En tiempos normales, costaría imaginar que en esta colina de Montmartre, hace 150 años, el pueblo de París se levantó en armas contra el Estado francés para autogobernarse durante 72 días. Abandonada por los turistas tras la pandemia de coronavirus, la basílica del Sacré-Coeur perfila el horizonte de París con su fría mole de piedra blanca. Pero a sus pies, vigilante, la plaza Louise Michel perpetúa la memoria de la Comuna, y permite al visitante recordar que, un 18 de marzo de 1871, la esperanza de un mundo más justo le ganó a la barbarie capitalista.
La memoria es un campo abonado al engaño y al atajo. La memoria histórica, por ende, es una batalla política de primer nivel, entre el relato oficial y la voz de las desposeídas. Hace unas semanas, pocos esperaban que el pleno del Ayuntamiento de París del pasado 3 de febrero se convirtiese en una disputa sobre unos hechos ocurridos hace 150 años. Se tenían que aprobar una serie de conmemoraciones y subvenciones y la oposición de derechas se opuso a que se financiase a la asociación Les Amies et Amis de la Commune de Paris de 1871, una organización que desde 1882 se dedica a difundir y recordar el legado y los valores de los comuneros.
La discusión entre la mayoría de la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, y la oposición se alargó durante una hora. Antoine Beauquier, concejal de la derecha, resumió la posición de su grupo: “De ninguna manera se puede conmemorar un triste momento de guerra civil en el que los parisinos se mataron entre ellos”. Según Beauquier, la alcaldía de París tiene una visión “política” de la historia, algo de lo que la corporación local puede sentirse orgullosa, porque, como declaró en el pleno la concejal comunista Laurence Patrice: “La Comuna encarnó valores que son los nuestros hoy en día”.
Como hace 150 años, la mirada viva y determinada de la comunera Louise Michel volverá a posar sus ojos sobre los habitantes de París. El Ayuntamiento de la capital ha elegido a la mítica revolucionaria para ilustrar los carteles de los actos de conmemoración que decorarán la ciudad entre el 18 de marzo y el 28 de mayo. Conferencias, exposiciones, murales y obras de teatro al aire libre servirán para recordar y reflexionar sobre los 72 días de vida de la Comuna.
Pero la polémica que estalló mes y medio antes de las celebraciones oculta, según Beauquier, otro juego político: contentar a los partidos más a la izquierda de Anne Hidalgo ante una posible candidatura de la alcaldesa a las elecciones presidenciales francesas de 2022, donde necesitaría el apoyo de sus socios de gobierno en París, los comunistas y los verdes. “La política de la capital tiene que dejar de ser el terreno para la confraternización de las facciones de la izquierda francesa”, afirma el concejal conservador.
Para Roger Martelli, historiador, copresidente de la asociación Les Amies et Amis de la Commune de Paris 1871, y antiguo dirigente del Partido Comunista Francés, la reacción de la derecha parisina “se basa en la leyenda negra de los opresores de la Comuna” y sería el síntoma de la actual influencia de la extrema derecha sobre el discurso nacional: “Algo preocupante, porque desde principios de los años 2000 se había conseguido consensuar la imagen de la Comuna”.
“El poder político del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
En la colina de Montmartre donde se alza hoy el Sacré-Coeur, un 18 de marzo de 1871 el pueblo de París se negó a entregarle al gobierno los 227 cañones que había pagado por suscripción popular para defender la ciudad del asedio del ejército prusiano. Disuelto el imperio de Napoleón III tras la derrota en la batalla de Sedan en la guerra franco-prusiana, proclamada la III República y firmada la paz en enero, la capital, que desde el 18 de septiembre de 1870 vivía entre el hambre y la paralización por el bloqueo de los alemanes, se sintió traicionada por su propio gobierno. Además, las elecciones legislativas del 8 de febrero habían dado lugar a una Asamblea de mayoría monárquica (un tercio de los diputados eran aristócratas), por lo que París, que había votado republicano, veía en el gobierno una nueva amenaza.
Respaldada por los 500.000 fusiles y 170.000 soldados de la Garde Nationale, una milicia reclutada en las ciudades, París estaba dispuesta a continuar el combate, ya fuera contra el enemigo externo o contra el recién formado gobierno de Versalles. La negativa de los batallones de París a ceder sus cañones al ejército regular supuso el primer evento de la Comuna. Asustado ante la determinación del pueblo parisino, el gobierno abandonó la capital y dejó el poder efectivo de la ciudad en manos de la Garde Nationale, que convocó las elecciones municipales del 28 de marzo.
Karl Marx consideró el levantamiento como el primer ejemplo concreto de la dictadura del proletariado, “el resultado de la lucha de los productores contra la clase de los propietarios”. Sombreros, encuadernadores, obreros metalúrgicos, zapateros; pero también abogados, periodistas, médicos… El Consejo de la Comuna fue una representación del pueblo trabajador de París, “el momento de la historia de Francia donde más obreros han accedido a puestos de poder”, según la historiadora Mathilde Larrère. Anarquistas, internacionalistas, jacobinos, socialistas, republicanos radicales, todas las tendencias políticas revolucionarias de aquel siglo XIX crepuscular cabían dentro del edificio del Ayuntamiento.
En apenas 72 días, el Consejo de la Comuna, elegido por sufragio universal masculino, prohibió la expulsión por impago de los inquilinos, requisó los inmuebles vacíos y los talleres abandonados por los patrones, donde instauró la jornada laboral de 10 horas, dio la ciudadanía a los extranjeros, decretó la separación entre la Iglesia y el Estado, reconoció la unión libre de las parejas, facilitó el divorcio, permitió la educación obligatoria, laica y gratuita. Fue, según el copresidente de la asociación de Amies et Amis de la Commune de Paris, el historiador Roger Martelli, “el poder político del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Para Larrère, las políticas de la Comuna no tienen nada de novedoso porque son “la aplicación de ideas que ya están presentes en la revolución de febrero de 1848 en Francia”, el programa de la llamada ”república democrática y social”. Añade, sin embargo, que “hay que diferenciar entre las medidas que aplicó y el campo de posibilidades que maduraron en su seno, como la democracia directa y las ideas feministas”.
Organizadas en clubes de debate y en torno a la Union des Femmes, las mujeres jugaron un papel fundamental en la supervivencia de la Comuna. Su papel iba más allá de curar a los heridos, organizar el avituallamiento o confeccionar los uniformes de la tropa; codo a codo en las barricadas lucharon por la igualdad efectiva de hombres y mujeres. La Comuna, sin embargo, nunca hizo efectivo el derecho al voto y a la participación política que tantas luchadoras reclamaron.
En la noche del 22 al 23 de mayo de 1871, un centenar de mujeres esperaba, fusil en mano y recogidas tras la barricada de la Place Blanche en Montmartre, la llegada de las tropas gubernamentales de Versalles que desde el 21 invadían París. En una fotografía de esos días, Louise Michel, vestida con el uniforme gris de los “federados”, mira de frente al enemigo, con una media sonrisa que recuerda a la de la Gioconda: “Nos gustaba, la víspera de los combates, hablar de las luchas por la libertad”, cuenta Michel en su libro de recuerdos de la Comuna de París.
“En la sombra de espanto (…) la vida crece y se ramifica”
Apenas un villorrio en 1871, el distrito 18 de París que albergaba los cañones y la esperanza de todo un pueblo, es hoy el barrio más pobre y en el que más desigualdad de rentas hay en la ciudad. Sin embargo, entre el ambiente canalla de cabarets y sex-shops de Pigalle, y las calles que abrazan por el norte el Sacré-Coeur, dos mundos se cruzan en los bulevares: artistas, bohemios y burgueses conviven con las tiendas de baratijas para turistas y los vendedores de tabaco falsificado de Barbès.
“En la sombra de espanto que desde diciembre cubría el segundo Imperio, Francia parecía muerta: pero en las épocas en que las naciones duermen como en sepulcros, la vida en silencio crece y se ramifica”, escribió Louise Michel. Antes del Primero de Mayo o de la revolución rusa, la leyenda de la Comuna de París fue la gran referencia dialéctica de todos aquellos que querían subvertir el orden capitalista. Sus protagonistas, antagonistas, y sus hitos, dieron forma durante décadas a la imaginación revolucionaria. “Los bolcheviques presentaban a los rusos blancos como a los versalleses y a ellos mismos como comuneros. Ante los ojos de los socialistas europeos, querían que su revolución se leyera en una dinámica más occidental, no como si fueran tártaros venidos de lo más profundo del este”, destaca Larrère.
De Moscú al Berlín de Rosa Luxemburgo, del mayo del 68 francés, con una parada en Shanghai, a las comunas del Rojava kurdo, el fantasma de la Comuna sigue recorriendo el mundo. Su recuerdo es múltiple, tanto como el de los herederos ideológicos de este levantamiento: anarquistas, socialistas e internacionalistas estuvieron en la primera hora, comunistas, maoístas y trotskistas bebieron más tarde de su fuente: “La Comuna es un caleidoscopio y, dependiendo de la familia política a la que pertenezcas, te apropiarás de unas ideas o de otras”, explica Larrère.
Esas semillas que anunciaba Louise Michel volvieron a germinar recientemente en toda Francia durante las protestas de 2018 de los chalecos amarillos, que obligaron al presidente, Emmanuel Macron, a mendigar ante los grandes empresarios una prima excepcional de final de año para sus empobrecidos empleados. “Aunque los contextos sean diferentes, las preguntas que planteaba la Comuna encuentran su eco en las reivindicaciones sociales y de democracia directa que se nos plantean hoy en día”, afirma Larrère, especialista en las revoluciones francesas del siglo XIX.
Chalecos amarillos como Philippe o Monique, del grupo de Montreuil (ciudad de la periferia de París) recuerdan la lucha de 1871. “Somos los herederos de la Comuna, democracia directa, gobierno autónomo, decisiones locales”, explica Philippe. “Nuestras reivindicaciones se funden con las suyas: igualdad de hombres y mujeres, justicia social, derechos para los extranjeros”, remata Monique.
Su grupo difundió un llamamiento en vídeo para ocupar las rotondas el 18 de marzo, en conmemoración de la Comuna, como hicieron durante 2018 y 2019. “Aguantaremos hasta que nos echen”, afirma Philippe. Una iniciativa a la que se suman colectivos de chalecos amarillos de Narbona, Rennes o Montauban, cada uno con sus propias acciones.
“Los chalecos amarillos provocaron una esperanza de insurrección en Francia, y la memoria de la Comuna responde perfectamente a esa esperanza”, afirma Larrère. Para Philippe y Monique, las celebraciones que prepara el Ayuntamiento de París por los 150 años de la Comuna son muy hipócritas: “Los avances humanistas de la Comuna fueron reprimidos por la burguesía que hoy en día la quiere recordar”, dice Philippe.
El 21 de mayo, las tropas versallescas invadieron París desencadenando contra la Comuna siete días de represión, la conocida como “Semana sangrienta”. Los combates se libraron barrio a barrio, barricada por barricada. Frente a los comuneros y al pueblo de París, 130.000 soldados conscriptos, reclutados por un periodo de siete años, sembraron el terror en nombre del gobierno. “Hay que imaginarse un cadáver en cada calle de París”, afirmó la historiadora de los movimientos sociales Ludivine Bantigny, en una reciente entrevista publicada por el semanario francés Le 1. La última barricada fue tomada el 28 de mayo, las últimas refriegas importantes tuvieron lugar la víspera en el cementerio del Père Lachaise: las balas silbaban entre los panteones, los soldados se acuchillaban entre las tumbas. Contra la tapia del cementerio, los regulares fusilaron a 147 comuneros.
“Miles de cuerpos sin identificar dormían en los cementerios parisinos, la represión armada dejó entre 10.000 y 20.000 muertos. Más de 40.000 personas fueron detenidas por los versalleses, varios miles, entre ellos Louise Michel, acabaron deportados a las posesiones de Nueva Caledonia, en el Pacífico sur. Otros muchos consiguieron huir de Francia y unos pocos acabarían llegando a España donde, como revela la investigadora Jeanne Moisand, que ha estudiado los alzamientos cantonalistas del siglo XIX, influyeron en el movimiento social de aquellos años. “De hecho, el andaluz Antonio de la Calle, que llegó a ser capitán de la Garde nationale durante la Comuna, fue miembro de la Junta de Salud Pública (cuyo nombre se inspira en el Comité de Salut Public de París) durante el cantón de Cartagena en 1873, y dirigió la Comisión de servicios públicos que organizó la vida dentro de Cartagena”.
“De hecho, Antonio de la Calle, que llegó a ser capitán de la Garde Nationale durante la Comuna, dirigió durante el cantón de Cartagena en 1873, la Junta de Salud Pública (cuyo nombre se inspira en el Comité de Salut Public de Paris) que organiza la vida dentro de Cartagena. Había vivido de primera mano el papel que tuvieron las mujeres en la Comuna y eso puede explicar que dejase en manos de mujeres labores como el racionamiento o la fabricación de sacos de pólvora”, explica Moisand.
La memoria histórica de la Comuna se construyó muy rápido a pesar de la represión. Solo nueve años después de su fin, y dos meses antes de que el parlamento de la III República francesa aprobase la amnistía general de los comuneros, el 23 de mayo de 1880 tuvo lugar la primera subida al “Muro de los federados” del Père Lachaise donde fueron fusilados 147 comuneros. Convertido desde entonces en el acto principal de recuerdo de la Comuna, esta marcha ha sido durante décadas el espejo del movimiento obrero francés. Si en 1880, reunió a 25.000 personas, en 1936, un pocos meses después de la victoria electoral del Frente Popular de izquierdas (que estableció las vacaciones pagadas y la semana laboral de 40 horas), 600.000 manifestantes hicieron suya la lucha por la utopía.
En noviembre de 2016, el Parlamento francés aprobó rehabilitar a los comuneros víctimas de la represión versallesca y reivindicó los valores republicanos que la insurrección de los hombres y mujeres de la Comuna de París llevaban en su seno, elevándolos a la categoría de “luchadores de la libertad”.