No es habitual que el propio autor de un ensayo pueda servir para ejemplificar a la perfección la tesis, o alguna de ellas, que sostiene su obra. En este caso significar que Carlos Taibo, quien pese a contar con un currículum de indudable valor en el que se puede subrayar su labor como profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid o la de escritor de larguísima trayectoria, experto entre otras materias de los movimientos sociales, la política internacional o el ideario anarquista, resida en el anonimato para una gran mayoría de consumidores de tertulias emitidas en medios generalistas, demuestra precisamente el desajuste que existe hoy en día en la lógica que debería requerirse a dichos espacios, alejados en la actualidad de cualquier aspiración reflexiva más allá del puro espectáculo. Precisamente ese es uno de los pilares sobre los que se sustenta “Contra los tertulianos”, libro originalmente publicado en 2010 y que ahora, vista la deriva del fenómeno en cuestión, vuelve a ser editado en versión actualizada y aumentada.
No debería de suponer ninguna sorpresa que los denominados intelectuales hagan gala -de hecho forma parte de la esencia básica de su condición- de una vocación por convertirse en la china en el zapato de los diversos mecanismo en los que el sistema se arropa para mantener intactos sus valores dominantes. En ese sentido uno de los episodios más celebrados, y que como no podía ser menos aparecerá citado a lo largo de este libro, es el ataque repleto de ironía perpetrado por Karl Kraus en “Contra los periodistas y otros contras”, un volumen convertido en uno de los manuales de referencia a la hora de atacar con implacable acidez las miserias morales de la sociedad del momento y sus respectivos estamentos. Si el austriaco diseccionó y vapuleó el pensamiento en los inicios del siglo XX, es indudable no encontrar ciertos paralelismos, al igual que diferencias, con la propuesta ofrecida por el autor madrileño a la hora de aplicar el zoom a un fenómeno muy concreto que sin embargo no deja de ser un espejo significativo de la relación e imposición de poderes.
Muchos son los focos que se podrían orientar hacia los mass media en su afán supuestamente divulgativo. Entre ellos, uno que cada vez está adquiriendo más notoriedad y trascendencia es el de los tertulianos, opinadores o los aquí bautizados todólogos, un término que ya desvela una de sus principales carencias. No encontraremos a lo largo de las hojas que forman este libro una constante cita de ejemplos concretos ni la intención por cargar contra ciertos personajes, de hecho los contados casos referidos que aparecen buscan reafirmar argumentos por medio de la experiencia personal, rehuyendo así de que nos quedemos mirando el dedo cuando lo importante es la luna, o lo que es lo mismo, la representacional global de lo que esconden este tipo de programas. Porque los platós de televisión, y de radio, que acogen aparentemente una serie de “profesionales” provenientes de diversos ámbitos dispuestos a descifrar las claves de la actualidad, acaban por convertirse en un mero espectáculo -en el sentido que tan atinadamente dibujó Guy Debord (otro de los citados en el libro)- cargado de inmediatez y rentabilidad que desprecia cualquier diagnóstico estructural. Sometidos por lo tanto a la siempre ecuación maligna de “que se hable aunque sea para bien”, la búsqueda del protagonismo propio, hecho a base de aplausos o abucheos, lo mismo da, en detrimento de una actitud que aliente un pensamiento crítico y propio, se convierte en la moneda común de este tipo de eventos.
Más relevante incluso que la construcción de egos y de “personalidades” por encima del propio discurso, resulta la estructura y el concepto sobre el que son creados dichos programas, que si bien en formulación no distan mucho de los denominados como prensa rosa, sí lo hacen en la relevancia adoptada por sus voceros, que incluso ha sobrepasado a la que puedan tener los propios representantes públicos, haciendo de la exposición de sus ideas base del conocimiento de muchos de los espectadores. Vestidos de un falso pluralismo, que deja fuera a aquellos que en realidad cuestionan las líneas maestras del sistema o que son utilizados como meros bufones puntuales, en realidad los enfrentamientos, muchas veces poco más creíbles que los falsos combates de lucha libre, y los supuestas visiones contrapuestas son solo en la mayoría de ocasiones reformulaciones de un orden aceptado y nunca puesto realmente en solfa.
Como complemento a esta serie de consideraciones que lanza el libro aparecen los capítulos acerca del siempre controvertido término de intelectuales y más concretamente de los los tildados de conversos, dos episodios en realidad perfectamente complementarios. Si los primeros, o lo que se debe esperar de ellos, parecen desterrados de nuestra realidad por tres elementos que el autor considera esenciales, como son su relación con las clases dominantes, su naturaleza cada vez mas diluida entre audiencias y beneficios empresariales y la caída del “socialismo irreal”, una raza aparte se merecen aquellos que sus diatribas han ido visitando prácticamente todo el espectro ideológico, manteniendo siempre en común pese al supuesto cambio de color en sus discursos la certeza de que en cada momento la verdad les asiste como si de un don revelado se tratase, indigno de cualquier ejercicio de autocrítica.
Ni mucho menos este libro trata de deslegitimar la palabra como elemento revolucionario, ni incluso el formato de debate, al contrario, presenta sus posibles virtudes arrasadas por la preponderancia del sacrosanto mercado, que no es otra cosa que la extensión de un poder político y social que ha encontrado a unos vociferantes y altaneros representantes con los que hacerse pasar por el reino de la libertad. Carlos Taibo desenmascara con este certero escrito, en el que completa un asequible estudio del fenómeno con citas y referencias, todo ese entramado de intereses que como siempre busca oscurecer la razón y dificultar el pensamiento libre. Frente al ruido que nos llega por las ondas y las pantallas queda verdaderamente enfrentar la búsqueda de la verdad, o de las variables manifestaciones de ella, casi siempre ocultas lejos del “prime time” y de los grandes titulares del día.
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