Inicio Ekologia La COP26 finaliza como era de esperar…. un estrepitoso fracaso

La COP26 finaliza como era de esperar…. un estrepitoso fracaso

por Colaboraciones

Tras un día de prórroga para cerrar la COP26 reunida en Glasgow, el acuerdo final no da solución a ninguno de los problemas planteados al comienzo de la conferencia. Como dijo Greta Thunberg: el acuerdo de la COP26 es puro “bla, bla, bla”.

Los representantes de los casi 200 países que participan en la 26º Conferencia de las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) cerraron este sábado por la noche, un día después de lo previsto, un acuerdo por unanimidad en Glasgow, lleno de ambigüedades y sin tomar medidas urgentes contra el cambio climático.

La denominada por la prensa como la edición “más importante hasta el momento”, a pesar de enmarcarse en un contexto de recrudecimiento de la crisis climática y las alarmantes evidencias científicas recogidas en el Panel Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático de la ONU (IPCC), termina sin proponer ninguna medida de fondo contra la catástrofe ambiental global a la que nos aboca el capitalismo.

El acuerdo alcanzado es un claro retroceso incluso en relación a otras declaraciones. El documento pide a los países que “reduzcan” el consumo de carbón, pero no establece la imperiosa necesidad de eliminarlo. A su vez, elimina la referencia a acabar con los combustibles fósiles y no fija plazos consecuentes para impedir el aumento de 1,5ºC de la temperatura global antes de 2030, como ha recomendado hasta el hartazgo el IPCC.

Pero no podía ser de otra manera en una cumbre dominada por los principales estados imperialistas del mundo, en representación de sus respectivas corporaciones, que son los principales emisores de CO2 del planeta. El vigesimosexto fracaso de la COP no más que el reflejo de la incapacidad del sistema capitalista para dar una salida a la crisis ecológica que ha generado.

Un acuerdo que es puro “bla, bla, bla”

Las palabras de la joven activista climática Greta Thunberg sobre el acuerdo de la COP26 resumen perfectamente su contenido: es puro “bla, bla, bla”. Si algo puede sacarse en claro del acuerdo, es el reconocimiento por parte de los países que participan de la cumbre de que no están logrando nada de lo que se han propuesto.

El documento afirma que están “fallando” y que necesitan aumentar sus planes de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, pero la cumbre no ha tomado ninguna medida en este sentido. Pero ni siquiera podía tomarlo, ya que los acuerdos y resoluciones de la Convención no son vinculantes para los países miembros.

Asistimos a una verdadera farsa. Desde el Protocolo de Kioto en 1997 se han lanzado a la atmósfera el 50% de las emisiones totales de CO2 que han tenido lugar desde el inicio de la era industrial (en 1750), y solo en los últimos siete años se ha emitido el 10%. Tras la Cumbre de París (2015) se registraron los mayores incrementos en las emisiones de CO2 de la historia del capitalismo. Y mientras se celebraba la cumbre, Europa votaba la inversión de 13.000 millones de euros en subsidios públicos para proyectos de gas.

Previamente al acuerdo, el borrador llamaba a los Gobiernos a acelerar la desinversión de combustibles fósiles y planteaba acabar con el carbón. Se reconocía por primera vez en un texto de la ONU que la quema de combustibles era la principal causa del calentamiento global. Esta parte del texto, demasiado problemática para los principales países exportadores de petróleo y carbón, se ha eliminado en el acuerdo final, y se ha sustituido por una “exhortación” a los Estados a aumentar el uso de energías renovables. Asimismo, ya no se habla de eliminar las subvenciones a la exploración y producción de combustibles fósiles, sino de eliminar las subvenciones a los combustibles “ineficientes”, un recurso para que las empresas energéticas sigan destruyendo el planeta con tal de continuar con sus negocios.

En 2020 la inversión mundial en combustibles fósiles fue de 350.000 millones de dólares, según la Agencia Internacional de Energía (dependiente de la OCDE) y el Fondo Monetario Internacional. Una cantidad que, si se compara con la inversión en energías renovables, en torno a 100.000 millones, muestra las prioridades de los capitalistas: energías baratas para obtener grandes beneficios y, ya de paso, cargarse el planeta.

¿Justicia climática?

El acuerdo final tampoco representa ningún avance en términos de justicia climática. Ni las propias compensaciones económicas acordadas en cumbres anteriores entre los países capitalistas se cumplen. Las principales potencias económicas del planeta siguen sin aportar los 100.000 millones de dólares anuales al Fondo Verde de Adaptación, una cifra que habían acordado para 2020. Estos acuerdos económicos son solo medidas cosméticas insuficientes que no acaban con la situación de expolio de los estados imperialistas sobre los países semicoloniales y dependientes, pero ni siquiera son capaces de cumplir con ellos.

Los países capitalistas más poderosos del mundo son los que más contribuyen a las emisiones de CO2 y a la crisis climática. El 1% más rico de la población mundial tiene una huella ecológica 175 veces mayor que el 10% más pobre. Las emisiones de CO2 del 1% de la población de Estados Unidos, Luxemburgo y Arabia Saudí son 2000 veces superiores a las la población pobre de Honduras, Mozambique y Ruanda.

Quienes más padecen esta “deuda climática” en forma de catástrofes ambientales son los países y pueblos pobres del mundo. Una deuda que se suma a las deudas económicas que estrangulan sus economías. El compromiso no vinculante de los Estados imperialistas de destinar cerca de 40.000 millones de dólares a la adaptación de los países pobres en 2025 es una verdadera infamia.

Vía libre a continuar con el timo de los mercados de carbono

Otro de los puntos del debate ha sido el de los mercados de carbono. Esto es, qué ocurriría con el mecanismo de intercambio de derechos o unidades de emisiones de gases entre países. Un mercado de unidades de emisiones de CO2 que permita a los Estados más industrializados seguir quemando combustibles fósiles a costa de las regiones más empobrecidas del planeta.

El Protocolo de Kyoto generó este sistema que permite desde hace más de dos décadas evadir los intrascendentes objetivos de reducciones gracias a “mecanismos de flexibilidad”, que permitían ganar el derecho a emitir todavía más dióxido de carbono mediante la compra y venta de “bonos de carbono”. Sí, el capitalismo imperialista se las ingenió para crear un nuevo mercado: una bolsa mundial de gases de decenas de miles de millones de dólares. Pues bien, la COP26 ha decidido, ratificando el artículo 6 del Acuerdo de París, que se podrán seguir con este timo.

Palabras vacías y hechos dramáticos: “Las cumbres mundiales sobre el calentamiento global no son realmente efectivas sino más bien ejercicios de diplomacia teatral”, escribió hace tiempo el filósofo y ecologista Jorge Riechmann. La puesta en escena de la cumbre de Glasgow no ha sido la excepción. Una mezcla de comedia y farsa, pero que es el preludio de la tragedia que nos depara el capitalismo.

Si por algo se caracterizan las cumbres climáticas, y esta tampoco ha sido la excepción, es por hacer todo tipo de promesas a largo plazo que en ningún caso se cumplirán. Los integrantes de la COP26 han prometido que para mediados de siglo alcanzarán las denominadas emisiones netas cero, esto es, que solo emitirán la misma cantidad de gases que la que puedan capturar con sumideros de gases de efecto invernadero como los bosques. Esta medida impediría que el aumento de la temperatura global supere los 1,5 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales. Pero no hay ninguna medida concreta ni acuerdo vinculante que garantice que estos objetivos se cumplan. Un nuevo brindis al sol. Eso sí, cada vez más caliente.

Las promesas a largo plazo, para 2050 o más adelante, no cuadran con los planes a corto plazo que han presentado oficialmente ante la ONU los distintos países. La declaración final de Glasgow se centra en esos planes a corto plazo, conocidos por las siglas en inglés NDC, los cuales resultan igualmente insuficientes. Para cumplir la meta que señalábamos de 1,5 grados que fija el Acuerdo de París, es preciso que las emisiones de dióxido de carbono, entre otros gases de efecto invernadero, caigan un 45% en 2030 respecto a los niveles de 2010. Nada más lejos de la realidad, los NDC presentados hasta ahora llevarán a que las emisiones globales sean un 13,7% mayores en 2030 que en 2010.

Pero incluso estos planes son una burla. Porque la realidad es que, en el marco de la crisis energética mundial que estamos transitando, los planes de los 15 principales productores de combustibles fósiles del mundo son producir más del doble de petróleo, gas y carbón hasta 2030.

Una estrategia revolucionaria para enfrentar la catástrofe ambiental

Las grandes corporaciones capitalistas y los gobiernos de las principales potencias contaminantes del planeta, los verdaderos actores de las cumbres, son impotentes para frenar la crisis climática, porque para hacerlo es necesario intervenir despóticamente en el terreno de la propiedad privada capitalista y establecer un plan democrático y racional de la economía que pueda restablecer un equilibrio entre la sociedad y la naturaleza.

La solución a la crisis climática no va a venir, por lo tanto, desde las entrañas del propio sistema que nos lleva a la catástrofe. Ni tampoco de los partidos y movimientos políticos que creen que este sistema es reformable, como quienes promueven Planes de descarbonización o grandes acuerdos de la mano de las corporaciones, como los que promueven en el Estado Español el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, o Más País.

Es necesario imponer medidas drásticas y urgentes para activar el “freno de emergencia” que pare la irracionalidad capitalista y evitar así la catástrofe ambiental que nos amenaza. Esto solo puede ser posible si la planificación económica y los planes de transición energética se encuentra en manos de la única clase que por su situación objetiva y sus intereses materiales tiene la capacidad de hegemonizar una alianza con el resto de los sectores oprimidos que son los que más sufren la crisis ecológica: la clase trabajadora.

La clase obrera, en toda su heterogeneidad –que incluye a sus diferentes nacionalidades, pueblos originarios y la lucha de las mujeres contra la opresión patriarcal– cuenta con la fuerza social para llevar adelante una alianza obrera, popular y juvenil para terminar con la doble alienación del trabajo y la naturaleza que impone el capitalismo y avanzar hacia una planificación realmente democrática y racional de la economía.

Como dice la declaración impulsada por jóvenes, estudiantes y trabajadores de las juventudes y agrupaciones anticapitalistas, socialistas y revolucionarias impulsadas por la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional (FT-CI) en la pasada Huelga Mundial por el Clima del 24 de septiembre: ¡Si el capitalismo y sus gobiernos destruyen el planeta, destruyamos al capitalismo!

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