Inicio Política 6D: en el Congreso se celebran 43 años de una Constitución heredera del franquismo, en la calle nada que celebrar

6D: en el Congreso se celebran 43 años de una Constitución heredera del franquismo, en la calle nada que celebrar

por Colaboraciones

En el Congreso y en los medios sigue la celebración oficial, el 43 aniversario de una Constitución pactada con los restos del franquismo, “atada y bien atada”, que inaugura un Régimen del 78 con la monarquía a la cabeza y democracia para el IBEX35.

Lo que se celebró ayer en el Congreso son los 43 años del “compromiso histórico” alcanzado entre los restos de la Dictadura franquista, la Monarquía, las direcciones obreras reformistas -en especial el PCE, el PSOE y las cúpulas de CCOO y UGT- y las direcciones políticas del catalanismo conservador. 41 años desde que «echaron el candado».

Se lograba la aprobación de la Constitución del 78, un texto todavía presidido por el “aguilucho” de la Dictadura y que consagró en Ley Suprema el “atado y bien atado” que en su día entonara Franco en su crepúsculo.

La Constitución dejó asentado que la Jefatura del Estado recaería en la Casa Real, restaurado el trono en el heredero del Caudillo desde 1975. El título sobre la unidad de España, que niega toda posibilidad de ejercicio del derecho a la autodeterminación y consagra velar por ello al Ejército, fue redactado por un puñado de generales excombatientes de la Guerra civil. Otras leyes fundamentales ya habían sido aprobadas y refrendadas en Cortes, como la de Amnistía que garantizaba la impunidad de los crímenes franquistas, o la electoral que aseguraba un modelo mayoritario y no proporcional.

Así echaba a andar un nuevo régimen basado en una monarquía parlamentaria, que mantendría en la recámara un poder arbitrario como es el Rey para momentos de crisis y sobre todo una continuidad directa en el aparato judicial, policial, militar y del alto funcionariado. Franco había muerto, pero el franquismo podía estar tranquilo. Y sobre todo podían estar tranquilas la banca, las grandes empresas y fortunas. Igual que la dictadura, la naciente “democracia” iba a serlo de su clase.

El acto inaugural del nuevo régimen sería el mayor ajuste contra la clase trabajadora llevado adelante desde el final de la Guerra civil. El desempleo subió en los años siguientes por encima del 20%, a comienzos de los 80 comenzaron las contrarreformas laborales -la mayoría obra del gobierno de Felipe González- y los apartados constitucionales de derechos sociales o las promesas de desarrollo del Estado del Bienestar de los Pactos de la Moncloa se irían entregando a goteo y siempre vinculadas a que los capitalistas estuvieran haciendo grandes negocios. Por eso cuando dejaron de hacerlos, lo que se dio con la mano izquierda a lo largo de 20 años, se quitó con la derecha y de una sola tacada por Zapatero y Rajoy de 2010 en adelante.

El 6 de diciembre de 1978 culminó en gran medida el intento de evitar que la caída de la Dictadura, que no concluyó el 20 de noviembre de 1975, se produjera por la vía de la movilización obrera y popular que se desató con inusitada fuerza desde enero de 1976. Las direcciones reformistas trabajaron para bloquear y boicotear toda dinámica en ese sentido, erigiéndose como enemigas de la autoorganización y hasta de cualquier movilización que “desestabilizase”, en especial a partir de 1977. Si esto sucedía no solo se podría haber llevado adelante el programa de “ruptura democrática”, sino también imponer un programa para resolver los grandes problemas sociales sobre los privilegios de los capitalistas.

Por su parte el Franquismo y la Monarquía, por medio de su hombre, Adolfo Suárez, aceptaron integrar a la mesa a los líderes de la oposición. Muchos de ellos acabarían en menos de una década engrosando las filas de la “beautiful people” de la época de González, otros en retiros laureados y dorados como Santiago Carrillo. Al mismo tiempo aceptaron someter a elecciones y plebiscito su reforma de la “ley a la ley”. Eso sí, siempre contando con que ganaban, ya fuera con la ayuda de los grises, TVE, la ley electoral, el ruido de sables o los petrodólares saudíes para la campaña de la UCD.

Nacía así el llamado consenso del 78. Un consenso edificado sobre la traición y el desvío de la lucha de miles de obreros, estudiantes, mujeres y militantes del antifranquismo. Y también sobre el desempleo de masas, la reconversión industrial que arruinó regiones enteras, sobre la plaga de la heroína en la juventud, sobre la represión estatal a todo el que se salía del consenso, montajes policiales como el caso Scala en Barcelona, terrorismo de Estado contra la izquierda abertzale y el mantenimiento de la tortura y los malos tratos. Sobre la negación del derecho de autodeterminación, la inviolabilidad del rey y la impunidad absoluta de los crímenes de la dictadura.

Un consenso que más bien se asemejaba al concepto de la «pax romana», y que, definitivamente, se dio por muerto hace ya casi una década. Con la eclosión de la crisis capitalista se comenzó a gestar una profunda crisis de régimen que sigue completamente vigente.

Este régimen aparece franqueado por un arco de «todos a una» desde VOX hasta Unidas Podemos, ofreciéndonos toda la gama de gestores del capital que van de la extrema derecha más cavernaria a la socialdemocracia más responsable con los negocios capitalistas.

Frente al callejón sin salida de la democracia burguesa, lo que toca es construir una alternativa anticapitalista y de clase, que luche por la apertura de procesos constituyentes libres y soberanos sobre las ruinas de este régimen monárquico y heredero del franquismo.

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