Finalmente se ha llevado a cabo el referéndum griego y parece que el mundo sigue girando, el sol brillando y la gravedad atrayéndonos. Lo que se nos presentaba como una salida inminente de Grecia de la UE (probablemente la mejor de las soluciones sociales para los griegos o al menos la más liberadora) se ha convertido en un simple reinicio de las negociaciones. Tiene mucha cintura el capital. Mejor cuestionar los plazos y las cuantías de la deuda que su propia naturaleza.
¿Y los griegos? Pues de todo hay. Los hay asustados, los hay felices, enfadados… pero de lo que más abunda es de los que tienen lo justo para pasar el día si es que son de los que tienen esa suerte. Mal asunto ese de que el azar, o la estructura social, sea quien nos otorgue la posibilidad de tener lo básico y siempre de forma ajena a nuestras voluntades.
No debemos restar importancia, que la tiene, al hecho de que se pregunte al pueblo. Debiera ser obligatorio. Ni tampoco subestimar los pasos que se puedan dar en esas nuevas negociaciones para mejorar en algo, en lo que se pueda, la situación actual del pueblo griego. Toda mejora tiene que ser bienvenida ante la crudeza de la situación y lo desigual de la lucha. Lo que tiene cierta trampa es el hecho de tener que decidir sobre dos únicas alternativas: o pagamos la deuda o la renegociamos. ¡¡Otra ración de mal menor!! Porque a lo que nadie estamos dispuestos, o al menos, una inmensa mayoría social, es a arriesgar nuestro bienestar. Sí, queremos cambiarlo todo, acabar con la injusticia pero con cierto grado de comodidad. Realmente nadie se plantea seriamente una tercera opción, más transformadora y rupturista con el sistema: que la deuda la pague Rita la cantaora.
¿Qué les/nos echarían de la moneda única? ¿Qué habría fuga de capitales?¿Qué no habría inversión extranjera? ¿Qué habría un descenso en el poder adquisitivo?… Y ¿cuál es el problema? Mejor un currusco de pan con los tuyos que cordero en casa del amo.
Nadie puede pensar que superar un sistema tan criminal como el capitalista es o puede ser sencillo. Ni que haciendo lo mismo que hasta ahora, pero más despacito, el resultado puede ser distinto. Seríamos absolutamente ignorantes si lo creyésemos. Menos, cuando le hemos otorgado tanto tiempo para perfeccionarse, convirtiéndose en omnipresente en todos y cada uno de nuestros actos cotidianos. Somos objetos de consumo, simples números cuyo objetivo es producir riqueza y consumir nuestro tiempo en miles de pequeños actos de consumo. No podemos esperar romper con el orden establecido gratuitamente, sin esfuerzos ni sufrimientos. El premio, tiempo para consumir en nuestra persona, con nuestras familias y amigos, en la militancia, en nuestro ocio… es lo suficientemente importante, en realidad lo más importante que poseemos, como para estar dispuestos a ello. El problema es saber si lo estamos. Si somos capaces de prescindir de capacidad de consumo porque no queremos tener más de lo estrictamente necesario. De momento hemos de convenir que no. Estamos en otra onda.
Veremos en qué queda todo el proceso griego y hasta donde es capaz de llevarlo la gente. Es, sin duda, absolutamente necesaria una pelea constante contra el capitalismo pero también contra esa dualidad siniestra cómplice-sufridor que vivimos y con la que se alimenta. Veremos qué clase de propuestas y alternativas son -somos- capaces de articular. Pero tengamos claro que contra mayor sea el desafío, y salir del sistema lo es enorme, mayor tendrá que ser nuestra tenacidad, nuestro sacrificio y nuestra implicación. De otro modo habremos regalado al capital más herramientas para seguir perfeccionándose, haciéndose cada día más y más sólido.
