No sé en la suya, pero en mi casa esta noche hemos dormido francamente mal. El abrumador resultado de las derechas este 4M, incomprensible en mi cabeza, ha producido que en mi cama las vueltas de esta noche se contasen por decenas. Aceptémoslo, lo que ha pasado produce, cuando menos, ansiedad. No quiero decir miedo, aunque desde luego miedo da. Me acaba de escribir un amigo, no precisamente el más movilizado. Le ha pasado lo mismo, él ha calificado lo que no le dejaba conciliar el sueño como “inquietud”.
A lo que vamos. Entre vuelta y vuelta nocturna me vino a la cabeza una idea. Hace unos pocos años fui invitado a una boda. Los vivas a Felipe VI que escuché en alguna mesa durante la comida, aparte de dejarme un poco ojiplático, dejaban entrever lo que vendría después. Antes de que me pregunten que dónde me meto y con qué gente me junto, hay que decir que el evento fue más que agradable y la gente, salvo la excepción que ahora señalaré, amabilísima. El contexto, no obstante, era el que era: corrían los tiempos del referéndum del 1-0 y estamos en la Castilla, región donde, lamentablemente, el Procés catalán se vio como una agresión y donde el gentío compró el bombardeo de basura que, día tras día, soltaron los medios de comunicación del Reino, con mención especial a “los de izquierdas”. Discúlpenme, pero hay que empezar a soltar exabruptos serios cuando todavía alguien defiende sandeces como que El País o el programa de Ferreras son de izquierdas. Seriedad, por favor. No me hagan sacar a relucir el accionariado de Prisa o de Atresmedia.
Seguimos en la boda. En un momento de la noche se me acercó una persona y me preguntó por el periódico en el que trabajaba (donde, gracias socias y socios suscriptores, aún trabajo). La segunda frase ya iba en forma de dardo: “¿Pero tu medio es tan de izquierdas como para defender a Podemos?”. Agárrate que vienen curvas. Si le hubiera dicho que en “mi medio” hay textos de opinión que señalaban a Podemos como moderado y que el PSOE se ve como ariete del neoliberalismo al más puro estilo Tony Blair post thatcheriano, las consecuencias habrían podido ser desde que le diera un serio telele al fin del universo.
Sin que ocurriese ni lo uno ni lo otro, lo que sí hubo fue una hora de chapa ultra, con una repetición constante de los argumentos más cerrunos, facciosos y demenciales que a uno le pueden echar a la cara. Era un hooligan; quería bronca, y autoafirmarse, claro. Repetía palabra por palabra la basura de los tertulianos ultras que ocupan los platós de todas las televisión de este país. Me dio la noche, ya se lo imaginarán, y por no liarla en un entorno donde yo era el nuevo, decidí no mandarle a la mierda a la primera animalada. Mal hecho, nunca más. Al fascismo no hay que pasarle ni una, pero eso no lo había aprendido aún.
He sufrido situaciones similares en los últimos años con relativa frecuencia. Digo sufrir porque la discusión constructiva es maravillosa, más con personas que no comparten tus opiniones, pero la matraca ultra es insufrible. 40 cumpleaños de un familiar, fiestón por todo lo alto. Ya iba sobre aviso: parece ser que el hecho de que yo hubiese pasado por las filas del 15M había llamado la atención en algún grupo de whatsapp y al familiar en cuestión le habían hecho las coñitas de rigor —véanse ratas, perroflautas, okupas y demás memes antiquincemayistas—. Un Homo sapiens vino en el mismo plan que el humano de la boda. En esta ocasión fuimos más listos: mi primo, integrante de un nodo de Podemos en una ciudad del sur de Madrid, y servidor nos hicimos los tontos y el Sapiens se marchó rápido al no encontrar el conflicto que buscaba. Pensaría que somos gilipollas. Da igual, ningún argumento le hubiese hecho moverse ni un milímetro de su posición.
Puedo hablarles del comentario racista del familiar de turno en la cena de nochebuena; del colega del instituto que pasó de la izquierdosa Malasaña de los 90 a ser acólito acérrimo de Vox —pasando previamente por el PP, pasando por Ciudadanos, pasando por… —; del vecino que gritaba con desdén “rojo” al de enfrente porque el 14 de abril sacó la tricolor al balcón; de la faltada en el metro a la inmigrante de avanzada edad a la que nadie le cedió un asiento; de la charla a grito pelado en la terracita de las tres mujeres preocupadísimas por “la violencia de los violentos” sin que se planteasen siquiera el porqué de los disturbios de turno (libertad de expresión, permitir votar…, cosas absolutamente inaceptables); de las reuniones de vecinos que deciden cambios de cerraduras y la colocación de carteles de aviso por miedo al okupa cuando no han visto una ocupación en su vida y ya hay cinco pisos turísticos más en el bloque y cinco familias menos.
Basura por doquier
El mensaje es poder. Los medios son poder. Llevamos años consumiendo bazofia día a día, décadas. Tenemos la culpa de tragárnosla pero no la tenemos de contar con un ecosistema mediático tan paupérrimo, tan controlado por la élite. Me alucina que la parida del día de una tal Ana Rosa no es que sea trending topic, es que es el tema del día en el bar y en el grupo de whatsapp. Qué está pasando, aún no vivo en una distopía, creo.
Ya no es que no haya medios críticos (hola, aquí estamos, no somos los únicos, pero tenemos 8.000 suscriptores, no 800.000), es que ni siquiera hay algo medianamente decente de corte progre. Los grandes medios que hace unas décadas eran el estandarte de la socialdemocracia felipista hoy solo venden neoliberalismo puro y son propiedad de grupos de inversión a los que no les gusta mucho eso de pagar impuestos o un mínimo reparto de la riqueza. Lo que viene siendo que tengas acceso a una educación, a una sanidad o una pensión decente.
Es aún peor. La guerra por la audiencia lleva a que auténticos fascistas, auténtica calaña, personas de la más baja capacidad y esparcidores de la mayor toxicidad, estén en todos los programas. Día a día. Todos los días. Años. Décadas.
Desde la izquierda nos reímos de ellos. Hacemos memes, bromitas. Expandimos su mensaje. Qué risas con la Espe con los uniformados de Caiga quien Caiga dándole las gafas. Ja, ja, parece tonta del culo. Toma Espe, una década de presidenta de la Comunidad de Madrid. Con Tamayazo y todo. Con corrupción a espuertas y todo. Todo en tu cara. Dos décadas después, ni eso hemos aprendido.
Ja, ja, la Ayuso y su ocurrencia del día. Que si está loca, que si las pizzas, que si esta tiene que estar puesta de algo, que si la burrada de los atascos, que si está Ida, que se le va la pelota con su socialismo o libertad, ¡comunismo o libertad!, que cómo lo lleváis tabernarios, ja, ja, Madrid es España dentro de España. Hazte un meme pal instagram.
44,73%. Déjenme repetirlo. Cuarenta y cuatro con setenta y tres por ciento del total de votos. Toma jajá. Ni con gente como Defiéndete4M y compañía haciendo lo que podían. Ni poniendo toda la carne en el asador desde las redes de los dos partidos más a la izquierda. Máximo respeto, gente, no ha sido fácil. Que el bajón no quite el trabajo bien hecho.
Qué loco, hazte un meme
Hay más. 9,13% a Vox. No sé si han escuchado un discurso de Rocío Monasterio. No es gracioso, es ilógico, es demencial. A mí me recuerda a una especie de monja de corte ultrafascista de los 50 encarándose con la chavalería con argumentos del medievo. Solo que más que el medievo tiene toda la pasta del Ibex detrás y representa a una extraña mezcla trumpiana de élite, nacionalismo cutre, anarcoliberalismo y poder decimonónico. Y ahora tiene la capacidad de sostener a una Ayuso exultante. Tras Andalucía y Murcia, llega Madrid. Con la mayor participación de la historia de la Comunidad, casi el 55% de los votos van a la derecha o la ultraderecha. No cuento el 3,57% de Ciudadanos. Qué loco todo, hazte un meme.
Tienen más medios, eso lo sabían los mayas, pero también les hemos comprado el discurso. En todo momento han llevado la delantera en el mensaje. Se respondía a sus provocaciones, a sus ocurrencias, a sus paridas. Pura locura mental. El mayor triunfador de este 4M se llama Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso y cerebro de toda la campaña. Hay que darle la enhorabuena, chapó por MAR y su estrategia. La peor gestión de la peor pandemia en un siglo ha salido ya no reforzada, sino lo siguiente. Ni residencias de ancianos, ni porcentajes de muertos, ni sanidad pública destrozada por décadas de liberalismo pepero. Nada de eso ha importado al final. Al final han importado las cañas. Ou mama, hazte un meme.
Basta de chorradas. Basta de “informar” de cuatro fachas haciendo cosas de fascistas. Basta de memes gilipollescos reproduciendo lo que no queremos reproducir. Basta de mierda en redes donde la abrumadora mayoría son mensajes sacando basura y amplificando lo peor de nuestra sociedad. Señoras, señores, la toxicidad nos come, y en juego hay demasiadas cosas. Hay que construir un nuevo marco, reorganizarse, tomar los medios (lo que nos dejen y lo que no), salir de las redes tóxicas, reconstruir la capacidad de dialogar, no centrar nuestro mensaje en responder a la gilipollez de turno.
Ni es fácil ni está claro cómo hacerlo, pero lo que parece claro es que hay que replegarse y actuar en función de lo que ya sabemos. Repensarse, pero hay obviedades. Ni un debate con los ultras, ni un argumento a la toxicidad, ni un asiento a un fascista en la tele. La jornada electoral en esta casa acabó ayer con una frase. “Si Vox llega a las instituciones del Estado, nos ponemos a nivel Turquía”. La batalla por el diálogo es clave para no permitir que esta esquina del suroeste europeo involucione a niveles del Cuaternario.
Y antes de seguir con las pasiones tristes, un dato. Dos semanas después de la llegada del 15M y toda su transformación e ilusión, el PP conseguía la mayor cuota de poder de su historia tras unos comicios autonómicos y locales en los que arrasó. No se acabó el mundo, al contrario, se construyeron nuevas redes y se produjo el mayor desarrollo del asociacionismo y de los movimientos sociales en 40 años. Se ganó el discurso. Los logros son obvios y hoy, entre otras muchas victorias, de abajo a arriba, un gobierno de coalición entre el PSOE y una fuerza a su izquierda gobierna por primera vez este país en 90 años.
La emisión en directo que mis compañeros de El Salto organizaron ayer para la noche electoral acabó con una frase: “Son las 23.45 y mañana será otro día”. Seguimos.