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Políticas del miedo (Por rafael Cid)

por Colaboraciones

La realidad no existe, sólo lo que aparece por la tele. Se ha institucionalizado lo que afirmó nuestra más famosa presentadora de las mañanas. Aquel obsceno “lo importante no es la verdad, sino lo que se cuenta como verdad, que por regla general es mentira”, que glosó Ana Rosa Quintana en un Curso de Verano años atrás.

Nos gobiernan los medios. Lo que sale en el plasma, grabado, relatado, enlatado y editado para impactar en la audiencia, es lo que existe. Y todos aquellos que quieren vender algo a la masa cautiva frente a la caja tonta acuden solícitos a la cita para ganar cuota de mercado. Da igual que se trate de celebritys en horas de saldo o políticos buscando su minuto de gloria.

La democracia, concebida como un régimen transparente de participación y deliberación del demos, está secuestrada por la “experiencia orweliana”. Y lo más grave es que, mientras en política diaria se actúa cada vez más sin el consentimiento de los gobernados, lo que vomitan las cadenas audiovisuales goza del aplauso de esas multitudes secretas. El 8 de marzo, día de la histórica manifestación feminista en 120 ciudades españolas, el programa más visto fue El Hormiguero, con 3.085.000 personas atentas a sus chorradas, muy por encima de los espectadores que siguieron las noticias sobre las protestas.

Aunque lo peor no está en esos estúpidos espacios de entretenimiento ( literalmente “perder el tiempo”) que reproducen en humanos el reflejo condicionado que Paulov verificó sobre su perro a toque de campana. Lo que realmente provoca una patente atrofia del aparato racional y sensitivo de la gente que se dopa ante las teles, son los eventos y emisiones de rabiosa actualidad. Aquí es donde el monstruo de la mutación de las conciencias viene a vernos y hace estragos.

Esta última semana hemos tenido tres ejemplos de esa manipulación que convierte la mediocracia en “extensiones del hombre”, según la expresión de Marshall McLuhan. Hablamos de la comparecencia pública del equipo de la Guardia Civil que rastreó el crimen del niño Gabriel; de la muerte de un mantero en el barrio madrileño de Lavapiés; y del pleno del Congreso sobre la derogación de la prisión permanente revisable (otro oxímoron del lenguaje jurídico). Todos ellos de enorme eco gobeliano.

Empecemos por el más sentido. Los jefes de la Benemérita (sic) explicando su actuación en el suceso que ha conmovido a España. Mostraron empatía con los padres del pequeño. Se deshicieron en elogios recordando al niño. Se emocionaron hasta casi romper a llorar. Y dibujaron ante la multimillonaria audiencia un macabro retrato psicopatológico de la presunta asesina Ana Julia Quezada. Todo normal e incluso de agradecer si no fuera por un pequeño detalle. Porque según el código penal vigente nadie es culpable hasta que no se demuestre lo contrario, y aún esa fase no ha llegado.

Porque ellos, los meritorios investigadores, estaban siendo en cierta medida “juez y parte”, y con sus emotivas opiniones pueden condicionar el atestado judicial en curso, hasta el punto incluso de “contaminarlo”. Para completar el “juicio paralelo” de guardiasciviles y medios en comandita, solo faltaba contar con la autocrítica de la reo en directo, como ocurría en los Procesos de Moscú. Salvo que consideremos que la importante es el show de unos servidores de la ley susurrándole el contenido auto al instructor judicial. Es la segunda vez en pocos meses, tras el asunto Diana Quer, en que Interior festeja estas performances menospreciando el Estado de Derecho en favor del Estado Policial. El paseíllo del ministro Zoido (magistrado en excedencia, por si fuera poco) con la bufanda azul de Gabriel como trofeo fue el colofón kitsch que faltaba.

En segundo en la ristra, por orden de aparición, tiene que ver con el debate parlamentario en torno a la prisión permanente revisable aprobada por el PP en 2015. Un tema de tan letal trascendencia fue trasteado por el Gobierno utilizando como reclamo a padres y madres de algunas víctimas de crímenes terribles allí presentes. Más que una cámara democrática, donde debe imperar la prudencia y la equidad, el Congreso parecía un circo romano sediento de venganza por iniciativa de un partido en caída libre según todas las encuestas. Al más puro estilo de la dictadura, exacerbando sin miramientos los bajos instintos de los ciudadanos para ocultar su flagrante incompetencia y corrupción. Y aquí de nuevo la televisión tuvo su oportunidad para dar rienda suelta a la bulimia sensacionalista durante la rueda de prensa ofrecida por las familias de las víctimas al final de la sesión. Confiemos en que a pesar de su hedionda onda expansiva, el chantaje urdido por Génova 13 y Ciudadanos no desarme la valiente propuesta del PNV, PSOE y Unidos Podemos para derogar tan infame norma, impropia de una sociedad que se pretende democrática y madura.

El tercer capítulo de esta crónica de sucesos teledirigida ha hecho diana en Mame Mbaye, un mantero de origen senegalés fulminado por un infarto en el centro de la capital cuando huía de un control de los municipales. El trágico accidente provocó fuertes altercados con los antidisturbios a lo largo de aquella noche. Durante los altercados se destrozaron cajeros automáticos, se incendiaron contenedores y lanzaron piedras a los escaparates de varias oficinas bancarias, en lo que era una expresión de rabia por lo que se presumía una muerte debida al acoso policial.

Todos los ingredientes morbosos para que los canales de televisión ofrecieran una cobertura de “batalla campal” en sus parrillas entraron en escena. Hubo informadores que en rigurosa primicia hablaron del saqueo de las entidades bancarias, incendios en edificios y vandalismo, cuando la única víctima cierta era el vendedor callejero. Idéntico relato se produjo al día siguiente a raíz del intento de agresión al cónsul de Senegal por un grupo de paisanos indignados. Me consta que la bronca no duró más de cinco minutos, y sin embargo ese metraje daría para ocupar horas en los telediarios de la tarde y ser repetido y manoseado en todos los informativos, viniera o no a cuento.

Caldo de xenofobia químicamente puro. Y no solo por haber magnificado y sobredimensionado los incidentes, sino además y sobre todo por la compulsión con que fueron narrados. Este aspecto es especialmente visible en las coberturas que realiza habitualmente La Sexta. Teleroja se ha convertido, tanto en lo referido a la expresión corporal como en la mímica verbal, en una auténtica escuela de dramatización de la noticia. Desde lo más banal hasta lo más trágico, adquiere una dimensión excepcional en las televisiones, no existe casi diferencia entre la noticia y la propaganda, todo se publicita. Recordando a Campoamor, aquí nada es verdad ni mentira, todo es según el color con que se mira. Lo caricaturiza con su firma una conocida presentadora de Antena 3 en un anuncio al que presta su imagen: “Como periodista siempre busco la verdad: ¿es casero el caldo Gallina Blanca?”

Hace años la explotación política del terrorismo de ETA permitió aplicar paternalistamente estrategias de miedo que conllevaron importantes mermas de derechos y libertades. Desaparecida la organización armada vasca, la tentación de rentabilizar partidistamente el dolor de las víctimas reproduce una especie de terrorismo de baja intensidad, de guerra sucia del Estado contra la sociedad civil, para mantenerse ilegítimamente en el poder. De nuevo, “por nuestro propio bien”.

 

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