Hemos entrado en una época en la que las fuerzas políticas de extrema derecha, van a aumentar su presencia institucional y su peso político general en la política europea. Y van a contar con valedores en el ámbito internacional, desde Putin en Rusia a Trump en los estados Unidos de América.

La ciudadanía, en su desamparo, por el impacto de la crisis económica necesitaba chivos expiatorios: los encontró en los inmigrantes. La crisis de los refugiados ha reforzado el discurso en Europa contra los extranjeros, convirtiendo a los nacionales en víctimas y presentando a los inmigrantes como privilegiados que nos roban bienes y derechos.

Por más que aquí, tanto en el conjunto del Estado como en Euskal Herria, ese tipo de fuerzas sean marginales, si consolidan una presencia significativa en diferentes países, su influjo se dejará sentir en el conjunto de la Unión, muy especialmente en lo que hace a las políticas migratorias.

Desde esta perspectiva se han ido desplegando todos los tópicos del discurso de extrema derecha: antieuropeísmo, repliegue identitario, prioridad a los autóctonos, rechazo a la diversidad cultural. Los atentados del terrorismo yihaidista han reforzado el rechazo al extranjero, convirtiendo a los musulmanes en principal chivo expiatorio.

Si bien la mayoría de los jóvenes vascos no ven la inmigración como un problema de convivencia según datos publicados recientemente por el Observatorio Vasco de la Juventud, esta venía de la mano de una actitud asimilacionista, esto es, que se exige que las personas inmigrantes sean las que se integren y cedan en pautas culturales y religiosas y que adopten las locales. El grado de tolerancia baja cuando se pregunta, por ejemplo, acerca de que las personas extranjeras vistan con prendas de sus países de origen o tengan sus templos religiosos.

Con ello se teme la pérdida de lo propio y la adquisición de lo ajeno. Pero «integración» ¿de quién a qué?. De unas minorías extranjeras, casi siempre de cultura diferente a la mayoría y de condición económica inferior, a una sociedad, la receptora, que sigue pensando que la identidad nacional es un factor político de ciudadanía plural. Racismo y clasismo subsisten en todos los países.

Este modo de integración, como simple mano de obra barata es injusto y a la larga presenta un fracaso social y económico. Conlleva una sociedad dividida, una fractura que va a pasar factura. Lo esencial es perder el  miedo a la integración por ambas partes.

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