Carecemos de datos precisos, pero la realidad de las escuelas y la información transmitida por quienes ejercen la Orientación en las mismas apunta inequívocamente a un agravamiento de patologías ya existentes y a la aparición de otras en quienes no las padecían.
Un tema tabú hasta hace muy poco, el suicidio —consumado o su intento—, no escapa de esta problemática más amplia. En España, 7 millones de personas (un 15% de la población) han pensado en suicidarse en el último año. El número de suicidios consumados ha crecido un 7,4%: 3941, más de 10 diarios. Hablamos de una cifra 2,7 veces mayor que la de muertes en accidentes de tráfico (1463) y que multiplica por 87 las causadas por las violencias machistas (45).
A menudo, por prejuicios o falta de medios, muchas muertes acaban registrándose como accidentes o paros cardiacos cuando, en realidad, se trata de suicidios. Sigue siendo un estigma. En el fondo, estamos ante alguien que sufre y no recibe la ayuda necesaria.
En los colegios e institutos crecen: el estrés, la ansiedad, la frustración, la sensación de vulnerabilidad, los cuadros depresivos, las autolesiones… Todo aderezado con: la incertidumbre, la precariedad en muchas familias, la falta de interacción social directa durante meses, el ciberacoso o la muerte de seres cercanos.
Entretanto, seguimos padeciendo la secular falta de personal de Orientación: profesionales que trabajan con ratios imposibles para poder realizar su labor de la mejor manera. El sistema sanitario público cada vez hace más aguas, con una atención primaria saturada y un déficit insondable de psicólogos y psiquiatras. Quienes precisan de salud mental se encuentran en listas de espera larguísimas, con citas muy espaciadas y unas consultas privadas inasumibles económicamente. Con este panorama, ahora más que nunca, hacen falta recursos para paliar ese sufrimiento. Por eso insistimos en la necesidad de aumentar de manera inmediata las plantillas de Orientación, así como dotar de personal sanitario y trabajadores/educadores sociales a los centros educativos. Los programas de hábitos de vida saludable deben contemplar también esta nueva y dolorosa realidad. Alguien tiene que ayudar a gestionar las emociones, especialmente al alumnado adolescente.
Prevención vs duelo
A riesgo de que nos tachen de alarmistas, los gobiernos deben aportar recursos ya. Esa es la mejor prevención. Ya no vale aquello de «de lo que no se habla no existe». Tampoco serviría lamentarse a posteriori: sería, como mínimo, irresponsable. No podemos esperar a que salte a los medios un caso y darnos golpes de pecho.
Recordemos además que una tragedia de este tipo vendría acompañada de la impotencia y el sentimiento de culpa de la familia, las amistades y el profesorado de la persona fallecida.
Antes de llegar a un punto de no retorno, hay que poner encima de la mesa soluciones y medios acordes al problema. No queremos tiritas sino profesionales.