El nuevo Secretario General del Partido Socialista Obrero Español afirmaba esta semana que trabajaría para recuperar el voto de la clase media, que es la que genera riqueza y que está soportando sobre sus hombros todo el peso de la crisis. Al instante salieron airosas las voces de aquellos que piensan que los socialistas nos debemos a la O de nuestras siglas, a los obreros, a la clase trabajadora y que por ellos es por quienes debemos luchar.
Sin entrar en la disquisición artificial sobre si el PSOE ganaría las elecciones apoyándose en la clase media y en unas políticas moderadas, casi de centro, o si por el contrario, debe girar a la izquierda y buscar el voto de aquellos más desfavorecidos, los pobres, la clase trabajadora, que solo conduce a dispersar el voto de todos aquellos que realmente estamos sufriendo los recortes y las políticas erráticas del Partido Popular, incapaz de generar riqueza, de crear empleo, de cambiar el modelo productivo, de sanear el sector inmobiliario, de poner freno a los desmanes de la banca, de combatir el fraude fiscal… me gustaría analizar el asunto de la tan cacareada clase media.
Hace unos años, cuando Montoro presumía del círculo vicioso del ladrillo en aquel Gobierno presidido por el ínclito Aznar, cuando el crédito fluía sin control alguno por parte de las entidades financieras, cuando cualquiera podía comprarse una gran casa, por tropecientos mil euros y le sobraba para amueblarla y si era algo mañoso para un buen coche, nos hicieron creer que esto suponía ser clase media. Nos vendieron que España iba bien y que nosotros ya no éramos trabajadores, pobre clase obrera, no, nosotros éramos incipiente clase media.
¿Por qué hicieron esto? Por diversas razones, la principal porque el PP sabía que jamás podría ser considerado el partido de los trabajadores, por mucho que Loli Cospe tuviera la desfachatez de afirmarlo en campaña electoral años después. Sabían que la única manera de mantener una mayoría suficiente para gobernar era convencernos a los españoles de que ya no necesitábamos a los socialistas, ni la lucha de clases, ni los sindicatos, ni nada que oliera a pobreza, a miseria, a desigualdad social.
Por otra parte, todos y cada uno de nosotros debemos asumir nuestra cuota parte de culpa, fuimos muy pocos los que desconfiamos de aquella bonanza económica, los que no quisimos hipotecarnos de por vida por temor a que los tipos de interés no siempre fueran tan bajos, o los salarios tan altos o cualquier otra trampa que aquel sueño hipnótico colectivo pudiera deparar. Pocos los que seguimos diciéndole a nuestros hijos que tal o cual capricho no podía ser porque éramos pobres, aunque no nos faltara para comer, ni para darnos más de un lujo de vez en cuando, pero creíamos que un poco de realidad siempre ha sido buena para criar ciudadanos de provecho.
A casi todos nos encantó que nos desclasaran, dejar de ser obreros, trabajadores manuales, asalariados y pasar a ser esa soñada clase media que podía permitirse vivir bien, grandes casas, buenos vehículos, vacaciones por el mundo… La otra opción era mucho menos glamurosa, vivir como nuestros mayores, pagando las hipotecas de pisos pequeños en ciudades dormitorios antes que ninguna otra cosa, estirando la vida de un humilde utilitario y veraneando en el pueblo o en la casa de la playa de toda la vida.
Nunca fuimos clase media pero los españoles creímos que lo éramos y empezamos a pensar que pagábamos demasiados impuestos, que había trabajos de segunda que mejor hicieran los inmigrantes, que nuestros hijos tenían que estudiar en colegios de pago donde no se juntaran con los hijos de los más desfavorecidos, que para qué hacía falta la Sanidad Pública si podíamos pagarnos un buen seguro privado y que los socialistas estaban dando demasiados derechos para demasiada gente y que quizás nos fuera mejor con un gobierno más cercano a las clases medias a las que creíamos pertenecer, el del Partido Popular.
Nunca fuimos clase media y esta gran estafa a la que llaman crisis ha venido a recordárnoslo con toda la crudeza posible. Se acabaron los pisos millonarios, los créditos a precio de saldo sin apenas condiciones para concederlos, los coches de gama alta, la ropa buena, salir por ahí todas las semanas, se acabó el sueño dorado del ladrillo. Hoy, la gran mayoría de nosotros sabe que aquellos tiempos en los que atábamos los perros con longanizas no volverán, pero también hemos recuperado algo que puede ayudarnos a salir de la crisis, todos juntos, la conciencia de clase. Quizás lo único bueno que haya traído la crisis sea esto, despertar conciencias, remover principios y valores que teníamos aletargados y hacernos comprender que da igual que no fuésemos clase media, que tenemos derechos, que nuestros hijos tienen que tener un futuro y que solo hay una manera de conseguirlo, luchar por él.
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