Entrevista a Yayo Herrero en la presentación del libro La gran encrucijada por Enric Llopis
Yayo Herrero es antropóloga, ingeniera técnica agrícola, educadora social y significada ecofeminista ha escrito con Fernando Prats y Alicia Torrego el libro “La gran encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico” (Libros en Acción).
Herrero considera que la crisis climática es hoy mucho más que una amenaza, “porque no se están adoptando medidas; hay un claro analfabetismo ecológico de quienes toman las decisiones, que ignoran los procesos incontrolables que se desencadenan en la naturaleza”, resalta la activista. Además de “La gran encrucijada”, cuya segunda edición ha visto la luz en febrero de 2017, ente los últimos textos de Yayo Herrero figuran una entrevista en la revista de Ciencias Sociales “Encrucijadas” (2016), titulada “Ecologismo. Una cuestión de límites” y el artículo “Apuntes introductorios sobre el ecofeminismo” (2015), publicado en el boletín del centro de documentación Hegoa.
Hay sociedades que ya han entrado en el colapso. Irak, Siria, Afganistán y un buen número de estados africanos se han adentrado en un franco declive del flujo de energía y materiales. El colapso social y ambiental es el resultado de un proceso, “no un brusco apagón”, sostiene la activista, directora general de FUHEM (fundación que trabaja en las áreas educativa y ecosocial) y excoordinadora de Ecologistas en Acción, Yayo Herrero.
-El libro La gran encrucijada destaca en diferentes apartados la importante función de los imaginarios. ¿Por qué se les atribuye esta relevancia?
El gran logro del sistema capitalista, ya lo decía Margaret Thatcher, fue la conquista del alma de las personas. Esto significa no sólo apoderarse de la política y la economía, sino también de la cultura, de la forma en que las personas pensamos y concebimos el mundo y, por lo tanto, actuamos en él. Esa disputa de la hegemonía cultural obliga a revisar conceptos como el de “bienestar”, “seguridad”, a qué llamamos “vida buena” o el “progreso”.
-¿Con qué materiales tendría que edificarse un imaginario “alternativo”?
Creo que con la noción de que las personas somos profundamente ecodependientes. Y, al serlo, estamos clarísimamente sujetos a los límites físicos de la tierra y al funcionamiento de los ciclos naturales. Si se alteran y superan, se llega a situaciones de riesgo como las que tenemos hoy. Habría que tomar conciencia, asimismo, de que no podemos vivir como seres aislados. El capitalismo ha fabricado individuos que se pretenden autónomos e independientes del resto, cuando realmente somos seres profundamente interdependientes: la vulnerabilidad es un rasgo de cada vida humana en solitario. Siendo conscientes de las vidas vulnerables, podemos cambiar las lógicas económicas, de producción y trabajo.
-Otra idea que aparece en el libro es la de “resiliencia”, un término que se le toma prestado a la psicología…
El concepto tiene su origen más bien en la Ecología. Se trata de la capacidad que tienen los sistemas vivos para adaptarse a las perturbaciones, y reaccionar ante éstas. En un ecosistema, cuando se produce una perturbación, existen toda una serie de mecanismos de realimentación y adaptación. El principal objetivo es defender el máximo de vida posible dentro de ese sistema.
-¿Cómo se aplica este concepto a la amenaza de cambio climático?
Frente a un cambio climático galopante, y que no será posible revertir por completo; ante el declive de la energía fósil, y el agotamiento de muchos minerales que sostienen hoy nuestro sistema socioeconómico, necesitamos generar sociedades que, con criterios de justicia, igualdad y poniendo en el centro la defensa de la vida de las mayorías sociales, se adapten a la situación que se nos viene encima.
-Más allá de las ideas en abstracto, ¿hay alguna sociedad que pueda tomarse hoy como punto de referencia?
No conozco ninguna sociedad en el mundo que esté dando los pasos con la fuerza necesaria. Hay estudios en torno a la Economía Ecológica, la Economía Feminista y la economía política que defiende la distribución que apuntan a ese fin, pero sin contar con buenos planes de ruta. Con sus luces y sombras, una referencia interesante es el Periodo Especial en Cuba tras el derrumbe de la URSS. Una tesis doctoral de Emilio Santiago Maíño dirigida por Jorge Riechmann profundiza en la cuestión. Porque el caso cubano es el más parecido a un colapso súbito del flujo de energía y materiales…
-Se trataría, sin embargo, de un decrecimiento forzado, no elegido como opción económica.
Pero es que los colapsos que van a llegar son forzadísimos. El decrecimiento de la esfera material es ya un dato. O que les pregunten a los iraquíes, a los sirios, a los afganos y a otras poblaciones de África si el flujo de materiales y energía ha decrecido o no, por la vía de la guerra, el saqueo y la expropiación. Estamos actualmente en un momento en que los sectores y pueblos con poder económico, político y militar mantienen sus estilos de vida a costa de saquear recursos de otros lugares.
-¿Es algo tangible esta caída en los flujos de materiales y energía? ¿En qué se traduce?
Antes de la última invasión de Irak (2003), este país tenía -por su condición de extractor de crudo- el nivel de consumo de petróleo per cápita más elevado del mundo. Cuando se produce la invasión, y el control de los yacimientos depende o pasa a manos de potencias extranjeras, no sólo se produce un saqueo de los recursos; se consigue además que la población iraquí no mantenga los niveles anteriores de consumo per cápita, que actualmente se asimilan a los de la Alta Edad Media.
-¿Con qué autores y referentes teóricos te manejas para acercarte a la “gran encrucijada”?
En el ámbito de la Economía Ecológica destacaría a Herman Daly; y en el estado español sobre todo los trabajos de José Manuel Naredo y Óscar Carpintero. En la Economía Feminista son centrales Cristina Carrasco y Amaia Pérez Orozco. Por otro lado, es muy importante a mi juicio Mary Mellor dentro del Ecofeminismo. Además como grandes divulgadores sobresale la obra de Ramón Fernández Durán y Jorge Riechmann.
-Tal vez todos ellos se planteen una pregunta que formula el libro: ¿Está la humanidad a tiempo de parar un colapso ecosocial?
Es la pregunta del millón. No creo que podamos hablar de un colapso general, hay sociedades que ya se encuentran colapsadas. Según la información científica disponible, de lo que sí estamos a tiempo es de –si dejáramos de extraer el petróleo que se halla bajo tierra– afrontar una transición energética que camine hacia un decrecimiento en el uso de materiales y energía; y de revertir algunos de los efectos más catastróficos del cambio climático. Por ejemplo, impedir el aumento de las temperaturas en 1,5ºC respecto a los valores industriales, que es lo que podría desencadenar fenómenos no controlables por la humanidad. Desde una perspectiva racional, podríamos evitarlo. Otra cosa es la actual correlación de fuerzas y la incorporación de estas ideas, no sólo en los poderes económicos, sino incluso en la izquierda transformadora: está tan por los suelos que parece difícil la articulación de un cambio.
-¿Es la crisis climática una amenaza fuera de control?
Actualmente sí, porque no se está adoptando ningún tipo de medida. Hay un analfabetismo ecológico de quienes toman las decisiones, que desconocen la existencia de procesos en la naturaleza que resultan incontrolables: ni por la tecnología, ni por los seres humanos. La naturaleza regula el clima mediante dos procesos, la realimentación positiva y negativa.
-¿Qué mecanismos básicos ignoran los próceres de la política y la industria?
Cuando se produce una alteración, los ecosistemas tienen mecanismos para controlarla y volver al equilibrio. Así, cuando empieza a acumularse un exceso de CO2 en la atmósfera y comienzan a detectarse elementos de calentamiento global, los ecosistemas “secuestran” dentro de los océanos buena parte del CO2sobrante. O aceleran la fotosíntesis en algunos lugares para que se capte parte de ese dióxido de carbono. Pero si la perturbación es muy fuerte, estos mecanismos dejan de funcionar y se activan los de realimentación positiva, que lejos de regular, amplían enormemente las perturbaciones. La naturaleza no es una máquina, sino un sistema que se autoorganiza y desencadena todos estos cambios hasta el punto en que se convierten en incontrolables para el ser humano.
-¿Por ejemplo?
Actualmente la descongelación del permafrost, capas de suelo congeladas en zonas como Siberia en las que antes nunca se producía el deshielo. El calentamiento global hace que se descongelen, con lo que grandes cantidades de gas metano que estaban contenidas durante millones de años en los suelos, se “disparan” a la atmósfera.
-La intervención del ser humano procede a la quema de combustibles fósiles y fuerza el calentamiento global. ¿Con qué efectos?
La descongelación del hielo de los casquetes polares o los cambios en las dinámicas de floración y reproducción de numerosas especies. Actualmente está ocurriendo que frutales florecen cuando todavía no han nacido las larvas de los insectos que han de polinizarlos. Y si no se produce la polinización, no hay reproducción de las plantas.
-¿Se entiende en la calle y en los bares en qué consiste el calentamiento global?
Creo que no, por ejemplo mucha gente confunde emisiones de gases de efecto invernadero con la contaminación atmosférica. Habría que hacer un curso de alfabetización ecológica obligatorio para todo el mundo.
-¿Qué es el colapso? Uno se lo podría imaginar como una especie de brusco apagón….
A veces se tiene la idea de que es como si de repente, tras un click, el mundo se hundiera y entonces todos nos morimos de golpe. Lo cierto es que la sociedad ya está colapsando. Y en el punto en que ya hemos superado los límites físicos del planeta, hay amplias mayorías sociales que no llegan a los mínimos vitales y son expulsados de sus territorios. El colapso es un proceso de décadas.
-El movimiento ecologista y los partidarios del decrecimiento piden “descomplejizar” las sociedades. ¿Qué significa esto?
Las sociedades industrializadas son enormemente complejas. El sistema agroalimentario es complejísimo: se siembra en un lugar, se transporta a otro y se produce en uno diferente, con un enorme trasiego de alimentos y materias primas por el mundo y la necesidad de sintetizar productos fitosanitarios o agrotóxicos. No teniendo esto, el sistema de producción de alimentos tiene que ser mucho más parecido al que había hace 50 años, basado en redes cercanas. Forzosamente la sociedad será mucho más cercana, sencilla y descomplejizada.
-Pero el enemigo también juega. En las tertulias televisivas y columnas de los periódicos se criticó con fuerza las limitaciones al tránsito de vehículos en Madrid y Barcelona. A ciudadanos corrientes y comerciantes se les complicaría innecesariamente la vida con medidas “ideológicas”, e incluso Esperanza Aguirre se refirió a los “cochófobos”.
Esto tiene mucho que ver con los cambios de imaginario. En Madrid tenemos la impresión de que esta batalla cultural ha sido completamente ganada, porque fue enfocada desde la perspectiva de la salud. Cuando el Ayuntamiento de Madrid empezó a aplicar iniciativas aprobadas durante el gobierno de Ana Botella, pero que nunca se pusieron en marcha, Esperanza Aguirre y quienes le rodean denunciaron ataques a la libertad individual; supuestamente se iba a impedir la vida de las personas normales… Pero llegó el día de marras, y los ciudadanos que llamaban a los medios de comunicación afirmaban: “Bueno, es que si nos ahogamos al respirar algo habrá que hacer”. Hubo además una campaña de gente que se reivindicaba “cochófoba”. Siempre que se ha llevado a cabo medidas de limitación –sea fumar en lugares públicos o la pesca de especies amenazadas–, se demuestra que no pasa nada. La gente es mucho más racional de lo que algunos creen, y entiende el sentido de las prohibiciones.
-Sin embargo, comentabas que se ignoran otros muchos principios elementales…
Si, algunos como el funcionamiento de los ecosistemas, que es algo bastante fácil de entender; y que te hace desechar la idea común en las sociedades occidentales de que la naturaleza es una especie de máquina. Y además, una máquina que la tecnología puede controlar. Así, un río tiene su propia lógica, pero se tiene la idea de que puede llegar un ingeniero y calcular los litros que se le pueden sacar al cauce de un río, para controlar el ciclo del agua. Otro elemento clave es la irreversibilidad. Hay fenómenos que no tienen marcha atrás, como la salinización de un acuífero. Por otro lado, la naturaleza tiene límites físicos. Los minerales de la corteza terrestre existen en una cantidad limitada y una vez que se supera y se llega al “pico”, no vuelven a estar disponibles del mismo modo. Ocurre con el petróleo, pero también con el gas natural, el carbón, el litio, el platino, el cobre y las llamadas “tierras raras”. Se trata de minerales en algunos casos fundamentales para la fabricación de placas solares y aerogeneradores, con los que transitar a un modelo basado en las energías renovables.
Por último, el libro apunta dogmas, mitos y supersticiones que dañan la vida. ¿Cuáles destacarías?
En primer lugar, el mito del progreso; es decir, la idea de que la humanidad avanza en un camino de progreso ilimitado al margen de la naturaleza y los seres humanos. Y ello, gracias a la tecnología. Habría que hacer una revisión de arriba abajo de la Ilustración y la Modernidad; no tirarla por la borda, pero sí revisarla. Otro mito es el de la producción, que se convierte en sinónimo de todo cuanto haga aumentar el PIB. Una tercera superstición consistiría en afirmar que el crecimiento es siempre bueno, con independencia de qué, cómo y para quién se produzca.
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