría, un modelo a no replicar y, en todo caso, que sería necesario que se adaptara a la estructura y pensamiento existente.

Otros, ven estas organizaciones como un paradigma de un ‘sindicalismo sin sindicatos’, mediático, cool, nuevo, una apología antiorganitzativa más de una parte del 15M.

Creo que cuando algo funciona (que trabajadoras precarias junten para actuar conjuntamente sobre problemas comunes, allí donde los sindicatos no hemos podido ni hemos sido su respuesta por falta de percepción de utilidad) debemos estar atentos a los mecanismos que lo han causado, y tomar buena nota. Me parece irrelevante como estamos organizados los sindicatos en relación a cómo funcionan los mecanismos de identidad de nuestra clase.

Los sindicatos de clase ya no estamos organizados en función del oficio para que así coordinamos respuestas más contundentes y solidarias, evitando caer en divisiones dentro de las mismas empresas y sectores. Pero eso no quiere decir que las personas hayamos dejado de sentirnos más cerca con quién está soldando mamparas como yo, con quien está desarrollando junto un programa informático, que se está dejando la salud conmigo haciendo 40 habitaciones por día, quien está siendo ‘machacado’ con una bicicleta por pocos euros y un largo etcétera. Este aglutinador es muy potente y muchas veces es la primera fase, el primer escalón para saber que juntas somos más fuertes. Es que no lo utilizamos también nosotros mismos cuando le decimos a la patronal que se pongan ellos los cascos del contact center. Cuando nos referimos a nosotros como “los buseros de TMB”. Cuando decimos que sólo los informáticos sabemos la mierda de trabajo que hacemos. O los ‘pizzeros’ de telepizza.

La identidad de oficio, y todo lo que conlleva, es vital para iniciar respuestas en colectivos precarios o atomizados, fortaleciéndola se genera una comunidad, con lazos de solidaridad basados ​​en el sufrimiento conjunto como primer paso para actuar contra el patrón y sus intereses. La identidad de clase viene en la mayoría de veces después, no antes, y eso ya es cosa nuestra trabajarla para evitar el aislamiento.

Es bastante claro que sería mucho mejor que las acciones colectivas no necesitaran de esta fase, pero las cosas están como están, y en el campo de la precariedad si todavía no hemos tenido en general influencia, puede que revisemos la forma de intervenir.

Òscar Murciano, Secretario de Acción Social de la CGT de Catalunya

 

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