Lo que las elecciones en Andalucía han dejado claro es que las gentes de esta comunidad han pasado factura al PP (ha perdido 17 escaños), por su política de recorte de derechos y libertades. El PSOE-A ha ganado teniendo los mismos escaños (47) que en 2012, con dos puntos menos en los porcentajes. Aunque la abstención ha bajado 4 puntos se mantiene cerca del 50%, indicativo de que baja poco el porcentaje de las personas que no confían en las instituciones a pesar del fenómeno Podemos.
El discurso en clave nacionalista, apelando a lo andaluz, de Susana Díaz, la estrategia del adelanto de las elecciones para evitar la consolidación de los partidos emergentes, ha conseguido que las políticas antisociales, la pobreza, el paro y la corrupción (los EREs) no se hayan tenido en cuenta, con lo cual el bipartidismo no ha sido quebrado, aunque el Parlamento se ha hecho más plural.
Podemos ha obtenido unos buenos resultados (15), se habían alimentado esperanzas desorbitadas con su estratégica ganadora. El presentarse como un partido ni derechas ni de izquierdas (populista) ha funcionado, ya que su voto no ha salido del voto perdido de Izquierda Unida. La encrucijada de Podemos es la de un partido para el cambio, que dice que hay que poner fin al sistema nacido de la constitución del 78, y que va a tener que jugar con los mecanismos institucionales, en contradicción con sus orígenes contestatarios.
Izquierda Unida ha pasado de 12 a 5 escaños, un gran batacazo electoral, en un lugar donde la izquierda, más allá del PSOE-A. tiene un amplio espacio electoral. Izquierda Unida ha pagado el error de entrar en un gobierno salpicado por la corrupción, dejando de representar a la izquierda honesta, un vacio ocupado por Podemos.
El partido Ciudadanos, un partido aupado por los medios de comunicación para recoger el voto de castigo al PP, ha conseguido entrar con fuerza en el Parlamento (9), destrozando a UPyD que no quiso en su día pactar. (Lo mismo que I.U., que no quiso pactar con Podemos en las Europeas).
