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Así hablas, así es tu cerebro, así te comportas

por Colaboraciones

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El pueblo Inuit dispone de unas cuarenta palabras para nombrar el color blanco –en su mundo, por cuestiones aún hoy ligadas a la supervivencia, necesitan diferenciar con exactitud todos los tonos y matices de nieve, hielo, osos y otros animales, alimentos, etc-, mientras que la tribu africana Himba tiene sólo una para una serie de colores oscuros cuyas diferencias, en las necesidades de su entorno, no tienen una importancia vital.

Así pues, el lenguaje es un sistema de comunicación que da forma a las relaciones entre los seres humanos y responde a sus necesidades, es decir, es reflejo de la sociedad en la que es utilizado y también la influye y transforma: lo que no se nombra, pudiera igualmente no existir. Además es ciencia cierta que el cerebro hace el lenguaje y, recíprocamente, el lenguaje hace el cerebro (1).

Ante esta demostrada relación entre lenguaje y principal órgano rector de nuestro comportamiento, sea instintivo o racional, podemos concluir que el primero modula y condiciona el segundo. Es por esto que el uso inclusivo del lenguaje debe incorporarse transversal y totalmente en el curso habitual, hablado y escrito, de toda actividad humana.

A pesar de ello, la RAE (2) insiste en que el género masculino en castellano es el “neutro”, una suerte de género “por defecto” en el que las mujeres debieran darse por subsumidas. Esta convención del llamado “masculino genérico” no es inclusiva: en un grupo de varios niños y una niña, el sustantivo colectivo es “niños”, pero también lo es en un grupo donde hay varias niñas y un único niño. Algunos somos trabajadores y otras somos trabajadoras pero todas, unos y otras, somos personas (palabra femenina).

La utilización en nuestro idioma del género masculino para referirse genéricamente a las personas es una norma o práctica sobreentendida y supuestamente admitida, reminiscente de tiempos en que se pretendía que ellas no pintaban nada, no existían, eran comparsas, invisibles… y, como tal, puede y debe cambiar. Asumir esta integración, sumisión en realidad, esperada por la RAE, prepondera la visibilidad de los hombres y es sabido que actuar como si existiera verdadera igualdad no ayuda a conseguirla.

Son ejemplos del lenguaje inclusivo el uso de la forma femenina de las palabras (ingeniera, bombera…), de los términos verdaderamente genéricos (persona, ser humano…) o colectivos (comunidad, personal, plantilla…) y el esfuerzo por reestructurar las frases para no repetir el sustantivo. Las dos últimas son mis preferidas y prevalecen en mi expresión respecto a, por ejemplo, la duplicidad de terminaciones (as/os) o la utilización de la “x” (lxs españolxs), ambas tan irritantes para tanta gente como el uso de la denostada arroba. Eliminar de un término la diferenciación de género ya es más común en otros idiomas, que parecen ser más flexibles que el nuestro en ese sentido: el diccionario Merriam-Webster agregó “Mx” en lugar de “Mr” y “Ms” (señor y señora) para denotar a alguien sin expresar su género. Quizá la diferencia no sea el idioma sino las diferentes ‘academias’ o ‘entes lingüistas’.

Los lenguajes se crean a partir del uso y la RAE debe analizar y comprender el lenguaje, no dirigirlo o siquiera arbitrarlo. Somos las personas hispanohablantes quienes determinamos si el uso inclusivo de género es absurdo o responde a una necesidad real para una sociedad más igualitaria.

(1) El procesamiento del lenguaje -una de las funciones más elevadas del cerebro humano- y sus distintos componentes -fonemas, morfemas, sintaxis o significados-, se realiza en un subconjunto de áreas cerebrales del córtex -la estructura cerebral más compleja y reciente desde el punto de vista evolutivo- denominado sistema semántico, especializado en el significado de lo que se oye, lee o piensa. Al procesar el significado de las palabras, se activan patrones cerebrales muy complejos con intervención de decenas de áreas neuronales.

El modo en el que nuestros cerebros adquieren un lenguaje y aprendemos a hablar ha sido muy estudiado por la comunidad científica, pero no hay una única teoría que explique el proceso por el que se consigue: del innatismo de Noam Chomsky -sostiene que tenemos unas aptitudes lingüísticas innatas que se activan en función del entorno-, al constructivismo o las teorías que apuntan que se aprende a hablar a través de la comunicación e interacción con el entorno.

La plasticidad cerebral (neuroplasticidad) o capacidad del sistema nervioso para cambiar su estructura y funcionamiento a lo largo de la vida, como reacción a la diversidad del entorno, implica modificaciones a diferentes niveles -propiedades biológicas, químicas y físicas- en el sistema nervioso: estructuras moleculares, cambios en la expresión genética, nuevas conexiones sinápticas y comportamiento.

Cuando está ocupado en un nuevo aprendizaje o en una nueva experiencia, el cerebro establece una serie de conexiones neuronales (sinapsis). Estas vías creadas mediante el aprendizaje se refuerzan con la práctica (repetición), igual que se forma y mantiene un camino de montaña a través del uso diario de la misma ruta.

La neurogénesis -nacimiento y proliferación de nuevas neuronas- en el cerebro adulto, considerada casi una herejía por la comunidad científica hasta hace poco -se creía que las neuronas morían y jamás eran reemplazadas por otras nuevas- pero probada en los últimos años, es otro mecanismo que surte y colabora en el aprendizaje.

En resumen, el aprendizaje y posterior uso de lo aprendido, incluyendo el lenguaje, modela el cerebro y, por tanto, está directamente implicado en el comportamiento. Así de sencillo y así de complejo.

(2) La RAE (Real Academia Española) es esa entidad -cuyo sistema de elección de académicas es el colmo de la democracia y el acierto- que ha permitido que “murciégalo”, “asín” y “almóndiga” sean consideradas vulgares pero correctas. ¿Cómo es que de 43 académicas actuales solo 8 son mujeres?

(Alex)

 

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