Este fin de semana la COP26 se reúne en Glasgow, Escocia. Se supone que todas las naciones del mundo estarán representadas en reuniones diseñadas para alcanzar acuerdos para reducir o limitar las emisiones de gas de efecto invernadero, de manera que el planeta no se sobrecaliente y cause daños que afecten a todo el ambiente, las especies y vidas humanas alrededor del planeta.
Actualmente estamos en camino hacia un mundo al menos 2,7 C° más caliente para el final del siglo, y eso solo si las naciones alcanzan los compromisos ya tomados. Hoy por hoy, no están ni remotamente cerca de cumplirlos. Los gobiernos están, como dijo el Secretario General de las Naciones Unidas Antonio Guterres, “aparentemente a años luz de alcanzar nuestros objetivos de acción climática”.
Las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) relacionadas a la energía están en camino a alcanzar un aumento de 1,5 mil millones de toneladas en 2021 –el segundo incremento más grande en la historia– revirtiendo la mayor parte de la disminución causada por la pandemia de Covid-19. Se espera que las emisiones globales se incrementen en un 16%, no que disminuyan, para el año 2030 comparado con los niveles de 2010.
COP significa Conferencia de las Partes (Conference of the Parties, en inglés) para la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992, que estableció el escenario para la cooperación internacional sobre el clima. Según las Naciones Unidas, las tres prioridades para la COP26 de Glasgow son: 1) que la temperatura global no se eleve más de 1,5 C° a través de “audaces y rápidos cortes de emisiones” y compromisos de cero neto; 2) incrementar la financiación internacional para la adaptación, hasta al menos la mitad del total de lo que se invierte en acción climática; 3) alcanzar el compromiso existente de conseguir 100 mil millones de dólares en financiación climática cada año, para que los países en vías de desarrollo puedan invertir en tecnologías verdes, y proteger la vida contra impactos climáticos cada vez peores. La realidad es que incluso estos modestos objetivos prioritarios no serán acordados en Glasgow y tampoco serán llevados a término, dado el actual “maquillaje” de los gobiernos y los planes de la industria y las finanzas alrededor del mundo.
Ya no hay ningún argumento científico plausible contra el hecho de que las actividades humanas están teniendo un efecto profundo en el clima. La banda cada vez más pequeña de los “escépticos del clima” ha sido silenciada (al menos en los medios masivos) por la abrumadora y creciente evidencia de que la producción industrial, energética y de transporte a base de combustible fósil está causando el aumento de carbono y otros gases de efecto invernadero, lo cual es la causa del calentamiento global. Además, desde las revoluciones industriales del siglo XIX, el calentamiento global se ha disparado al punto en que está destruyendo el planeta.
Pero lo que no se sabe usualmente es que este desastre inminente (y ya en curso) todavía puede ser evitado y revertido sin un costo significativo para los gobiernos. De hecho, el último informe de la Agencia Internacional de Energía, la World Energy Outlook 2021, demuestra que sabemos qué hacer al respecto, de forma detallada y a un costo razonable. Pero no hay voluntad política de los gobiernos para hacerlo, atados como están a la industria del combustible fósil, a la aviación y sectores de transporte, y a las demandas de capitalistas financieros e industriales de conjunto para preservar las ganancias a expensas de las necesidades sociales.
Ya hay una gran brecha entre los compromisos de los gobiernos para reducir las emisiones expuestas en la COP26 y lo que se necesita realmente. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) estima que para limitar la temperatura global promedio a 1,5 C° se requiere una reducción de emisiones de CO2 del 45% para 2030, o una reducción del 25% para 2030 para limitar el calentamiento global a 2 C°. 113 gobiernos han ofrecido Contribuciones Nacionales Determinadas (NDCs, por sus siglas en inglés) que reducirán las emisiones de gas de efecto invernadero solo en un 12% comparado con 2010.
Los gobiernos del mundo planean producir más del doble en combustibles fósiles para 2030 de lo que sería consistente con limitar el calentamiento a 1,5 C°. Están proyectando colectivamente, para las dos décadas siguientes, un aumento en la producción global de petróleo y gas, y solo una modesta baja en la producción de carbón. Esto conduce a niveles futuros de producción muy superiores a aquellos propuestos para limitar el calentamiento a 1,5 °C o 2 °C: en 2030, los planes de producción y proyección de los gobiernos podrían conducir a cerca de 240% más carbón, 57% más petróleo y 71% más gas de dichos niveles.
De hecho, los países del G20 han destinado cerca de 300 mil millones de dólares a nuevos fondos para la actividad de combustibles fósiles desde el comienzo de la pandemia de COVID19, más de lo que han destinado a energías limpias. De acuerdo a la Agencia Internacional de Energía, solamente el 2% de las inversiones de recuperación «Reconstruir mejor» (build back better) por parte de los gobiernos han sido destinadas a energías limpias, mientras que la producción y quema de carbón, petróleo y gas fue subsidiada en 5,9 billones de dólares solo en 2020.
¿Qué países son los culpables de este fracaso y de no hacer nada ni remotamente cercano a evitar el desastre ambiental? Usualmente se señala a China como el mayor culpable. Actualmente es el mayor emisor de CO2 del mundo, y están planeando construir 43 plantas de carbón nuevas, sumadas a las mil que ya están operando. Pero China tiene algunas excusas: tiene la mayor población en el mundo, por lo tanto las emisiones per cápita son mucho más bajas que las de otras grandes economías (aunque es la masa total lo que cuenta); en segundo lugar, es el centro del mundo manufacturero, provee bienes para todos los países ricos del Norte Global. Como resultado, sus emisiones son enormes debido a la demanda de los consumidores a nivel global.
Por otra parte, históricamente las emisiones acumuladas en la atmósfera en los últimos 100 años provienen del Norte rico, previamente industrializado y ahora consumidor de energía. Hay una relación lineal y directa entre el total de CO2 emitido por la actividad humana y el nivel de calentamiento de la superficie terrestre. Es más, la emisión de una tonelada de CO2 solo tiene un impacto limitado en la cantidad de calentamiento que causaría. Esto significa que el CO2 emitido hace cientos de años sigue contribuyendo al calentamiento del planeta, y el calentamiento actual es determinado por el total acumulado de emisiones de CO2 a lo largo del tiempo.
En total, los humanos han bombeado cerca de 2,5 billones de toneladas de CO2 (GtCO2) a la atmósfera desde 1850, dejando menos de 500 GtCO2 en presupuesto de carbono para quedarnos por debajo del 1,5 °C de calentamiento. Esto significa que mientras transcurre la COP26 de Glasgow, el mundo habrá consumido el 86% del presupuesto en carbono para una probabilidad de 50/50 de quedarnos por debajo de 1,5 °C, o el 89% del presupuesto para una probabilidad de dos tercios. Más de la mitad de todas las emisiones de CO2 desde 1752 han sido realizadas en los últimos 30 años.
En el ranking histórico se encuentra en primer lugar a Estados Unidos, que ha emitido más de 509 GtCO2 desde 1850 y es responsable del 20% de emisiones del total histórico global. China está en un segundo lugar relativamente alejado, con el 11%, seguido de Rusia (7%), Brasil (5%) e Indonesia (4%). Los últimos dos están entre los 10 emisores históricos más importantes debido al CO2 de sus tierras.
Los mayores emisores o consumidores de carbono, aparte de las industrias de combustible fósil, son los que obtienen mayores ingresos y riqueza en el Norte Global, cuyo consumo es excesivo y toman aviones a todas partes. El mayor sector de consumo de carbono es el militar. También están los desperdicios de la producción capitalista de autos, aviones y aerolíneas, envíos, químicos, agua embotellada, comidas procesadas, fármacos innecesarios y demás, todo directamente relacionado a las emisiones de carbono. Procesos industriales dañinos como la agricultura industrial, la pesca industrial, la explotación forestal, la minería y otros son también grandes determinantes en el calentamiento global, mientras que la industria bancaria suscribe y promueve todas estas emisiones de carbono.
Y los Estados Unidos están haciendo muy poco por controlar o reducir la industria del combustible fósil. Por el contrario, la producción de crudo y gas está aumentando rápidamente y se están expandiendo las exploraciones. La administración de Biden anunció recientemente planes para abrir millones de acres para petróleo y gas que podrían resultar en la producción de hasta 1.100 millones de barriles de crudo y 4.4 toneladas de gas fósil. Siendo por mucho el mayor emisor de la historia, y siendo también el productor número uno de petróleo, no parece avergonzarlos llamarse líderes climáticos.
De hecho, la mayoría de los grandes productores de petróleo y gas planean incrementar la producción hasta 2030 y más, mientras los grandes productores de carbón están planeando continuar o incrementar la producción.
No es de extrañar que los gobiernos de países productores y consumidores de combustibles fósiles, como Arabia Saudita, Japón y Australia, estén entre los que le piden a la ONU en Glasgow que minimice la necesidad de abandonarlos rápidamente; o por pagar más a los estados más pobres para pasar a tecnologías más ecológicas. China puede ser el mayor contaminador del mundo, pero está prometiendo llevar sus emisiones a un pico antes de 2030 y hacer que el país sea neutral en carbono para 2060. Y ya es un líder en energía renovable, representando alrededor del 50% del crecimiento mundial en capacidad de energía renovable en 2020. La nación más poblada del mundo también está a la vanguardia en tecnologías ecológicas clave como vehículos eléctricos, baterías y energía solar .
A lo largo de 40 áreas diferentes que abarcan al sector de energía, a la industria pesada, a la agricultura, al transporte, a las finanzas y a la tecnología, ninguna está cambiando lo suficientemente rápido como para evitar 1.5°C de calentamiento global por encima de la época preindustrial, según un informe del Instituto de Recursos Mundiales.
Y, sin embargo, el costo de eliminar gradualmente la producción de combustibles fósiles y expandir las energías renovables no es grande. La descarbonización de la economía mundial es técnica y financieramente factible. Requeriría comprometer aproximadamente el 2,5 por ciento del PBI mundial por año a gastos de inversión en áreas diseñadas para mejorar los estándares de eficiencia energética en todos los ámbitos (edificios, automóviles, sistemas de transporte, procesos de producción industrial) y ampliar masivamente la disponibilidad de fuentes de energía limpia para llegar a cero emisiones en el 2050. La AIE [Agencia Internacional de Energía, NdeT] calcula que el costo anual ha llegado a cuatro billones de dólares al año debido a la falta de inversión desde la COP de París hace cinco años. E incluso ese costo no es nada comparado con la pérdida de ingresos, empleos, vidas y condiciones de vida de millones de personas en el futuro.
Pero no sucederá porque, para ser realmente eficaz, la industria de los combustibles fósiles tendría que ser eliminada y reemplazada por fuentes de energía limpia. Los trabajadores que dependen para su sustento de la actividad de los combustibles fósiles tendrían que volver a ser capacitados y orientados hacia industrias y servicios respetuosos con el medio ambiente. Eso requeriría una importante inversión pública y planificación a escala mundial.
Un plan global podría orientar las inversiones hacia cosas que la sociedad necesita, como energías renovables, agricultura orgánica, transporte público, sistemas públicos de agua, regeneración ecológica, salud pública, escuelas de calidad y otras necesidades actualmente insatisfechas. Y podría igualar el desarrollo en todo el mundo al trasladar los recursos de la producción inútil y dañina en el norte al desarrollo del sur, construyendo infraestructura básica, sistemas de saneamiento, escuelas públicas, atención médica. Al mismo tiempo, un plan global podría apuntar a proporcionar empleos equivalentes para los trabajadores desplazados por la reducción de personal o el cierre de industrias innecesarias o dañinas.
Todo esto dependería primero de que las empresas de combustibles fósiles pasen a ser de propiedad pública y estén bajo el control democrático de la gente dondequiera que haya producción de combustibles fósiles. La industria de la energía debe integrarse en un plan global para reducir las emisiones y expandir la tecnología superior de energía renovable. Esto significa construir una capacidad de energía renovable de 10 veces la base actual de servicios públicos. Eso solo es posible a través de una inversión pública planificada que transfiera los puestos de trabajo en las empresas de combustibles fósiles a empresas de tecnología verde y medioambientales.
Nada de esto está en la agenda de la COP26.