Desde dicha Transición española se evidenció que la apuesta del régimen por el control social tenía un eje principal: la asimilación de toda organización antisistémica en la telaraña institucional y la paz social, el refuerzo de las ya domesticadas y el jarabe de marginación y represión por quienes no se traga el veneno.

Centrándonos en la arista sindical esto es ya bastante conocido y no hay que insistir demasiado. Ahora bien, las consecuencias de esta política las vivimos cotidianamente y no necesariamente en los grandes asuntos, sino en cada empresa, en nuestras secciones sindicales, en los conflictos sectoriales o concretos. Cada vez que reaccionamos a uno de estos contextos estamos tomando una decisión que refuerza nuestro carácter irredento o bien nos acerca hacia el acatamiento por el atajo del derrotismo.

En el arsenal sindical tenemos diferentes armas, siendo quizá la más importante de ellas el uso de la huelga como medida de coacción y presión a gobiernos, empresarios o multinacionales.

La huelga no es sólo el daño económico o productivo realizado, sino especialmente también la oportunidad de desatar el conflicto fuera de la contención de los mecanismos de solución pactada y de control, absolutamente inútiles para lograr resultados positivos. Las huelgas son el momento de salir a la calle, de crear problemas políticos y sociales a gobiernos que nos pintan una falsa realidad de color de rosa, son la hora de bloquear fábricas, de alterar la normalidad del sistema, de atacar imágenes corporativas . En definitiva, el interruptor para hacer movimiento y activar la confrontación directa más allá de las palabras.

Con este poder, como decía un compañero, puedes enviar un mono en la mesa de negociación y obtendrá resultados.

Podemos sospechar que este terreno de reivindicación no acaba de conectar con el sindicalismo que tiene en el ADN la delegación y contención de todo conflicto a cambio de muelles, influencias e intereses ajenos a la clase obrera. Así pues, somos modelos condenados a chocar inevitablemente.

¿Qué es eso de la unidad sindical ‘? A primera vista parece bastante positivo: una visión unívoca es trasladada al resto de la plantilla y todos los brazos cogen el ariete como un solo cuerpo contra el adversario patronal. ¿Quién puede estar en contra de eso? La unidad sindical en el conflicto termina con muchas inseguridades relativas al seguimiento de la huelga, da certezas, unidad en el mensaje, no crea dudas, es bien recibida instintivamente por el trabajador / a …

Pero al mismo tiempo puede ser un instrumento de chantaje. En nombre de la unidad (entendida unidad ‘como la opinión pactista y alérgica al conflicto del sindicalismo de paz social) establecen estrategias dilatorias, centradas en cúpulas y donde la movilización no es nunca el primer paso, sino la última . Y, habitualmente, vergonzosamente expuesta públicamente como algo que no se quiere ni realizar, ni hacer con intensidad. Es como el perro adiestrado que borda, pero suave para no molestar al amo. Podemos imaginar lo presionada está la otra parte en estas condiciones.

Así pues, el siguiente acto es presentar a quien no acepte la estrategia suicida como alguien que ‘rompe la unidad sindical’, se le desprestigia como ‘minoritario’ y, en definitiva se criminaliza toda posición que no suponga hacer seguimiento del teatro movilizador del sindicalismo dócil: nuestras condiciones son estas, te las tragas o rompes la unidad ‘.

Muchas de nosotros nos encontramos, entonces ante la elección. Por un lado, participar crítica del chantaje sindical y señalar posteriormente como vendidos a los firmantes cuando certifiquen el fracaso del modelo de negociación sin presión. El otro camino, es lo difícil. Supone aceptar que tu lucha para generar conflicto y huelga será socavada por los otros sindicatos, supone saber que el seguimiento de la huelga no será el adecuado debido a la tarea revienta huelgas de los otros sindicatos y al miedo existente a participar en huelgas no mayoritarias, supone saber que a pesar de ello debes dejar hasta la última gota de tus energías en hacer que la movilización sea el máximo relevante posible.

Esta valoración no es nada sencilla, no es del gusto de nadie, pero, en nuestro sindicato, suele terminar con un cruzamiento de miradas y una palabra: «Adelante».

Bus, Metal, Uunipost, FNAC, Enseñanza, Contact Center, HP, Indra, tantos y tantos ejemplos decidieron dar el paso adelante, algunos con buenos resultados efectivos, otros no. Pero en todo caso, con cada sección que no cede al vértigo de la huelga minoritaria y la criminalización de la unidad sindical, estamos haciendo y manteniendo lo que somos: Las trabajadoras que no nos rendimos, las que no acloten la cabeza, las que defendemos la alternativa en la forma de hacer y que muchas veces aunque sabemos que no seremos victoriosas, salimos a la batalla a dejarnos la piel. En caso de no hacerlo, inevitablemente en cada conflicto seríamos subyugados, controlados, por el sindicalismo de concertación una y otra vez con la misma táctica.

Gracias a cada sección sindical que sale al campo de batalla en estas condiciones se puede mantener un modelo que no se domestica ni por las buenas ni por las presiones de los que ya lo están. Esta base es la que permite clavar firme los pies en el suelo y trabajar para tomar cada vez más la iniciativa, desde el más pequeño conflicto hasta todo lo que nos proponemos.

* Óscar Murciano es Secretario de Acción Social de la CGT de Cataluña

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