carlostaibSon varias las personas que me preguntan sobre lo que está sucediendo estos días en Cataluña. Aunque la política convencional –los partidos, los parlamentos, las instituciones- me atrae poco, y aunque su consideración me obliga a asumir lenguajes que no son el mío, me parece que no es saludable callar ante lo que entiendo que son aberraciones en el discurso y, más allá de éste, en los hechos. Ahí va, pues, una rápida reflexión.

  1. 1. Las polémicas acompañan siempre a los intentos de convertir en plebiscitarias unas elecciones ordinarias. No faltan, claro, en el caso de las autonómicas catalanas del pasado septiembre. Me limitaré a señalar que es razonable suponer que hubo votantes de Convergència que respaldaron a Junts pel Sí antes por lealtad de partido que por convencimiento en lo que respecta a la cordura de la propuesta soberanista. Pero, y en sentido contrario, sería equivocado concluir que todos los votantes de Catalunya Sí que es Pot, y del propio PSC, son hostiles a la independencia. En estas condiciones, no sabemos a ciencia cierta si en Cataluña hay o no una mayoría de población a favor de tal independencia. Tiene gracia, aun así, que menudeen quienes negaron militarmente el horizonte de unas elecciones plebiscitarias y ahora, cuando sobreentienden que los resultados les han sido favorables, blanden éstos como si fueran un reflejo insorteable de la opción no independentista de la mayoría de los catalanes. Me da, sin embargo, que si el “bloque soberanista” hubiese conseguido el 80% de los votos la señora De Cospedal seguiría diciendo que las elecciones no significan nada. Eso es lo que se llama jugar limpio.

 

  1.  Admitiré de buen grado que, a los ojos de quienes creemos en el derecho de autodeterminación –mis percepciones al respecto se incluyen en un librito, En defensa de la consulta soberanista en Cataluña,que publiqué en 2014*-, una declaración de independencia emitida en las condiciones presentes no es saludable en sí misma, tanto más cuanto que, datos estadísticos en mano, esa declaración surgirá en virtud de una mayoría de escaños, y no de votos. Pero conviene recordar que la declaración en cuestión, de producirse, será una respuesta fuera de tono a una conducta previa aún más fuera de tono: la que ha dado en prohibir un referendo de autodeterminación en Cataluña. Y no está de más subrayar al respecto dos hechos: si el primero señala que el “bloque soberanista” demandó en el pasado, una y otra vez, tal referendo, el segundo no puede sino identificar, en el resultado de las elecciones de septiembre, un franco apoyo popular –en él se dan cita, a buen seguro, muchas personas que no desean, sin embargo, una Cataluña independiente- a esa consulta. Mucho me gustaría creer, aunque hay pocos motivos para hacerlo, que los pasos que está dando una parte del parlamento catalán obedecen al propósito de presionar para que los dos grandes partidos españoles cambien de criterio en lo que se refiere a la organización de un referendo de autodeterminación.

 

  1. A menudo sucede que la ley, pese a haber visto la luz en virtud de las reglas que establece la democracia liberal, o precisamente por ello, tiene una precaria condición democrática… Y es que, ¿qué ley que se precie de democrática es saludable que impida la celebración de un referendo popular en un lugar en el que, con toda evidencia, hay un problema político? ¿Puede invocarse sin sonrojo una Constitución, la española hoy en vigor, aprobada hace casi casi cuarenta años en condiciones dudosamente democráticas? ¿Es razonable que se convierta en un catecismo un texto que no ha podido refrendar un 70% de los ciudadanos españoles que hoy disfrutan del derecho de voto? ¿Merece respaldo una Constitución que opera como cerrojo protector, no de la democracia, sino de la integridad territorial y de las esencias nacionales? Quien ampara la prohibición de un referendo en Cataluña, y lo hace además sin pestañear, ¿no está estimulando respuestas que son, en sí mismas, poco saludables? ¿No debería producir vergüenza la escueta afirmación, llena de riqueza argumental, de que el referendo no puede celebrarse porque la ley lo prohíbe?

 

  1. Tiene también gracia la sugerencia, obsesiva entre nuestros tertulianos, de que lo que debe organizarse es un referendo en toda España. Lo de menos al respecto es que no haya un solo ejemplo de referendo de autodeterminación que se ajuste a esa fórmula. En Canadá votaron exclusivamente los habitantes de Quebec y en el Reino Unido lo han hecho los escoceses. Mucho mayor relieve corresponde, a mi entender, al hecho de que elestablishmentpolítico español rechaza también, y palmariamente, el horizonte de una consulta en todo el territorio que controla: tiene un miedo cerril a que se escenifique una situación en virtud de la cual la mayoría de los catalanes –vamos a suponer que será así- se pronuncian por la independencia, mientras la mayoría de los españoles la rechazan.

 

  1. Salta a la vista que en elestablishmentpolítico español, recién mencionado, se revela el ascendiente de un nacionalismo esencialista que reproduce muchas de las miserias que atribuye, a menudo con razón, a los demás. España es, entonces, una realidad intocable, y como tal se presenta anterior a constituciones y consultas. La integridad territorial y la indivisibilidad de la nación propia no son, de resultas, negociables. En semejante escenario cobran cuerpo afirmaciones que, como las que rezan que “Cataluña será siempre España” o que “la guardia civil nunca abandonará el País Vasco”, deberían producir estupor en una instancia política que se autodescribe como democrática. Ello es así por mucho que la miseria correspondiente se cubra con una retórica y vacua invocación de la democracia y de la ley.

 

  1. Lo más inteligente para el establishmentespañol sería dar marcha atrás, reformar la Constitución en vigor, permitir la celebración de referendos de autodeterminación y pelear en ellos en buena lid. Aunque la conducta de los últimos años de ese establishmentle ha dado alas, visiblemente, al movimiento soberanista en Cataluña, los unionistas podrían imponerse, por qué no, en ese referendo y saldrían claramente legitimados en su posición. ¿Por qué cerrar las puertas a un proceso tranquilo y pactado como el que, poco más de un año atrás, abocó en la celebración de un referendo de autodeterminación en Escocia? ¿Será que fue una aberración autoritaria lo que cobró cuerpo en el Reino Unido?

 

  1. Entiendo perfectamente que haya personas, y muchas, que consideran que una Cataluña independiente sería, por motivos varios, una mala noticia. Incluso una tragedia. No me queda sino invitar a esas personas a que expresen cabalmente esa opinión al calor de la campaña que debe anteceder a un referendo de autodeterminación. Pero no puedo sino disentir de quienes, dando por descontado, al parecer, que su opinión no puede ser discutida, consideran imperativo que se impida la celebración de tal referendo. ¿Qué dirían nuestros avezados tertulianos si alguien, sobre la base del argumento –bien sensato- de que no es saludable que el PP prosiga haciendo lo que hace, apostase por cancelar sine die las elecciones generales?

 

  1. Con frecuencia me preguntan si soy partidario o no de una Cataluña independiente. Me limito a responder que me gustaría, sin más, que los catalanes, luego de un debate franco y respetuoso, se pronuncien al efecto. Y tan respetable me parecerá un apoyo popular a una Cataluña independiente como la preservación de un escenario como el actual. Importa, claro, que en ninguno de esos dos casos, y en otros imaginables, se produzca, para nadie, un retroceso en capacidades y derechos; para ello hacen falta buena voluntad y una concordia de verdad (no como la preconizada por Felipe González). Dejo para otro momento, en fin, la consideración de lo que para un libertario debe resultar obvio: si es impensable defender un Estado y un ejército en Cataluña –la independencia, en realidad, a duras penas guarda relación con uno y otro-, no es razonable callar ante las imposiciones de un Estado como el español, cuya condición democrática -¿qué Estado es, por lo demás, democrático?- hace agua por todas partes.

 

*Aunque el libro, publicado por Catarata, no parece que haya llenado de satisfacción a los defensores de las esencias nacionales españolas, tampoco ha gustado a quienes vinculan inexorablemente la independencia de Cataluña con la institución Estado y, con ellos, a las versiones etnicistas del nacionalismo catalán. 

 

http://www.carlostaibo.com/index.php#

 

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