MEDALLA MILITAR

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1960. Sharpeville, Sudáfrica. Una multitud huye corriendo y alguien captura el instante en una foto. La imagen pasará a la Historia. Unos segundos antes, esa misma multitud protestaba pacíficamente contra la aprobación de las Pass Laws (ley de pases); una herramienta de control de los desplazamientos de la población negra en zonas tanto urbanas como rurales del país. La policía decidió disolver el acto ametrallándolos. El resultado fue 69 personas asesinadas. 69 personas cuyo último aliento llegó mientras peleaban por no dejar en herencia un sistema que despreciaba a la población negra. Este acto de terrorismo policial supuso un hito en el inicio del aislamiento internacional a la Sudáfrica del apartheid.

2025. Gaza. Miles de fotos y videos retratan la barbarie. La comparación resulta ineludible: ¿Qué ha pasado en 65 años para que en 2025, más de 65.000 personas asesinadas -sin tener en cuenta las masacres perpetradas a lo largo de decenios por Israel, y que desgraciadamente, últimamente, obviamos-, no hayan generado ningún tipo de reacción institucional en Occidente, más allá de lo estético? Hay multitud de respuestas y darían para muchos artículos. Desde luego, el contexto de los años sesenta poco tiene que ver con el actual, pero definitivamente, la pregunta resulta inevitable.

En cualquier caso, creo que hay un elemento común en todas las respuestas: la sofisticación de los recursos comunicativos del capitalismo para hacernos creer que es el único modelo posible y que por ello, todo está justificado para que el engranaje de acumulación de capital en menos manos, siga funcionando. Bueno, pero siempre ha habido guerras, podrá decir alguien. Sí, es cierto, la narrativa capitalista siempre ha naturalizado el asesinato masivo de civiles en otras latitudes (o sea, pobres) como un mal necesario para mantener la hegemonía de Occidente, pero la diferencia está, en que ahora dispone de herramientas más refinadas para convencernos que tiene que ser así, y por lo tanto, normalizar barbaries. Especialmente, si quien la comete es “de los nuestros», como lo es Israel. A nadie se le escapa que si fuera otro país, todo sería diferente.

Así que mientras desarrollamos dinámicas que confronten con este modelo, que prioricen lo colectivo frente al capital, hay cosas urgentes que podemos hacer ya: denunciar la complicidad de empresas e instituciones con esta deriva militarista, que hace del mundo un lugar cada vez más salvaje e injusto. Dos ejemplos cercanos e intolerables: permitir que la selección de Israel participe en el Mundial de salto de Trampolín celebrado en Pamplona/Iruñea, es un gesto que blanquea al sionismo y contribuye a normalizar los bombardeos contra escuelas y hospitales y el bloqueo de ayuda humanitaria. Y por otro lado, otorgar la medalla de oro de Navarra a MTorres, empresa que participa en el desarrollo de un avión militar como el Eurofighter Typhon, premia de facto la progresiva militarización de la industria navarra. Y tenemos total convencimiento de que la sociedad navarra no quiere ni blanquear a Israel, ni militarizar su industria.

CGT Nafarroa tampoco. Por eso estas líneas, para mostrar nuestro rechazo. Porque la guerra empieza aquí, en las empresas que la abastecen y en las instituciones que las premian. Porque la guerra siempre ha sido enemiga de la clase trabajadora. Para que, volviendo al comienzo del artículo, nadie tenga que correr mientras las balas que defienden los privilegios de unos pocos, le persiguen.

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