El antiintelectualismo de la CNT y la revolución de julio de 1936

 

 

Víctor GARCÍA

139909_cnt___19___julio___1936Las raíces del antiintelectualismo de la CNT se remontan en el pretérito decimonónico. Los atisbos más palmarios se pueden observar en los primeros congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) y partiendo del mismo momento de su fundación, en Saint Martin’s Hall, Londres, el 28 de septiembre de 1864, cuando el espíritu proudhoniano, por boca de los delegados galos, inspiró los principios obreristas internacionales. Fue una creación francesa que el despotismo de Napoleón III forzó a que se manifestara en Inglaterra.

 

 

El manifiesto redactado por la delegación francesa, de regreso de Londres, ya señala las intenciones de marginación frente al intelectual:

«El trabajo confirma su igualdad frente a las demás fuerzas y quiere conquistar su puesto en un mundo moral y material y ello en base a su propia iniciativa y al margen de todas las influencias que durante estos últimos tiempos ha sufrido e, inclusive, solicitado».

Es la prosa de Proudhon en su De la Capacité politique des Classes Ouvrieres. Cuando tiene lugar el primer congreso de la AlT, en Ginebra, en septiembre de 1886, a los dos años de su creación, el obrerismo per sé se agudiza todavía más. Marx ya le había escrito a Engels, el 6 de abril de aquel año: «Debo decirte con franqueza que la Internacional no va bien…» y repite, el 23 del mismo mes: «Desde aquí (Londres) haré todo lo posible porque el congreso de Ginebra tenga éxito, pero no asistiré a él. De esta manera evito toda responsabilidad personal». Esta noticia desagradó a los delegados ingleses en particular, pero fue celebrada por la nutrida delegación francesa:

«Como obrero –dice Henri Tolain en su intervención– agradezco al ciudadano Marx no haber aceptado la delegación que se le ofrecía. Haciendo esto el ciudadano Marx ha demostrado que los congresos obreros sólo deben estar compuestos de obreros manuales. Si admitimos aquí a hombres perteneciendo a otras clases, no faltará quien diga que el congreso no representa las aspiraciones de las clases obreras, que no está integrado por los trabajadores, y creo que es útil demostrar al mundo que estamos suficientemente preparados para poder obrar por nuestros propios medios’”»1

Estas intenciones de exclusión de intelectuales en los comicios de la AIT llegan a ser justificadas por el propio Marx en carta a Engels del 25 de febrero de 1865:

«Los obreros parece que tienden a excluir a todo hombre de letras, lo que es, sin embargo, absurdo ya que los necesitan en la prensa, pero es excusable vistas las traiciones continuas de los intelectuales».

Luego irrumpe Bakunin en las luchas manumisoras y pone en guardia a los obreros contra «el gobierno de los sabios» que es una alusión directa y certera a las ambiciones de los intelectuales, siempre convencidos de su superioridad.

«Un intelectual, por su naturaleza, se halla inclinado a toda clase de corrupciones morales e intelectuales, siendo su principal vicio la exaltación de sus conocimientos y su propio intelecto así como el desprecio para todos los ignorantes. Dejadlo gobernar y será el tirano más insufrible, porque el orgullo intelectual es repulsivo, ofensivo y más opresor que no importa cual otro. Ser el esclavo de los pedantes, iqué destino para la humanidad!».

Es también la actitud de Georges Sorel, que homologa al intelectual con el cortesano y se opone abiertamente a lastrar al movimiento obrero con las enseñanzas de los intelectuales:

«El proletariado debe intentar emanciparse, desde ahora, de toda dirección que no sea interna… La primera regla de su conducta ha de ser: permanecer exclusivamente obrero, es decir, excluir a los intelectuales».

En la misma página de su polémico libro añadirá: «El papel de los intelectuales es un papel auxiliar: pueden servir como empleados de los sindicatos».

Aplastada la Comuna y, un tiempo después, restablecidas ciertas libertades, los trabajadores franceses agrupados en torno a las Bourses du Travail inspiradas y dinamizadas por Fernand Pelloutier, celebran su primer congreso el 2 de octubre de 1896. El documento del comité organizador dice:

«Hemos querido que el congreso fuera exclusivamente obrero y cada uno ha comprendido enseguida nuestras razones. No hay que olvidarlo, todos los sistemas, todas las utopías que han asociado a los trabajadores no han sido jamás de ellos, todos emanan de los burgueses».

En España el antiintelectualismo no se quedaba atrás. En El Condenado del 9 enero 1874, aparece una muestra arquetípica de este sentimiento antiintelectual. Va firmado por «Un Internacional» y dice:

«¿Queréis conocer el secreto de una revolución verdadera? Pues oíd: para que lo sea es preciso que la lleven a cabo y exclusivamente esos que llaman descamisados, chusma, canalla, las turbas desarrapadas, los trabajadores, en fin, los que padecen verdaderamente hambre y desnudez; éstos son, y en contra de los privilegiados de todos géneros, los únicos que pueden y quieren la revolución verdadera. Ni los periodistas, ni los abogados, ni las dignidades militares o eclesiásticas, ni los diputados que fueron, ni los que lo son, ni los que desean serlo, ni los concejales, ni los escribanos, ni los jueces, ni los comerciantes, tenderos ni banqueros, ni los propietarios, ni los fabricantes, ni los maestros dueños de taller, ni los empleados o aspirantes a serlo, ninguno, en fin, que no sienta sobre sus desnudas o mal cubiertas espaldas el peso de las injusticias… puede querer la revolución verdadera».

En el dictamen del Congreso de Constitución de la CNT, de septiembre de 1910, hito mucho más trascendental que la visita del cometa Halley, coincidente con dicho magno evento, la renuencia a los intelectuales es un motivo de fondo a lo largo de todo el documento:

«No es la obra de ellos mismos cuando encargan de su emancipación a otros; ni es posible que se emancipen quienes empiezan por estar sometidos a las buenas o malas intenciones, a los acertados o disparatados actos de otros, a la voluntad perezosa o activa de los demás, a las conveniencias particulares o no de otros. La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos, y agregaremos con Farga Pellicer que esta afirmación está fundada en el hecho de que no hay institución ni clase social alguna que por la obrera se interese».

Y se da con otro párrafo igualmente significativo:

«Y al decir esto no es posible olvidar que los obreros llamados intelectuales sufren en su mayoría penurias parecidas a las de los manuales, pero como entre ellos se reclutan los políticos, los vividores de toda especie, escalando no pocos de los puestos de privilegio, en general no tienden a la destrucción del régimen y antes bien lo consolidan y aún procuran servirse de los manuales para esos encumbramientos que les hacen placentera y grata la vida».

El estupendo notario de Bujalance, Juan Díaz del Moral, cita un discurso de Sánchez Rosa en Écija que reproduce La Voz del Cantero del 19 de julio de 1912:

«Tengo que deciros, obreros de Écija, que cada uno de vosotros vale tanto como los más grandes pensadores del mundo. Don Santiago Ramón y Cajal, sabio eminente a quien yo respeto y admiro, no vale más que ninguno de vosotros. Marconi, el célebre inventor de la telegrafía sin hilos… no le creo más acreedor a nada que ningún campesino».

Ya unas 150 páginas antes, Díaz del Moral trata de explicar esta peculiaridad antiintelectualista:

«Nunca militaron en sus filas [del anarquismo español] hombres del relieve intelectual de un Reclus o un Guillaume; jamás contó en su estado mayor con el núcleo de profesores y literatos que enaltece al partido socialista; los hombres de profesiones liberales que lo dirigieron pueden anotarse en números dígitos; sus inspiradores y maestros son exclusivamente trabajadores manuales autodidácticos; el partido es netamente obrero. Tal vez estos hechos, el recuerdo de algunas frases de Bakunin y la influencia del sindicalismo francés hayan engendrado la corriente antiintelectualista que a veces se nota en él, no más intensa, ciertamente, que la de los otros sectores proletarios».

Al respecto cabe, sin embargo, una seria objeción de nuestra parte ya que el antiintelectualismo tiene que ver tan solo con el anarcosindicalismo y no con el movimiento anarquista, como quiere establecer Díaz del MoralGerald Brenan, gran observador de nuestra historia, señala que después de la pérdida de Cuba: «Una nueva brisa comenzó a soplar sobre las mortecinas hojas del anarquismo» por lo que se abandonó la bomba a favor de la huelga general al tiempo que afirmaba que el camino hacia el ideal eran las escuelas. Elogia la obra de Francisco Ferrer, todo y considerándolo «pedante de estrechas miras y con pocas cualidades atractivas».

«Este movimiento correspondió a un período de expansión intelectual. Nunca hasta entonces había contado el anarquismo español en sus filas con hombres cultivados y de ideas. Comenzó, asimismo, a abrir sus filas a las clases medias. Tárrida del Mármol, uno de los dirigentes anarquistas de la época, era director de la Academia Politécnica de Barcelona, y provenía de una de las mejores familias de la ciudad. José López Montenegro, que dirigía La Huelga General, había sido coronel del ejército. Ricardo Mella, ingeniero gallego, fue el único español que aportó alguna contribución a las teorías del anarquismo. También numerosos escritores e intelectuales quedaron dentro de la órbita acrática. Pío Baroja, Maeztu y Azorín se sentaron por algún tiempo en cafés anarquistas y flirtearon con las ideas libertarias…, la aparición del sindicalismo terminó de cerrar las filas anarquistas a los simpatizantes burgueses. Desde 1910, la actitud del anarquismo español hacia los intelectuales ha sido de constante hostilidad. Han poseído sus propios escritores y pensadores y no se han preocupado de los demás».

Es indudable que hay buena intención en Díaz del Moral, en Brenan y en algunos, muy pocos, escritores e historiadores. Escapa a su examen, sin embargo, el hecho de que el anarquismo resultaba una actitud comprometedora para todo individuo incrustado en el stablishment, como se dice ahora, y que después de los flirteos, como señala Brenan, venía siempre el acaparazonamiento en el refugio de la seguridad y la garantía que una militancia anarquista no aseguraba jamás. Renunciarán a estas seguridades y a estas garantías un conde Tolstoi, un príncipe Kropotkin, un noble Bakunin, un burgués Mateo Morral, doctores como VallinaIsaac PuenteJosé PujolSolá, pudientes como Fermín SalvocheaSebastían FaureCarlo Cafiero, pero serán siempre las excepciones que confirman la regla. La gran mayoría, después de un tiempo más o menos breve, regresará a sus predios originales y aprobará la sentencia deClemenceau«El que a los veinte no es anarquista, es un pusilánime; el que a los cuarenta lo continúa siendo, es un idiota».

De ahí que sea obligada la conclusión a la que llegan los anarquistas y los anarcosindicalistas en cuanto al manifiesto recelo que existe contra los intelectuales. Además, ¿acaso la historia no está saturada de sus traiciones? Todos podemos recordar el valiente discurso de Ignacio Silone en la conferencia internacional del Pen Club, el 3 de junio de 1947: «Los acontecimientos han demostrado, una vez más que el ejercicio de las letras y de las artes no supone una garantía de moralidad o de firmeza de carácter: han probado que cada vez que la clase dirigente naufraga en una crisis o en los extravíos y errores que la engendran, la mayor parte de los hombres de letras y de los artistas son también arrastrados».

También nos viene al recuerdo el célebre libro de Julien Benda La trahison des Clercs, denuncia como pocas contra los escritores y los intelectuales en general que durante la Primera Guerra Mundial se balancearon en la cuerda floja de la apostasía. Es posible que, aparte Romain Rolland, y un puñado más de valientes, nadie escapara a la traición. «De los intelectuales –dice un intelectual: el doctor Juan Lazarte, y anarquista por más señas–, de las minorías selectas poco se puede esperar; en la historia tenemos un ejemplo terrible para la ciencia y la cultura, en el manifiesto de los 93 profesores alemanes y las opiniones de sus colegas franceses e ingleses. El pensamiento se hizo sirviente de la contienda».

«Se nos ocurre echar una mirada a la frustración, a la traición de los intelectuales –dice Diego Abad de Santillán en la introducción a una obra de Carlos Díaz cuando este amigo transitaba por los senderos anarquistas–, de la intelligentsia, una traición contra sí mismos, y contra sus pueblos, contra todos los pueblos, contra la justicia, contra el progreso, pese a sus aportes científicos y tecnológicos, y contra la libertad, ese bien supremo de que nos hablara el predicador Don Quijote de la Mancha».

En lo que a España concierne se puede afirmar que la tan mentada «Generación del 98», integrada por las plumas más relevantes de todo un cuarto de siglo amplio, no supo comprender la significación que entrañaba su acercamiento a la clase trabajadora. Unamuno, tan admirado en muchas de sus facetas, incluida la del coraje ante el fascismo español, se negó a reconocer lo meritorio de la labor de Francisco Ferrer Guardia llenándolo de insultos y vejámenes, todo ello debido a la condición anarquista del creador de La Escuela Moderna: «Yo no puedo con los anarquistas y lo que más me repugna de ellos es su simplicidad mental –escribe al escritor peruano José de la Riva Agüero, el 10 de enero de 1910– su fanatismo ciego y su superstición científica… y luego todos dicen lo mismo siempre y del mismo modo. No hay literatura más pobre y más monótona que la anarquista». El apoyo que Ferrer recibiera del extranjero de científicos como los hermanos Reclús o, en el campo español, de parte del biólogoEnrique Llúria, o de Odón de Buen en ciencias de la naturaleza no significaba nada para el catedrático de Salamanca. El fusilamiento de Ferrer fue aplaudido por Unamuno y prensa hubo, como La Nación de Buenos Aires, que ensució sus páginas publicando la colaboración deUnamuno favorable a tan horrendo crimen.

Lo mismo en cuanto a Azorín, que tuvo sus acercamientos con el anarquismo, para terminar siendo partidario del reaccionario Maura y prostituyendo su pluma con panegíricos al troglodita La Cierva, al patrocinador del levantamiento fascista español, el millonario Juan March y, como broche de oro, para el mismo Franco. De Pío Baroja, igualmente transeúnte en los predios ácratas pero que, llegada la vejez y siéndole grande el exilio, no titubea en escribirle a Francosolicitando permiso para el regreso. Igual con el irreverente Valle Inclán, panegirista de Lerroux y hasta del propio Mussolini.

Durante la revolución de julio de 1936, la trahison des Clercs se hizo más manifiesta todavía y los que no aprovechaban la primera oportunidad para cruzar los Pirineos, como Gregorio Marañón –que viaja a París en misión que le confiara la Ministro de Sanidad, Federica Montseny, y decide quedarse allí, no sin antes declarar que «los anarquistas y los sindicalistas son, en nuestra revolución, la expresión más auténtica de la psicología nacional»–, corrían a refugiarse bajo las alas protectoras de un Partido Comunista raquítico y mínimo deseoso de abultar sus filas de cuanto ingenuo o hábil calculador pudiera, de modo especial intelectuales y burgueses. Esto explicaría, dicho sea de paso, la inconsecuencia de Antonio Machado, admirable en tantas cosas, con las absurdas loas dedicadas al destructor de las colectividades de Aragón, Enrique Líster.

En toda la América Latina encontraron ubicación multitud de intelectuales que, en cuanto estalló la guerra civil, abandonaron el suelo español dejando que fueran los otros los que defendieran la causa que mejor les gustara. Para muchos de ellos, la causa era la de esperar la presencia de un vencedor para rendirle cortesano tributo.

Mientras, hacen sus tanteos y se lanzan improperios mutuamente a la espera de una sinecura que algún día el Estado, si hay suerte, sabrá proporcionarles.

Esta deserción, por un lado, de los intelectuales, y, por el otro, el recelo de los trabajadores anarcosindicalistas hacia ellos, obligó a éstos a prepararse a fin de suplir la ausencia de aquéllos. Este autodidactismo enfureció mucho a los egresados de universidades e institutos académicos, en parte siguiendo la trayectoria trazada por Marx, tan alérgico a los empíricos, como él designaba a los sin título académico o universitario. Quizás el que más improperios lanzara contra el proceder anarcosindicalista, tanto español como internacional, fuera el teórico comunista italiano Antonio Gramsci, un intelectual químicamente puro que no toleraba al anarquismo y que hallaba en el movimiento ácrata, debido a la presencia de puro autodidacta, un impacto antihistórico, un anacronismo y una morbosidad hacía los cánones antañones ampliamente superados. Gramsci ha contado y cuenta con muchos adeptos en la tarea de despreciar al anarquismo y a las organizaciones anarcosindicalistas. Son todos los convencidos de que hay un socialismo utópico, el nuestro, y un socialismo científico, el marxista.

Era de rigor, pues, que frente a este alejamiento de los letrados, el anarquismo, y la CNT en España, tratara de valerse por sus propios medios haciendo de sus ideales la obra de ellos mismos como reza el documento constitutivo del Palacio de Bellas Artes de Barcelona, del 3 de noviembre de 1910.

«Quedó, por tanto [la CNT], reducida a sus propias élites. A aquellos intelectuales que se habían formado en su seno a base de una voluntad de hierro, alternando las peripecias de la lucha con furtivas lecturas. Estos héroes autodidactas dirigían y redactaban periódicos y revistas, hacían pinitos en el libro, la novela, la poesía y la tribuna e incluso en la escuela. Damos algunos ejemplos. Organizadores: Salvador Seguí, Ángel Pestaña; agitadores y hombres de acción: Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Buenaventura Durruti; divulgadores: Isaac Puente, José Sánchez Rosa; educadores: Ramón Acín, Juan Roigé, Eleuterio Quintanilla; historiadores: D.A. de Santillán, José Peirats; escritores: Federica Montseny, Higinio Noja Ruiz; oradores: V. Orobón Fernández, José Villaverde, Vicente Ballester; poetas: Salvador Cordón, Elías García; periodistas: Felipe Aláiz, Eusebio Carbó, Juan Peiró. Muchos de los citados ejercieron todas estas especialidades al mismo tiempo, con competencia y hay muchísimos más que no citarnos».

En esto radica el éxito de la revolución de julio de 1936, en que la organización anarcosindicalista española se hallaba integrada, sin tener que acudir al intelectual híbrido e indeciso, atrincherado detrás de sus diplomas y su currículum vitae, por toda clase de gente preparada para que la producción, la economía, la enseñanza, la salud, la vivienda, el transporte no se paralizara cuando la sociedad capitalista y republicana colapsó frente al levantamiento fascista y sólo los trabajadores españoles supieron, con valentía única, arrebatar las armas al ejército en las ciudades más importantes de la Península.

En Cataluña y otras partes de España, la CNT logró que una nueva sociedad funcionara en todas sus facetas a pesar de que toda la población apta para empuñar el fusil tuvo que acudir a los frentes de batalla a combatir al fascismo. De no haber mediado el contubernio internacional: los países fascistas aportando armas y hombres en favor de Franco y los países llamados demócratas y con gobierno socialista, como el francés, oponiéndose a toda clase de ayuda en favor de la zona que todos ellos decidieron en llamar «roja» a fin de asociarla con el comunismo y desmerecer la verdadera inspiración libertaria del movimiento; de no haber mediado esta confabulación del cortesano intelectual y el político de Europa, repetimos, la contienda no habría durado treinta y tres meses y la victoria hubiera sido de las fuerzas antifascistas.

No nos ciega el sectarismo y por ende deseamos reconocer el esfuerzo que escritores extranjeros han sabido aportar en favor de la causa anarcosindicalista española. Pensamos, principalmente, en George Orwell que tan positivamente impresionado quedó con la organización social y productora de la CNT en Cataluña, como está reflejado en su obra Homenaje a Cataluña; enBurnett Bolloten, que desenmascaró acertadamente la maniobra estalinista en su magnífico testimonio El Gran Engaño, en John Brademas cuya fiel exposición de los aportes confederales hallamos en su Anarcosindicalismo y revolución en España. En todo un puñado de escritores, historiadores y sociólogos que, desafiando el úkase de Moscú y la pusilanimidad internacional, no titubeó en testimoniar en favor del anarcosindicalismo español. Pensamos en Franz Borkenau y su The Spanish Cockpit; en Simone Weil y sus Ecrits historiques et Politiques; en Gerald Brenany su El Laberinto Español; en Hanz Erich Kaminski y su Ceux de Barcelone; en Albert Camus y toda su obra; en Elene de la Souchere y su Explication de l’Espagne; en Noam Chomsky y sus múltiples obras; en Pierre Broué Emile Temime y su La Revolución y la Guerra en España» y un buen puñado más de honestos intelectuales que salvan a esta clase social del naufragio total y definitivo.

En cuanto a los escritores e historiadores anarquistas internacionales, formados, la mayoría de ellos en el seno del movimiento ácrata y anarcosindicalista de Europa y América, «a base de una voluntad de hierro –como señala José Peirats– y alternando las peripecias de la lucha con furtivas lecturas» que defendieron desde España y desde el extranjero la causa confederal, la nómina resulta tan inconmensurable que, obviamente, no es posible reseñar aquí en detalle. En base a un censo improvisado y conscientes de que seremos injustos con muchos, nos atrevemos a mencionar a Gastón LevalLuce FabbriHugo FedeliCamilo BerneriEmma Goldman,Alexandre BerkmanMax NettlauRudolf RockerSebastien FaureA. Prudhommeaux,Daniel GuerinStephen SpencerHerbert ReadGeorge WoodcockVernon Richards,Murray BookchinSam DomgoffPaul AvrichAristides LapeyreHelmut Rudiger, Agustín SouchyHem DayCarlos Brandt, los chinos Li Pei KanC.S. WongMa Schmu y los hermanosLu Chien BoPierre BesnardRodolfo González PachecoJosé Oiticica, el Premio Nobel de Medicina 1984, César Milstein y su hermano OscarMax SartinRené BiancoPietro Ferrua,Gino CerritoCarlos M. RamaEdgar RodriguesEmilio Santana, los japoneses Taiji Yamaga,Agustín Miura y Kou MukaiMaurice JoyeuxArmando BorghiIlario MargaritaVirgilio GalassiAhrne ThorneJosé GrunfeldJosé Néstor MoureloAlbert de JongE. Castrejón,H. KoechlinEugen RelgisAngel J. CappellettiRaúl ColomboCarlos DoglioLibert Forti,Antonio RizzoMartín GudellGeorges FontenisRenée LamberetAbba GordinKen HawkesGiuseppe RoseLuciano FarinelliAlbert MeisterFranco LeggioWenceslao ZavalaGerardo GattiGiovanni BaldilliEmile ArmandHan RynerLouis Mercier Vega,Fernand PlancheVoline y aquí nos paramos.

La causa ácrata y anarcosindicalista, a pesar del vacío en que pretendieron sumirla aquellos intelectuales invertebrados, sin esqueleto, por cuyo motivo deben arrastrarse, no ha estado ni está huérfana de abogados. Por un lado, como hemos visto, no han faltado los honestos escritores e historiadores que, desafiando las presiones de los arquistas, desde los totalitarios a los llamados liberales, pasando por los dictadores, los regímenes monárquicos, los llamados democráticos y socializantes, han sabido romper una lanza en nuestro favor. Por otro lado, y como hemos tenido oportunidad de señalar, esta causa que abraza la aspiración más intensa y extensa de libertad, igualdad y fraternidad, el tríptico irrespetado de la Revolución Francesa de 1789, ha sabido crear su propio grupo de escritores, historiadores y sociólogos, así como ha sabido atraerse conciencias sensibles de otros predios logrando así, establecer sus defensas ante el acoso de todos losarquistas.

El antiintelectualismo de la CNT y el anarcosindica1ismo en general subsistirá mientras y tanto el intelectual no baje de su pedestal y deje de lado sus pretensiones de superioridad.

«El dogma de que la revolución tiene que ser dirigida por los intelectuales profesionales –escribe Heleno Saña-, constituye no sólo una afrenta contra la dignidad del proletariado, sino también una falsificación de la historia. Si es cierto que los trabajadores han aprendido de los intelectuales, lo es también que los intelectuales han aprendido mucho más de los obreros. No es la praxis obrera que nace de las teorías de los intelectuales, sino a la inversa, son las teorías de los intelectuales que nacen de la praxis obrera. Cuando la teoría, como ocurre hoy, se aleja e independiza de la praxis obrera formando un cuerpo extraño y artificial –es decir, intelectualista– los trabajadores se vuelven de espaldas a ella».

Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986

victorgarcia1Tomás Germinal Gracia Ibars, más conocido como Víctor García nació el 24 de agosto de 1919 en Barcelona. Fue militante anarcosindicalista, escritor, traductor e historiador del movimiento anarquista internacional, miembro del sindicato fabril de la CNT desde el 1933 y de las Juventudes Libertarias del barrio de Gracia desde 1936. Militó, junto con Abel Paz, Liberto Sarrau y otros, en el grupo anarquista Los Quijotes del Ideal fundado en agosto de 1936 y que se opuso al colaboracionismo anarquista en el gobierno de la República. Durante la guerra combatirá en la columna Los Aguiluchos y cuando se produce la militarización de las milicias abandona el frente y se suma a la colectividad de Cervià de les Garrigues con Abel Paz y Liberto Sarrau. Tras el desastre del Ebro, se unió a la 26 División y, herido en Tremp, pasó a Francia, donde tras ir y venir de un campo de concentración a otro (Argelers, Barcarès, Brams), es detenido como resistente y encarcelado en el campo de Vernet por el Gobierno de Vichy, del que consigue huir. La Liberación de Francia lo coge en París. A finales de 1946 vuelve a España clandestinamente para trabajar en las Juventudes Libertarias del Interior, pero es detenido en diciembre y encarcelado en la prisión Modelo de Barcelona. En julio de 1947 fue liberado y después de vivir un tiempo en Barcelona, logró cruzar la frontera. Viajó por todo el mundo siempre ligado a la militancia anarquista. Víctor García murió, después de una larga y penosa leucemia, el 10 de mayo de 1991 en Francia.

 

Extraído de la Revista Polémica:

http://revistapolemica.wordpress.com/2013/08/30/el-antiintelectualismo-de-la-cnt-y-la-revolucion-de-julio-de-1936/




El anarcosindicalismo en el siglo XXI

La escasa implantación del anarcosinsicalismo en el mundo laboral no debe conducir al desánimo, pero sí exige una reflexión profunda sobre sus causas. El anarcosindicalismo debe analizar las nuevas condiciones sociales y laborales en este tiempo que vivimos, en que el neoliberalismo está derribando el edificio del Estado del Bienestar dejando obsoleto al sindicalismo basado en la colaboración y el pacto.

Tomás IBAÑEZ

cabecera huelga

Por razones de carácter esencialmente histórico, es en España donde el anarcosindicalismo alcanza actualmente, y de muy lejos, su mayor grado de implantación en el mundo laboral. Sin embargo, sumando las afiliaciones de CGT y de CNT, dicha implantación no sobrepasa el 0,2% de la población activa y todo parece indicar que, por mucho que empeore la situación económica y por intensa que sea la actividad militante, su techo difícilmente podrá situarse por encima de un escaso 0,3%. Estos datos no deben inducirnos a tirar la toalla ni a emprender la ruta de la resignación, pero sí deben incitarnos a analizar las posibles causas de esta situación y a reflexionar seriamente sobre el sentido que puede tener hoy el anarcosindicalismo.  Las dificultades con las que éste tropieza para aglutinar e ilusionar a los trabajadores nos confrontan directamente con la pregunta sobre la vigencia, o no, del anarcosindicalismo en el contexto económico, social y político del siglo XXI.

Para esbozar una respuesta quizás convenga recordar las condiciones en las que se fue construyendo el anarcosindicalismo y repasar algunos de los cambios que han experimentando.

Es bien conocido que el anarcosindicalismo se constituyó en una fase del desarrollo capitalista denominada como «segunda revolución industrial» que se extendió desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras del siglo XX, y todos sabemos que las condiciones impuestas a los trabajadores eran entonces de una extrema dureza. Se trataba de extraer del trabajador toda su fuerza de trabajo al menor coste posible sin la menor contrapartida en términos de derechos sociales ni de prestaciones de ningún tipo, sin ningún marco de regulación laboral, sin instancias negociadoras que mediaran entre los capitalistas y los trabajadores para sortear el enfrentamiento directo. En el ámbito laboral el capitalismo no tenía otra preocupación que la de racionalizar los procesos de producción para reducir los costos de mano de obra y forzar el trabajador a rendir hasta el límite de sus posibilidades bajo la constante mirada de vigilantes y supervisores.

El anarcosindicalismo se articuló como respuesta antagonista frente a esas condiciones concretas de explotación y, nutriéndose de influencias anarquistas, elaboró una serie de prácticas de lucha, de formas organizativas y de objetivos de transformación social que consiguieron aglutinar e ilusionar a un número relativamente amplio de trabajadores en distintos países.

Ha transcurrido poco más de un siglo desde los inicios del anarcosindicalismo, pero ese periodo de tiempo ha visto acontecer multitud de transformaciones en el ámbito laboral. Parte de esas transformaciones resultaron de las propias luchas del movimiento obrero que fueron arrancando poco a poco notables mejoras de las condiciones de trabajo y de los salarios. Sin embargo, los propios logros conseguidos por las luchas del movimiento obrero fueron debilitando la fuerza y el radicalismo de esas luchas, restando espacios para quienes propugnaban la eliminación del capitalismo, y abonando el campo para el desarrollo de un sindicalismo de concertación, de negociación y de integración.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las conquistas sociales logradas durante las décadas anteriores recibieron el amparo y el impulso del llamado «Estado de Bienestar», que veía en la colaboración de clases y en la alianza capital-trabajo una de las principales palancas para modernizar el gobierno político de la sociedad. De esta manera, unas políticas obsesionadas con promover el crecimiento económico, el incremento de la riqueza nacional, y la elevación de la renta per cápita, otorgaron un papel de arbitraje a los poderes públicos y les empujaron a impulsar el desarrollo de un amplio conjunto de medidas en el ámbito laboral y en el campo social: instauración de instancias de concertación, protección y asistencia mediante una compleja legislación laboral, regulación social de los sueldos mínimos, del tiempo y de las condiciones de trabajo, de las jubilaciones, de las bajas por enfermedad, de los despidos, etc. Los trabajadores dejaban de ser considerados como pura fuerza de trabajo y pasaban a ser concebidos y tratados como ciudadanos cuyas necesidades laborales y extralaborales debían ser atendidas. También es cierto que, de esta forma, éstos se transformaban poco a poco en sumisos, y a veces compulsivos, consumidores atados de pies y manos por los créditos concedidos.

Una de las consecuencias de la acción desarrollada por los poderes públicos en el campo sociolaboral fue la de propiciar el auge de las grandes organizaciones sindicales de negociación y de colaboración de clase que se dotaron de una amplia burocracia sindical y de nutridos gabinetes jurídicos capaces de ofrecer múltiples servicios para atender los intereses más puntuales de los trabajadores.

Frente a la presión de los poderes públicos y a la fuerza del movimiento obrero el empresariado ajustó parcialmente sus intereses sobre los del trabajador, no por sentimientos humanistas, claro, sino porque era lo más conveniente para salvaguardar y para hacer prosperar esos intereses. Cuando en las últimas décadas del siglo XX las políticas neoliberales desplazaron los planteamientos del Estado de Bienestar e iniciaron la desregulación del mercado laboral y el desmantelamiento de los derechos sociales ya era tarde para que los trabajadores pudiesen volver masivamente a las esperanzas y a las luchas propias de la época en la que imperaba el capitalismo salvaje de la revolución industrial. Nuevos dispositivos habían sido inventados e instalados para orientar a los trabajadores en otras direcciones.

Por supuesto, no todas las transformaciones acontecidas desde la época que vio nacer al anarcosindicalismo se debieron a las acciones del movimiento obrero y a los intereses puramente coyunturales de los poderes públicos. Muchas de ellas, y quizás las más importantes, provinieron de la propia capacidad de evolución del capitalismo.

Esa capacidad de evolución se constituyó en gran medida gracias a la producción de un extraordinario cúmulo de conocimientos expertos tanto sobre las características del trabajo como sobre los propios trabajadores y sobre los mecanismos de incentivación del consumo. Es así como se fueron elaborando saberes cada vez más sofisticados acerca de: la organización del trabajo y de los puestos de trabajo, los canales de comunicación en la empresa, los procesos de evaluación y de autoevaluación, las motivaciones de los trabajadores, sus relaciones entre ellos y con la empresa, las técnicas de incentivación y de responsabilización, las técnicas de marketing, de publicidad y de venta, etc.

El conocimiento es poder y, por supuesto, el capitalismo instrumentalizó esos conocimientos para generar los cambios que le permitían incrementar su propio poder. Uno de los cambios más importantes tuvo que ver con la constitución de nuevas prácticas de subjetivación, es decir con procedimientos para conformar la manera en la que uno se percibe a sí mismo, formula sus expectativas vitales, se relaciona consigo mismo y concibe sus relaciones con los demás, en definitiva procedimientos para formar sujetos, y para moldear, a la vez que para satisfacer, sus aspiraciones y sus deseos tanto en su condición de consumidores como en la de trabajadores.

Son, en parte, esas nuevas prácticas de subjetivación las que han permitido que la racionalidad y las tecnologías del mercado colonicen zonas que no obedecían estrictamente a su lógica, tales como la sanidad, el ocio, la educación, los cuidados, etc. transformando todo lo existente en posible objeto de consumo.

Hoy, en el liberalismo avanzado de finales del siglo XX y principios del siglo XXI la forma de administrar las poblaciones, la manera de ejercer el poder político y el modo de llevar a cabo la gestión capitalista de la economía y del trabajo apelan cada vez más a la autonomía de los sujetos. Se trata de utilizar y de rentabilizar la capacidad de iniciativa y de autorregulación que tienen los sujetos y de gobernarlos recurriendo a la libertad de la que disponen y que se les pide que ejerzan responsablemente. Para que esto sea posible las prácticas de subjetivación deben construir sujetos autónomos, pero unos sujetos cuya autonomía sea moldeada y normalizada por saberes expertos. Son estos mismos saberes los que se utilizan para exigir permanentemente al consumidor que haga uso de su libertad de elección entre los productos y las alternativas que le son ofrecidos, y para que los trabajadores pongan su capacidad de decisión al servicio de los intereses de la empresa. Esta promoción e instrumentalización de la libertad como principio de gobierno no es incompatible, al contrario, con las nuevas líneas de futuro que se están configurando hoy mismo y que se basan en el acento puesto sobre la inseguridad generalizada, sobre los múltiples riesgos que acechan a los individuos y las poblaciones, sobre el principio de precaución, sobre la incertidumbre laboral, sobre la precarización de la existencia y sobre el imperio del corto plazo con la fluidez y el cambio acelerado como telón de fondo.

Si contemplamos en su conjunto el periodo que va desde principios del siglo XX hasta principios del siglo XXI vemos como los conocimientos expertos producidos durante ese periodo han hecho posible una completa inversión de la forma en que el capitalismo se representaba al trabajador «ideal». Se ha pasado, en efecto, de una concepción del trabajador ideal como simple fuente de fuerza de trabajo tanto más útil cuanto que más obediente, a considerarlo como un sujeto dotado de libertad y cuya autonomía, sabiamente orientada, produce sustanciales beneficios.

Salta a la vista que el capitalismo presenta hoy unas características bien distintas de las que presentaba en las primeras décadas del siglo XX cuando los recursos económicos estaban invertidos, e inmovilizados durante largas décadas, en grandes empresas cuyo dueño era el propietario individual del capital. Hoy el capitalismo accionarial, multinacional y financiero se ha liberado de ataduras territoriales duraderas, se desplaza libremente y se mueve con extrema rapidez saltando las fronteras.

Sin embargo, frente a los enormes cambios que han experimentado tanto el capitalismo como los modos de administración de las poblaciones, y los dispositivos de dominación, el anarcosindicalismo se ha transformado bien poco. El resultado es que se ha configurado un escenario donde el anarcosindicalismo, formado en un capitalismo que aparece hoy como arcaico, no acaba de encontrar su lugar. Es más, resulta bastante razonable pensar que si el anarcosindicalismo no hubiese nacido a finales del siglo XIX, en aquellas peculiares condiciones que lo propiciaron, sería del todo imposible que pudiera nacer hoy en el seno de las actuales condiciones económicas y sociales. Tan sólo se mantiene por la inercia que acompaña al hecho de estar ya constituido y porque la heterogeneidad propia de todos los periodos históricos hace que junto con las nuevas modalidades de la economía y de la política aún pervivan formas más antiguas que le ofrecen un suelo donde arraigar y mantenerse, aunque ese suelo se vaya reduciendo a medida que las antiguas modalidades van siendo sustituidas.

Decía al inicio que los datos sobre la escasa implantación del anarcosindicalismo no eran motivo para tirar la toalla ni para caer en la resignación. Mal andaríamos, en efecto, si se tuviese que evaluar las convicciones en función del número de personas que las mantienen. La lógica del número sirve para el juego parlamentario pero no es de recibo en el ámbito axiológico. Así, por ejemplo, mientras existan relaciones de dominación no importa que sean pocos o muchos quienes pugnen por subvertirlas, y tampoco importa que su lucha consiga finalmente erradicarlas. Mejor dicho, todo eso importa mucho a efectos prácticos, claro, pero desde el compromiso con una perspectiva libertaria como marco ideológico el valor de esa lucha es independiente del éxito que coseche y del respaldo que reciba. Desde esa perspectiva el deseo y la exigencia de un cambio social radical, llámese revolución o como se quiera, es irrenunciable y las prácticas que inspira conllevan un valor en sí mismas tanto si ese cambio es factible como si no lo es.

¿Sirve este mismo razonamiento para el anarcosindicalismo? Se podría sostener en efecto que mientras perdure la explotación de los trabajadores la propuesta anarcosindicalista seguirá teniendo pleno sentido sean pocos o muchos quienes la propugnen. Sin embargo esto no es del todo así porque el anarcosindicalismo no se presenta solamente como una propuesta de lucha contra la dominación económica y por la construcción de una sociedad sin explotación, sino que define, además, un sujeto protagonista de esa lucha y de esa transformación, es decir: los trabajadores, a la vez que se ofrece como el instrumento idóneo para articular esa lucha y para configurar la futura organización de la sociedad.

El problema es que los cambios que se han producido durante los cien últimos años en las sociedades económicamente dominantes hacen que ni el proletariado de esas sociedades pueda ser considerado hoy como el sujeto de la revolución, ni que el anarcosindicalismo pueda llegar a ser una gran fuerza capaz de aglutinar una parte significativa de los trabajadores y de ilusionarlos con una perspectiva de cambio social radical y global. Sin embargo, la convicción de que serán los trabajadores quienes darán un vuelco radical a la sociedad, y de que el anarcosindicalismo constituye el instrumento adecuado para conseguirlo constituyen dos elementos definidores del anarcosindicalismo. La pregunta es por lo tanto la de saber si el anarcosindicalismo puede prescindir de esos dos elementos básicos pero que han perdido hoy toda credibilidad, y si, aun así, puede sostenerse.

Mi convicción es que el activismo anarcosindicalista es absolutamente irrenunciable en el seno del mundo laboral pero que debe reajustar sus perspectivas desde una clara conciencia de la limitación de su horizonte y de sus posibilidades en la sociedad actual. Debe aceptar sin tapujos el hecho de que su espacio concreto de intervención en el mundo laboral de las llamadas sociedades posindustriales se irá haciendo cada vez más exiguo, y debe abandonar la idea de que el proletariado protagonizará algún día la revolución. El anarcosindicalismo se puede sostener pese a todo pero con la condición de que dé un vuelco en dirección a un presentismo radical. Su discurso debe reorientarse para focalizarse decididamente sobre el presente y para resaltar el valor que representa el anarcosindicalismo para el aquí y ahora, sin que esto signifique rebajar un ápice su denuncia del sistema vigente y el rechazo de cualquier componenda con este.

En este sentido el anarcosindicalismo debe configurarse como un sindicalismo cuya radicalidad se plasme en el hecho de fomentar y de practicar la protesta y la resistencia contra todo retroceso de las condiciones de trabajo, y frente a todos los atropellos infligidos a la dignidad del trabajador. Pero no porque ese sea el camino para desbancar el capitalismo sino porque esos actos de lucha y de resistencia conllevan en sí mismos su propia justificación y su propia recompensa. Resistir, protestar, plantar cara, organizarse y luchar no son cosas que necesiten abrir sobre perspectivas más amplias para cobrar valor, sino que encuentran en sí mismas su plena justificación. Es precisamente cuando se postula que esos actos encuentran su finalidad última en la revolución cuando la creencia, bastante generalizada y constantemente alentada por el Poder, de que no hay alternativa al sistema actual incita a la pasividad. Por el contrario si se aprecia claramente que la resistencia es un valor en sí mismo entonces el hecho de que haya o no haya alternativa global al sistema no puede constituir motivo para la inhibición.

Ese presentismo radical que pasa por agotar subversivamente todo lo que puede dar de sí el presente, conduce a situar la acción social por lo menos en un pie de igualdad con la acción sindical, y empuja el anarcosindicalismo a salir cada vez más al exterior del recinto laboral. No solamente porque es en conexión con los movimientos sociales de todo tipo como se pueden abrir perspectivas para crear una alternativa a la sociedad actual, sino también porque es en conexión con estos movimientos como se puede intentar ofrecer aquí y ahora espacios de relaciones y de vida distintos, que se rijan por otros valores, que susciten otros deseos, que alumbren otras subjetividades, y que constituyan un aliciente suficiente para dar la espalda a los valores del sistema. Puesto que ya no tiene mucho sentido situar en un futuro protagonizado por la clase obrera los principales motivos para abrazar la lucha anarcosindicalista, se trata ahora de crear espacios y alternativas fuera de la lógica del sistema en todos los ámbitos donde esto sea posible, salud, educación, economía alternativa, etc. El reto en estos tiempos está en saber compaginar la movilización y la defensa de los trabadores con la realización concreta de pequeñas, pero bien reales, alternativas al sistema que aporten a la gente satisfacciones más ilusionantes y más gratificantes que las que ofrece la lógica mercantilista imperante.




Cumbres inalcanzables, pendientes resbaladizas

La historia del anarcosindicalismo, como ocurre en todo gran movimiento social, se debatió siempre entre la fidelidad a sus principios ideológicos y su necesidad de adecuarse a las circunstancias de cada momento histórico. Junto a los Durruti o García Oliver, siempre estuvieron los Pestaña o los Peiró. Todos ellos hicieron de la CNT lo que fue, y son elementos inseparables de su historia. ¿Cómo convivieron esas dos tendencias a lo largo de la historia?

Jesús RUÍZ PÉREZ

Posibilismo o fundamentalismo: ¿un falso dilema?

20121208130757-comunismo-anarquistaEl dilema entre posibilismo o fidelidad absoluta a los principios a la hora de actuar remite en el fondo a otro problema clásico, el de la relación entre los medios y los fines. Afecta por lo tanto a una de las características que definen al anarquismo, la exigencia de armonía entre procedimientos y objetivos: la convicción de que algunos medios hacen imposible alcanzar el fin que se desea. El objetivo de abolir el capitalismo y el Estado, para sustituirlos por una organización social sin explotación económica y sin autoridad, igualitaria y libre, no es exclusivo de los anarquistas. Pero el anarquismo se diferencia del resto de tendencias en que aspira a poner en práctica tal proyecto de modo inmediato, en el acto mismo de la revolución, y se opone a cualquier forma de toma de poder o de gobierno de transición.

Para no quedar, por definición, fuera de las fronteras del anarquismo, la opción posibilista debe cumplir el requisito que acabamos de exponer. Aceptando este criterio, el posibilismo tiene derecho a la credencial de «libertario» cuando se asume: 1) a partir de la percepción de una debilidad, con frecuencia el diagnóstico de la falta de condiciones para emprender con éxito la revolución, y 2) sólo con el objetivo de corregir tales carencias antes del asalto definitivo, momento, éste sí, en el que no caben ya prórrogas ni coartadas.

Considerar la premisa anterior es lo que hace que cobre pleno sentido hablar de fundamentalismo. Porque la esencia del otro polo de la disyuntiva reside en la convicción de que, aun cuando fuera exacto el diagnóstico de que aún no es posible hacer la revolución, incluso entonces resulta preferible actuar, en todo momento y sin concesiones circunstanciales, conforme a los principios, ya que traicionarlos supone deslizarse al reformismo y contribuir a obstaculizar los propios objetivos emancipadores, más aún en aquellos casos en que los posibilistas centran su táctica en colaborar con el aparato estatal. Sebastián Faure expresó muy bien esta postura, a propósito de la entrada en el Gobierno de la República de varios ministros anarquistas, durante la Guerra Civil:

Alejarse –aun en circunstancias excepcionales y por breve tiempo– de la línea de conducta que nos han trazado nuestros principios, significa cometer un error y una peligrosa imprudencia. Persistir en este error implica cometer una culpa cuyas consecuencias conducen, paulatinamente, al abandono definitivo de los mismos. […] Es el engranaje, es la pendiente fatal que puede llevarnos muy lejos.

[…] No ignoro que no es siempre posible hacer lo que sería necesario hacer; pero sé que hay cosas que es rigurosamente necesario no hacer jamás.[i]

El problema de los medios y los fines, que no está zanjado de antemano, vuelve a reclamar nuestro interés.

El sujeto del dilema

Este artículo pretende repasar algunos «momentos privilegiados», en los que se planteó de modo más intenso en el seno del movimiento libertario la tensión entre la actuación fundamentalista de unos anarquistas y la posibilista de otros. Y ello a partir de la premisa de que el fundamentalismo constituyó, en buena medida (aunque no sólo) una reacción frente al posibilismo, el intento de desautorizar y frenar las expresiones de lo que consideraban una tendencia «desviacionista», por lo que ambos se solieron manifestar de modo simultáneo.

Hay que precisar también que el presente repaso histórico se centra, para evitar dudas sobre la sinceridad revolucionaria de sus protagonistas, en el comportamiento del grupo de dirigentes y militantes que constituían el «núcleo duro» del movimiento libertario: aquellos que se encontraban familiarizados con los principios del anarquismo y de quienes dependía la creación, la orientación y el funcionamiento cotidiano de las estructuras asociativas inspiradas en éste.[ii]

Por eso, antes de pasar a la exposición, me ocuparé brevemente de un tema que considero imprescindible para comprender el fenómeno del posibilismo en toda su extensión: el de las relaciones de los trabajadores de base, por una parte, con los dirigentes y militantes anarquistas y, por otra, con el movimiento republicano.

La tendencia actual entre los historiadores es explicar la persistencia y el vigor del anarquismo en España por su capacidad para canalizar las reivindicaciones populares y cohesionar, a través de sus múltiples instituciones, un entramado de relaciones y solidaridades entre amplias capas de la población: obreros fabriles, artesanos y jornaleros del campo, mujeres preocupadas por los precios del mercado, inquilinos, jóvenes llamados a filas… Un éxito al que contribuyó la diversidad, la autonomía (implícita en el propio sistema federal de relaciones) y la pluralidad interna de las formas de asociación que abarcó. Resulta en este sentido muy apropiado hablar de movimiento libertario, en tanto movimiento social.[iii] Los auges y caídas del anarquismo en España se debieron a la capacidad de conectar (o no conectar) con esta base popular. Y ponen de manifiesto algo que siempre tuvieron presente los libertarios, que por el mero hecho de afiliarse al sindicato un obrero no se convertía en anarquista, y que la lealtad del respaldo que conseguían suscitar requería ser afianzada.

Durante un largo trecho (1868-1939) el movimiento libertario hubo de disputarse la lealtad de la clase obrera con los republicanos, y en ocasiones también tuvo que compartirla. Republicanismo y anarquismo tenían en común principios ideológicos, tales como la confianza en el poder emancipador de la cultura y la fe en el progreso. Y, al igual que los anarquistas, los republicanos consiguieron canalizar las esperanzas populares de transformación social, pusieron en marcha sus propias redes asociativas, que incluían relaciones de apoyo y colaboración con los sindicatos, cuando no la fundación de éstos, y confluyeron con frecuencia en un mismo espacio de disidencia en actividades relacionadas con la formación cultural de los trabajadores, la enseñanza laica, el anticlericalismo o la defensa de las libertades civiles y los derechos fundamentales. Anarquismo y republicanismo se relacionaron entre sí por la base a la manera de vasos comunicantes, en particular en aquellos momentos en que los republicanos desafiaron más seriamente al sistema político o llegaron a ocupar el poder, suscitando primero un flujo de apoyo y luego un reflujo de desilusión.[iv]

La existencia de estos vínculos estrechos, de experiencias, visiones del mundo y objetivos en común, resultó un terreno propicio para que surgieran muchas de las manifestaciones de posibilismo que abordaremos a continuación.

La Primera República

Cuando se proclamó la República, a principios de 1873, la Federación Regional Española (FRE) constituía la sección bakuninista más numerosa de la recién escindida Primera Internacional, y durante ese año llegaría a alcanzar en torno a los 50.000 afiliados.

Bajo el nuevo régimen se produjo la participación en las elecciones de candidatos salidos de las filas internacionalistas, y en Jerez llegaron a ocupar el poder local en coalición con los federales, facción republicana que gozaba de amplio apoyo entre los trabajadores y que de hecho, como ha revelado el estudio pormenorizado de tales relaciones en Andalucía, compartió con frecuencia dirigentes y seguidores con las sociedades obreras de la FRE.

Los internacionalistas también participaron en las insurrecciones cantonales, promovidas por los federales intransigentes en Andalucía y el País Valenciano, y dirigentes obreros entraron a formar parte de los nuevos órganos de poder municipal, siendo el más célebre el caso de Fermín Salvochea, que ocupó la Alcaldía de Cádiz.

De las revueltas de julio sólo tuvieron carácter exclusivamente internacionalista la sublevación de los trabajadores de Alcoy, liderada por la Comisión Federal de la FRE, y que fue la única que mereció la aprobación oficial de este organismo, y la de Sanlúcar, que se saldó con el acceso de los insurrectos, muchos de ellos federales, al poder local.[v]

Insurrecciones republicanas (y anarquistas)

La CNT, constituida en 1910, inició una espectacular expansión a partir de 1916, que la situó, a la altura del Congreso de la Comedia, de diciembre de 1919, en la cifra histórica de 800.000 adherentes. En las fases iniciales de este crecimiento tuvo lugar otro de los momentos clave de posibilismo, la participación de la CNT en la huelga general revolucionaria de 1917, que supuso sumar sus fuerzas a los socialistas y a los republicanos en un movimiento que pretendía la instauración de un régimen democrático.[vi]

La restauración de las libertades democráticas constituyó así mismo el objetivo inmediato que llevó a la CNT, desde los inicios de la dictadura impuesta por el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, a conspirar con catalanistas, constitucionalistas y republicanos, colaboración en la que destacó por su amplitud la huelga general revolucionaria de diciembre de 1930.

En paralelo los grupos anarquistas, y, desde su fundación a partir de 1927, la FAI, proyectaron conspiraciones con pretensiones revolucionarias, iniciativas que provocaron desencuentros con la dirección cenetista.[vii]

La Segunda República

La instauración de la Segunda República, en 1931, permitió a la CNT volver a funcionar dentro de la legalidad y atraer a gran número de trabajadores (en torno a 800.000 afiliados a finales de año), que encontraron en ella el instrumento de reivindicación adecuado a sus necesidades. La etapa democrática que se iniciaba propició que se planteara con intensidad, entre los cenetistas, un conflicto entre dos modos de concebir la revolución. Por una parte la tendencia denominada «treintista», que concebía la revolución como un movimiento de masas encuadradas en los sindicatos, se mostró partidaria de aprovechar el margen de libertad que el nuevo régimen proporcionaba para desarrollar una potente estructura sindical, postura que implicaba tolerar durante un tiempo el poder republicano. Por otra parte el sector intransigente, que tuvo un poderoso referente en la FAI, aunque sólo una parte de quienes lo integraban formaban parte de ella, mantuvo la postura fundamentalista de que postergar la revolución conducía al reformismo, una actitud que, en el terreno de la práctica, condujo al desafío a las instituciones republicanas, a través de conflictos de carácter político, y a la coordinación de insurrecciones, como las que en 1933 condujeron a la implantación en varios municipios españoles del comunismo libertario. El enfrentamiento entre ambas tácticas divergentes condujo a la escisión de la CNT, con la salida de su seno, en parte forzada por una cadena de expulsiones, del sector «treintista», que organizó los Sindicatos de Oposición.[viii]

Junto al posibilismo en el plano sindical, durante la Segunda República surgió también el posibilismo en el terreno político, fenómeno que constituye el tema de la Tesis Doctoral que estoy escribiendo. Volvieron a cobrar fuerza las relaciones entre republicanos y libertarios, nunca desaparecidas del todo, produciéndose fenómenos de doble militancia, más extendidos en la base de formaciones tradicionalmente próximas al movimiento libertario, como el Partido Federal, y en la de nuevos partidos de extrema izquierda, como el Partido Social Revolucionario.[ix] Del mismo modo, se produjo en varios municipios de España la participación en el poder local de libertarios, con candidaturas sindicalistas o encuadrados en agrupaciones de partidos de la izquierda burguesa.[x] Y parte de aquellos que aceptaban el parlamentarismo, aunque sólo como un medio de apoyar la acción del sindicalismo revolucionario, y no como un fin, llegaron a formar un partido político propio, el Partido Sindicalista, cuyo fundador, Ángel Pestaña, resultó elegido diputado en 1936 dentro del Frente Popular.[xi]

Hay que hacer notar por último que el desafío más serio a la autoridad del Estado, la revolución de octubre de 1934 en Asturias, supuso en cierta medida una ruptura con la tendencia fundamentalista de la CNT, ya que se basó en un pacto regional de cooperación con la UGT. La Confederación acabó adoptando de modo oficial una postura favorable a la alianza revolucionaria con los ugetistas en el Congreso Nacional de mayo de 1936, en el que también se formalizó el reingreso de los Sindicatos de Oposición.

La Guerra Civil

El éxito en gran parte del país de la sublevación militar de julio de 1936, y el protagonismo de las organizaciones obreras a la hora de sofocar la rebelión en el resto del territorio, tuvo como consecuencia el colapso de los mecanismos de coerción del Estado (Ejército y policía) y el debilitamiento de la autoridad de los poderes públicos, ofreciendo a los anarquistas la esperada oportunidad para iniciar la transformación de la sociedad. Una constelación de Comités Revolucionarios, muchos con predominio de la CNT, allí donde ésta tenía más apoyos, asumieron en la práctica el poder local y el control del orden público, sustentado en milicias armadas. De estos Comités, el más conocido es el Comité Central de Milicias Antifascistas de Barcelona, donde, al igual que en otros importantes Comités Revolucionarios creados al inicio de la guerra en la zona republicana (Comité de Guerra de Gijón, Comité Ejecutivo Popular de Levante), primó la colaboración con las demás fuerzas sindicales y políticas, ante la evidencia de que la CNT y la FAI no eran la única organización «antifascista». De este modo los anarquistas aspiraban a preservar, en buenos términos con el resto de organizaciones, la soberanía sobre las zonas bajo su influencia y sobre el proceso revolucionario que, con la represión sobre sus adversarios tradicionales (patronos, propietarios agrícolas, religiosos) y las incautaciones, acababan de poner en marcha.[xii]

La autogestión de los trabajadores en las fábricas y en los campos ha sido reconocida como el fenómeno más genuinamente revolucionario de la Guerra Civil, y en él quedó plasmada la voluntad de los anarquistas de emprender una profunda transformación de la convivencia. El proceso fue irregular, y no cabe duda de que en algunos lugares las colectividades se impusieron por medios coercitivos, en particular en las zonas de Aragón oriental ocupadas por columnas confederales donde la CNT carecía de implantación. Lo que no quita que en otros lugares las colectivizaciones contaran con un amplio respaldo, algo que patentizó la reconstrucción de colectividades aragonesas después de que éstas hubieran sido disueltas a la fuerza por las tropas de Líster. La UGT también intervino en la colectivización, especialmente en aquellas áreas geográficas y sectores industriales donde estaba más implantada, y abundaron las colectividades mixtas, CNT-UGT.[xiii]

La decisión de participar en el poder, primero en la Generalitat de Cataluña y luego en el Gobierno de la República, y más tarde de compartirlo en el Consejo de Aragón, autoridad regional autónoma inicialmente compuesta sólo por anarquistas, se vio favorecida por el hecho consumado de que tal cooperación con el resto de fuerzas políticas ya se había producido a escala local, y por consideraciones similares a las que habían motivado ésta. Tal paso provocó debates, y siempre se alzaron voces críticas, aunque predominó la tendencia favorable. El verdadero rechazo no se produjo con la entrada en el Gobierno, sino más adelante, cuando parte de los comités y localidades donde ejercían su influencia los anarquistas, y también parte de los milicianos, se resistieron a aquellas disposiciones gubernamentales que mermaban sus atribuciones: la sustitución de los comités revolucionarios por consejos municipales, con participación de todos los componentes del Frente Popular, la militarización de las columnas, la regulación de las colectivizaciones.[xiv]

La resistencia a las progresivas intromisiones de la autoridad estatal, cuyo aparato coercitivo se había recompuesto, quedó simbolizada en las barricadas erigidas por los anarquistas en Barcelona en mayo de 1937; y la renuncia al desafío, optando por continuar la colaboración, tuvo su correlato en la llamada a deponer las armas efectuada por los dirigentes de la CNT. Este punto de tensión máxima supuso también el principio del retroceso de la influencia política de los anarquistas, que quedaron relegados por sus antiguos socios a un papel cada vez más marginal en los órganos de gobierno, y expuestos a medidas represivas como la desarticulación del Consejo de Aragón.

La lucha contra la Dictadura franquista

La instauración de la Dictadura franquista sobre todo el territorio supuso la culminación de un proceso represivo brutal, que consiguió destruir el tejido social de las anteriores tradiciones republicana y libertaria. La ausencia de relevo generacional, la debilidad numérica y la precariedad organizativa dentro del país presidieron la actuación de los anarquistas en este periodo.

La CNT del interior mantuvo de modo mayoritario la búsqueda de alianzas con el resto de fuerzas políticas opuestas al régimen, incluidos los monárquicos, encaminadas a reestablecer la democracia en España. El cambio de las organizaciones anarquistas en el exilio, en particular la radicada en Francia, a una postura de oposición a tal tipo de pactos (que en principio también habían secundado) acabó provocando una escisión con los posibilistas del interior en 1945, que se mantuvo hasta 1961, y que se tradujo en divisiones intestinas en cada país. Como alternativa a las negociaciones políticas, existieron también desde el principio intentos de derrocar el régimen por la vía insurreccional, promovidos desde el exilio o autónomos (de grupos guerrilleros), de entre los que destacó el protagonizado por Defensa Interior tras la reunificación.

El posibilismo entre los cenetistas del interior tuvo otra expresión en varias tentativas de integración en el Sindicato Vertical, todas rechazadas por la CNT salvo en el caso de la conocida como «cincopuntismo», aceptada brevemente de modo oficial en 1965.[xv]

En su reciente estudio sobre este periodo, Ángel Herrerín, que emplea el término posibilista para describir la corriente descrita hasta aquí, engloba también dentro de ésta la revisión ideológica que llevó a algunos anarquistas a aceptar como objetivo un «Estado Sindicalista»; esta vertiente queda sin embargo fuera de la definición de posibilismo que he establecido como punto de partida para este artículo. Creo además que la pretensión del autor de extender tal postura estatista al conjunto de los posibilistas de la época carece de rigor, por cuanto no se apoya en evidencias, sino en la presunción de que éstos, a pesar de sentir la necesidad de dicha renovación ideológica, «no fueron capaces de definirla».[xvi]

Breve epílogo a propósito del presente

Poco puedo decir acerca de la situación del anarcosindicalismo actual que no conozcan los lectores, de quienes de hecho debería aprender yo. La escisión entre CNT y CGT constituye la expresión contemporánea del dilema entre fundamentalismo y posibilismo, referido en esta ocasión al principio de acción directa. Al mismo tiempo, junto al sindicalismo revolucionario se ha reorganizado un tejido asociativo plural que, aunque no siempre se identifique como anarquista, asume los principios libertarios, y del que constituye la expresión más poderosa el movimiento antiglobalización, sustentado por toda una constelación de colectivos autónomos.

Del repaso histórico hecho hasta aquí se desprende un resultado significativo: el posibilismo ha sido un fenómeno persistente dentro del movimiento libertario que, a pesar de adoptar expresiones dispares a lo largo del tiempo, ha pretendido cubrir dos objetivos: garantizar una convivencia democrática y canalizar de modo efectivo las reivindicaciones populares. Y estas dos cuestiones, que todavía exigen una respuesta a escala planetaria, se encuentran presentes, bajo la fórmula «ampliar los límites de la jaula», en el seno del movimiento antiglobalización, heterogéneo y aún enfrentado al reto de encontrar formas de acción efectivas.[xvii]

Y es que el dilema de los medios y los fines siempre retorna, inevitable, para aquellos que sienten la necesidad urgente de transformar la realidad.

Del Dossier «El anarcosindicalismo español entre el posibilismo y el fundamentalismo», publicado en Polémica, nº 89, julio, 2006


[i] Sebastián FAURE, La pendiente fatal, Montevideo, 1937, citado en José PElRATS, La CNT en la revolución española, Cali, La Cuchilla, 1988, tomo 1, pp. 221-225. Hizo suya la imagen Manuel AZARETTO, Las pendientes resbaladizas. Los anarquistas en España, Montevideo, Editorial «Germinal», 1939, versión de la metáfora de Faure que recoge el titulo de este articulo.

[ii] Parto de la distinción entre dirigentes, militantes y afiliados establecida por Anna MONJO,Militants. Participació i democracia a la CNT als anys trenta, Barcelona, Laertes, 2003, haciéndola extensiva, por considerarla una herramienta de análisis adecuada, a otras organizaciones, no sólo a los sindicatos.

[iii] Susanna TAVERA (ed.), El anarquismo español, Ayer, N° 45, 2002, Javier PANIAGUA, «Una gran pregunta y varias respuestas. El anarquismo español: desde la política a la historiografía», enHistoria Social, Nº 12 (1992), pp. 31-57, y, del mismo autor, «Otra vuelta de tuerca. Las interpretaciones del arraigo del anarquismo en España, ¿sigue la polémica?», en Germinal, Nº 1 (2006), pp. 5-22 http://www.hetera.org/xpaniagua.htmb.

[iv] José ÁLVAREZ JUNCO, La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Madrid, Siglo XXI, 1976, y, del mismo autor, ÁLVAREZ JUNCO, J., El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990, Ángel DUARTE, «La esperanza republicana», en Rafael CRUZ y Manuel PÉREZ LEDESMA (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1997, pp. 166-199, Ramiro REIG, «El republicanismo popular», en Ángel DUARTE, Ángel y Pere GABRIEL (eds.), «El republicanismo español», Ayer, N°39 (2000), pp. 83-102, y José Luis GUTIÉRREZ MOLINA, «El abogado Barriobero y la defensa de anarcosindicalistas. Relaciones entre anarquismo y republicanismo», en Julián BRAVO VEGA (ed.), Eduardo Barriobero y Herrán (1875-1939): sociedad y cultura radical. 1932, los sucesos de Arnedo, Logroño, Universidad de La Rioja, 2002, pp. 134-150.

[v] Josep TERMES, Anarquismo y sindicalismo en España. La Primera Internacional (1864-1881), Barcelona, Crítica, 2000, y Antonio LÓPEZ ESTUDILLO, Republicanismo y anarquismo en Andalucía. Conflictividad social agraria y crisis finisecular (1868-1900), Córdoba, La Posada, 200l.

[vi] Antonio BAR. La CNT en los años rojos. Del sindicalismo revolucionario al anarcosindicalismo (1910-1926), Madrid, Akal,198l.

[vii] Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA, El máuser y el sufragio. Orden público, subversión y violencia política en la crisis de la Restauración, Madrid, CSIC, 1999.

[viii] Eulalia VEGA, Anarquistas y sindicalistas durante la Segunda República. La CNT y los Sindicatos de Oposición en el País Valenciano, Valencia, Alfons el Magnanim, 1987, y, de la misma autora, Entre revolució y reforma. La CNT a Catalunya (1930-1936), Ueida, Pages, 2004.

[ix] Agustín MILLARES CANTERO, Barriobero contra Franchy. Los federales de Pi y Margall en la Segunda República española, Tesis Doctoral, UNED, 1994, de la que es publicación parcialFranchy Roca y los federales en el «bienio azañista», Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1997.

[x] Jesús RUIZ PÉREZ, Posibilismo libertario. Félix Morga, Alcalde de Nájera (1891-1936), Nájera, Ilustre Ayuntamiento de Nájera – Universidad de La Rioja, 2003, donde hago una aproximación a la participación de libertarios en el poder local, a través de un caso particular.

[xi] María-Cruz SANTOS SANTOS, Ángel Pestaña: «Caballero de la Triste Figura», Tesis Doctoral, Universidad de Barcelona, 2003; agradezco a la autora su amabilidad al permitirme leer este trabajo inédito.

[xii] Julián CASANOVA, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1936-1939), Barcelona, Critica, 1997, cuyo análisis seguiré en adelante, Josep Antoni POZO GONZÁLEZ, El poder revolucionari a Catalunya durant els mesos de juliol a octubre de 1936. Crisi i recomposció de I’Estat, Tesis Doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2002 <http://www.tdx.cesca.es/TDX-1125103-161652/index_an.htmb, y César M. LORENZO, Los anarquistas españoles y el poder. 1868-1969, París, Ruedo Ibérico, 1972.

[xiii] Julián CASANOVA, «Las colectivizaciones», en La Guerra Civil Española, v. XVI, La economía de guerra, Barcelona, Folio, 1997, pp. 40-61, y Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Madrid, Siglo XXI, 1985; también Ronald FRASER, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia de la guerra civil española, Barcelona, Crítica, 1979, tomo 11, pp. 61-100, y WILLEMSE, Hanneke, Pasado compartido. Memorias de anarcosindicalistas de Albalate de Cinca, 1928-1938, Zaragoza, PUZ, 2002, que recogen testimonios orales de colectivistas en Aragón.

[xiv] Remito a la bibliografía citada en la nota 9; también Dolors MARÍN, Ministros anarquistas. La CNT en el Gobierno de la II República (1936-1939), Barcelona, Mondadori, 2005.

[xv] César M. LORENZO, Los anarquistas españoles y el poder, op. cit., y Ángel HERRERIN LÓPEZ,La CNT durante el franquismo. Clandestinidad y exilio (1939-1975), Madrid, Siglo Veintiuno, 2004.

[xvi] Ángel HERRERIN LÓPEZ, La CNT durante el franquismo, op. cit., p. 416.

[xvii] Andrej GRUBACIC, «Hacia un anarquismo diferente», en El Viejo Topo, Nº 202 (2005), pp. 51-57 <http://www.terra.es/personal2/cap.nemo/grubacic.htm&gt;.

Extraido de la revista Polémica

http://revistapolemica.wordpress.com/2012/12/27/el-posibilismo-anarquista-cumbres-inalcanzables-pendientes-resbaladizas/




La huelga del primero de mayo de 1951 en Catalunya

 

Ricard DE VARGAS-GOLARONS

1. Introducción

1953._gris_o_polic_a_armada_a_caballo_y_la_sorpresa_del_beb_.Los años cuarenta y principios de los cincuenta, es todavía hoy –a pesar de los estudios e investigaciones realizadas–, la época del franquismo que permanece más oscura y de más difícil acceso al historiador, especialmente en lo referente a la resistencia obrera y guerrillera.

Obviamente, las dificultades provienen de las difíciles condiciones de represión y clandestinidad, soportadas por la clase obrera y las organizaciones antifranquistas, así como de la escasa o nula documentación de muchos hechos de resistencia y acciones obreras, que dificultan enormemente su reconstrucción histórica, y que hacen que a menudo, permanezcan ignorados, en el olvido, diversos hechos desencadenados por la clase trabajadora, que hacen posible, a veces, que parte de la historia de los movimientos o la acción antifranquistas no sea interpretada de manera correcta y precisa.

Una de estas pequeñas –pero de indudable importancia– lagunas aludidas, tal vez sea el objeto de la presente investigación: la recuperación y reconstrucción histórica de «La huelga del Primero de Mayo de 1951 en Cataluña».

Esta huelga, ignorada prácticamente por la historiografía de la oposición al régimen franquista, posiblemente por las dificultades inherentes que entraña su investigación, en una época histórica de clandestinidad, sin prácticamente fuentes de documentación oficial y clandestinas, tiene una especial significación, en cuanto es la última huelga llevada a cabo por la CNT durante el franquismo, y adquiere una motivación claramente política, superando las reivindicaciones económicas y laborales.

2. Metodología

No ha sido fácil investigar y reconstruir esta huelga, acaecida el primero de mayo de 1951, en Barcelona y ciudades próximas industriales. Únicamente existen referencias a dicha huelga en dos libros:[i] La resistencia libertaria, de Cipriano Damiano, y La CNT en Catalogne Sud de 1939 a nos jours, de Solon Amorós.

Escasísimas han sido las referencias documentales oficiales: sólo un artículo, publicado en Diario de Barcelona, que hace una clara referencia del malestar oficial por la situación pre-huelguística en las fábricas, y el Diario de Mataró, de 19 de mayo de 1951, que publica una extensa nota policiaca de la huelga del primero de mayo en Mataró y demás ciudades de Cataluña, con una relación de los detenidos.

Así pues, he tenido que recurrir a la historiografía oral: a testimonios de algún miembro del comité de huelga y de varios obreros que tomaron parte activa en la misma: 3 de Mataró, 1 de Barcelona, 1 de Barbera del Valles y 1 de París.

Estas son las fuentes de mi investigación, evidentemente escasas, pero suficientes para reconstruir e interpretar históricamente aquella huelga; naturalmente, he tenido en cuenta, los diversos factores históricos de la época, para mejor encuadrar y analizar este hecho huelguístico.

3. Situación general e internacional en 1951

En 1951, se produce un cambio sustancial de la política del gobierno de Franco, con la terminación de la política autárquica e intervencionista y la integración formal en el capitalismo internacional. Así, se produce una acumulación de capital debida a la brutal explotación de que es objeto la clase obrera, unida a la penetración de capital internacional (préstamo de 62 millones de dólares de EE.UU.), que provocan el inicio de un cierto tipo de expansión económica. Así, a finales de 1951 se alcanzarán los niveles de producción de antes de la guerra, y también se llega a un 250% de inflación que origina una grave degradación del Poder adquisitivo de la clase obrera, creando una situación de penuria económica, que provocará en febrero-marzo, la huelga de tranvías de Barcelona, que movilizó a unos 300.000 obreros, y representa el nacimiento de una nueva concepción de lucha, espontánea y masiva, contra el coste de la vida y la política del régimen.

Esta nueva explosión obrera y popular, no está ya organizada inicialmente por las organizaciones obreras CNT o UGT, diezmadas por la brutal y continuada represión franquista, por el agotamiento de tantos años de lucha estéril, y sin perspectivas de posible ruptura ante la consolidación internacional del régimen, sino que surge espontáneamente, en contra de las pésimas condiciones de vida y como protesta contra el régimen totalitario, participando activamente en este movimiento ciudadano, por primera vez, una generación de obreros y estudiantes, que no habían hecho la guerra.

Por otra parte, consolidado internacionalmente el régimen franquista (anulación de las medidas de la ONU contra la España de Franco, admisión en la FAO, recuperación de España en la guerra fría, etc.), éste procederá a un recrudecimiento de la represión. Según Ramón Tamames, en 1950, todavía había en las cárceles franquistas, 27.285 presos políticos, y un año antes, en 1949, 25.000 cenetistas, detenidos en las cárceles de todo el Estado.[ii] Por otra parte, se seguirá fusilando, en el Camp de la Bota, de Barcelona, hasta el año 1953. Así, de 1949 a 1952, fueron fusilados en Barcelona, 24 obreros (15 de la CNT y 9 del PSUC).[iii] De esta forma, al no existir ninguna posibilidad de ruptura democrática, el régimen volverá a ejercer una implacable represión a fin de eliminar toda oposición interior.

4. Condiciones de vida de la clase obrera

En 1951 el poder adquisitivo de los salarios, era de un 40% respecto al de 1936. Aún en 1953, el poder adquisitivo de la clase obrera será un 20,3% inferior a 1936. Únicamente, tres años después, es decir, en 1956, se igualará la renta per cápita de antes de la guerra.

En Sabadell, el presupuesto familiar medio de una familia obrera compuesta de cuatro personas, era en 1950, de 2.032,25 pesetas al mes, y los ingresos de 1.595,95,[iv] por lo que faltaban 463,3 pesetas.

Y en 1951, los salarios diarios, en el sector textil, mayoritario en Cataluña, eran de 20,81 a 26,24 pesetas para los hombres, y de 17,34 a 20,81 pesetas, para las mujeres,[v] sueldos del todo insuficientes para poder vivir. Por otro lado, todavía en 1951, seguía existiendo el racionamiento sobre los artículos de primera necesidad. Racionamiento escaso, que obligaba a la clase trabajadora a procurarse los víveres en el mercado negro, fomentado por los estraperlistas, a unos precios exorbitantes.

Por ejemplo, en Mataró, ciudad obrera, cercana a Barcelona, el racionamiento incluía: 200 gramos de azúcar por familia, al precio de 1,40 pesetas la ración «impuestos incluidos», una ración de un cuarto de litro de aceite a 2,75 ptas., una ración de 400 gramos de jabón a 2,20 pesetas, un cuarto de kilo de arroz por familia a 1,85 pesetas,[vi] a la semana.

5. La CNT en 1951

En 1951, la fuerza y actividades de la CNT, al igual que las otras organizaciones eran muy menguadas. Eran ya 12 años de lucha y sacrificio inútil ante la persistente represión y el imposible derrocamiento del régimen, cada vez más aceptado y apuntalado por las potencias democráticas occidentales.

Después de la detención de 15 Comités Regionales de la CNT de Cataluña, de 1940 a 1949, con varios millares de detenidos –de diciembre de 1946 a mayo de 1947, fueron detenidos más de 2.000 cenetistas–,[vii] la CNT, diezmada y mermada, continuará aún activa en Cataluña, siendo la fuerza clandestina más organizada y con mayor presencia en las fábricas, capaz, a pesar de todo, en 1951, de movilizar a varios millares de trabajadores.

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Su periodo más brillante lo tendrá de 1945 a 1947. En el segundo periodo de 1948-1950, caracterizado, por una gran represión y pérdida notable de cuadros, militancia, capacidad organizativa y de afiliación, dejará de ser una organización de masas. Sin embargo, en 1951, aún existen cuadros cenetistas no tocados por la represión, capaces de conectar con los grupos anarcosindicalistas de las diferentes fábricas y sectores industriales. Asimismo serán varios los grupos de la CNT, que secundarán la llamada huelga de tranvías, lo que originará la detención de 15 cenetistas.[viii]

A pesar de encontrarse diezmada y maltrecha, en 1951, la CNT gozará aún de influencia y simpatías del pueblo trabajador catalán. Sirva como ejemplo de su implantación, de su presencia en la clase obrera catalana, en los años de posguerra, el porcentaje de fusilados de 1939 hasta 1953, pertenecientes a la CNT de Cataluña: comarca del Barcelonés (66,5%), comarca del Baix Llobregat (66,8%), comarca del Valles Occidental –Sabadell y Terrassa– (75,3%), comarca del Maresme –Mataró– (75,7%).[ix] Es decir, que la mayoría de fusilados eran cenetistas, como fue la CNT la organización clandestina legendaria del proletariado catalán, en los años cuarenta y principios de los cincuenta.

La huelga del primero de mayo

6. Antecedentes

La huelga de febrero-marzo, de Barcelona, y poblaciones industriales próximas,[x] de carácter multitudinario y espontánea, en la que durante varios días, la población mantuvo en jaque a las fuerzas represivas, que se vieron sorprendidas y desbordadas por la acción decidida de las muchedumbres anónimas, hizo nacer en la clase trabajadora, una moral de confianza y de lucha, y esperanzas más altas, nuevas y contagiosas.

Esta nueva experiencia hizo pensar a muchos en la posibilidad de resquebrajar e incluso –movidos por el optimismo del momento–, llegar a derrocar al régimen franquista.

Fue, en este clima, que la CNT catalana reorganizó a través de su Comité Regional sus sindicatos y sus militantes, es decir, los pocos cuadros y militancia que se habían salvado de la represión, a pesar de las últimas detenciones a raíz de la huelga de tranvías, realizando un gran esfuerzo organizativo y, aprovechando el ambiente favorable de la última huelga, preparar una huelga general para el primero de mayo, por entonces día laborable, a fin de socavar al régimen con una jornada de lucha, para la que se creía existían condiciones reales de extender la huelga general y politizarla contra el régimen franquista, como de hecho hicieron los militantes anarco-sindicalistas catalanes en la huelga de febrero-marzo, formando parte –junto a otros militantes antifranquistas– del comité técnico de huelga, y participando activamente en el desarrollo de la misma.

Ya en los días 23 y 24 de abril se había producido una huelga general en el País Vasco, afectando a unos 250.000 huelguistas, justo cuando la CNT catalana estaba organizando una próxima huelga en diversas poblaciones de Cataluña.

7. Preparación de la huelga

Cuando aún persistían los ecos de la gran manifestación de febrero-marzo y cuando la represión aún no había remitido, el Comité Regional de la CNT, celebró varias reuniones preparatorias, en diversas localidades como l’Hospitalet, Cerdanyola y barrios barceloneses de Sants y Montjuïc, creando un Comité de huelga, que enlazara y coordinara a los comités de huelga locales y a los comités de huelga de los diversos sectores industriales y de fábrica. Así, durante varias semanas, el Comité Regional estuvo preparando y organizando la huelga, creando comités de enlace y de coordinación, por ramos industriales, con los comités de huelga de las distintas fábricas, en las que la militancia anarco-sindicalista había conseguido crearlos.

En los últimos días de abril, era bien palpable el clima pre-huelguístico que se vivía en las fábricas y lugares de trabajo. Tanto es así, que la Delegación Provincial de Sindicatos, publicó en la prensa barcelonesa una extensa nota,[xi] en la que decía, entre otras cosas:

«Gentes extrañas a la auténtica clase trabajadora catalana, pretenden excitar vuestras voluntades con propagandas clandestinas plagadas de incitaciones al paro, a la huelga y a la baja de rendimiento, que sirva a sus criminales propósitos de atentar a vuestra economía personal, que es la colectiva economía del pueblo español, así como a la seguridad y a la paz social instauradas. La Organización Sindical Española, cuyas luchas en pro del bienestar de los productores son la raíz y el motivo de su existencia, tiene que salir al paso una vez más contra tanta insidia y tan criminales propósitos, y alza su voz clara y viril para decir y ordenar a los trabajadores:

  1. No toleréis en vuestras fábricas, en vuestros talleres y en vuestros Centros de Trabajo, la falacia de insinuaciones o rumores que tienden a alterar vuestra honrada conciencia y responsabilidad de trabajadores.
  2. No caigáis en la pueril emboscada de los que, hablando de la carestía y de las privaciones, quieren quebrar el ritmo del trabajo y aumentar así nuestras dificultades.
  3. No hagáis el juego a los que, cómodamente desde el exilio, a donde huyeron con el oro del Tesoro español, pretenden volver sobre los cadáveres que ellos mismos masacraron». […].

Por tanto, era notorio el conocimiento que las autoridades y por supuesto la policía tenían, de que «algo» se estaba fraguando en las fábricas, de la preparación de una próxima huelga. Todo ello debió influir, notablemente, para que un pequeño sector obrero de UGT, dirigido por militantes del POUM, comprometidos en la acción huelguística, se volvieran atrás un día antes, aduciendo «que no podían seguir adelante porque se consideraban muy débiles y si participaban activamente en la huelga temían consecuencias graves para sus cuadros».[xii]

Barcelona durante la "huelga de tranvías"

También sucedió, que en muchas fábricas, debido a las pesquisas policiales y a las amenazas de los organismos sindicales oficiales y patronales, muchos trabajadores, dudaron de la oportunidad del momento de seguir con la huelga general para el primero de mayo. Así y todo, a pesar de que algunos delegados de los comités de huelga de fábrica y locales, manifestaron ante la última reunión del Comité de Huelga de la CNT, que el ambiente general no era favorable a emprender dicha acción, la huelga se llevó a cabo, con una participación obrera, inferior a la prevista, al dudar varios comités y representantes obreros de secundar la huelga, en unas circunstancias difíciles, ya que la represión policiaca, no solamente no había cesado, desde la última huelga de febrero-marzo, sino que se había incrementado.

Así, pues, de hecho, todavía en 1951, la CNT era la única organización capaz, por su implantación en las fábricas, en las que actuaban diversos grupos de militantes activos, y por su influencia en el proletariado catalán, de paralizar varios sectores de la clase obrera –como así lo demostró el primero de mayo de 1951–, ya que por entonces, las otras fuerzas políticas obreras catalanas, tenían una escasa presencia en el mundo del trabajo; pues, el PSUC, estaba compuesto casi exclusivamente por cuadros, y el POUM carecía ya de toda fuerza, disponiendo de una presencia muy débil en el mundo laboral.

Los objetivos propuestos en esta huelga eran:

  • Intentar conectar con la huelga de marzo anterior.
  • Seguir la protesta contra el régimen franquista y la carestía de la vida.
  • Reivindicación del primero de mayo como día festivo.
  • Y, sobre todo, reivindicación del primero de mayo, como un día reivindicativo y de lucha.

Se confeccionaron varios millares de octavillas,[xiii] anónimas, es decir, sin siglas, a fin de no atraer a la represión, por seguridad, pero de sobras era conocido quién era el promotor de la huelga, al ser la militancia confederal la promotora del conflicto en los centros fabriles en conexión con el Comité de huelga de la CNT.

Ha sido imposible encontrar ninguna de esas octavillas. Sin embargo, se ha podido reconstruir el texto de una de ellas, por un militante, que las confeccionó.[xiv]

Dice así:

¡Contra la penuria alimentaria! ¡Por la subida del poder adquisitivo! ¡Por la continuación de la anterior huelga de tranvías! ¡Por un primero de mayo reivindicativo, de lucha y de combate! ¡Viva el Primero de Mayo obrero! ¡Abajo el régimen franquista! ¡Fuera el régimen de terror y hambre!

8. Desarrollo de la huelga

El primero de mayo de 1951 estalló la huelga en varias ciudades industriales de Cataluña: Barcelona, Sabadell, Terrassa, Badalona, l’Hospitalet de Llobregat y Mataró, en donde la huelga fue general. El total de huelguistas se acercó a los 50.000.[xv] Siendo la huelga parcial, excepto en el caso ya aludido de la ciudad de Mataró.

Una característica de esta huelga fue que los obreros no acudieron a los centros de trabajo llegando incluso, en algunas fábricas, principalmente en el barrio obrero del Poblenou, de Barcelona, a salir los trabajadores a la calle, una vez entrados en las mismas.

Los ramos en los que la huelga tuvo más incidencia fueron el textil, el metalúrgico y la construcción.

En la ciudad de Barcelona, el Sindicato metalúrgico consiguió paralizar varias fábricas de los barrios industriales de Sants, Poblenou, el Clot y otras zonas obreras. El sindicato fabril y textil, por su parte, fue el que movilizó a más huelguistas con una notable incidencia en el Clot, en dónde hay un testimonio directo[xvi] de la huelga de la fábrica de «Can Rius», de unos 800 obreros, en la que hacía ya semanas, se creó un comité de huelga, lográndose un 90% de participación, en el primero de mayo.

El sindicato de la construcción, también consiguió paralizar varias obras en el centro y cinturón de Barcelona.

Esta huelga fue reconocida también por la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, en una nota en la que decía:

[…] En la fecha del primero de mayo […] se dieron a los componentes de la CNT en las fábricas la orden de paro y de que se formaran piquetes de huelguistas que se personaran en otras y obligaran a los obreros a salir…

Así, a través del éxito de movilización parcial de esta huelga, organizada por los cuadros y militantes cenetistas, salvados de la gran represión de los años precedentes, 1948-1950, la CNT demostró, en 1951 que todavía gozaba de poder de convocatoria en el proletariado catalán.

Esta sería, sin embargo, la última huelga organizada por la CNT durante el franquismo. A partir de 1952, no se puede ya hablar de la existencia de la CNT en Cataluña, como una organización obrera de masas, organizada y con presencia en el mundo laboral, sino más bien de pequeños grupos anarcosindicalistas, sin influencia en el conjunto de la clase obrera catalana.

9. Antecedentes a la huelga general de Mataró

Mataró es una ciudad marítima situada al norte de Barcelona, con una larga tradición industrial, especialmente en el sector textil, y con una larga tradición libertaria.

En 1951, debía tener poco más de 31.000 habitantes, y contaba ya con una gran expectación de luchas obreras contra el franquismo, en los años precedentes, en los que se llevaron a cabo tres huelgas parciales y otras tantas generales, siendo la más importante la desarrollada durante tres días seguidos en marzo de 1946.[xvii]

Es importante señalar el papel jugado por la CNT en las huelgas mataronenses como vínculo de unión de todo el pueblo trabajador, como factor de unidad, del que formaban parte, incluso trabajadores que no participaban de las ideas anarco-sindicalistas, y de otras organizaciones. Mataró, con una clase obrera combativa y organizada, en el seno de la CNT, se movilizó también en la huelga del 12-13 de marzo, llegando a parar –según fuentes policiales– un 60% del censo labora,[xviii] lo que sin duda significa que el paro fue total o casi total.

Así pues, los trabajadores mataronenses, contaban ya con la experiencia próxima de la huelga de marzo, en la que participaron activa mente, y se hallaban dispuestos –qué duda cabe–, a proclamar la huelga general el primero de mayo, enlazando con la gran huelga general precedente, y con la convicción de que Barcelona, y todas las localidades obreras seguirían esta huelga, continuadora de la de marzo, caracterizada como protesta antifranquista y reivindicativa del verdadero espíritu de lucha del primero de mayo.

10. La huelga general de Mataró del Primero de Mayo de 1951

Mataró, ciudad donde vivió Juan Peiró, líder sindicalista y ministro republicano, y cuna de luchas antifranquistas durante la posguerra, destacó por la importancia organizativa y huelguística desarrollada por la CNT, en los años cuarenta y cincuenta, debido sin duda, al carisma de que gozaban muchos destacados cenetistas, por su autoridad moral, su prestigio y ejemplo, siendo secundados por la población obrera en todos los actos reivindicativos que estos proponían.

Así, a principios de abril, se creó un Comité de la CNT, para la organización y extensión de la huelga, formado por Jesús Boada, veterano cenetista, de gran prestigio en Mataró, «el alma de la huelga»,[xix] conocido popularmente como el XatoJosep Gil PamplonaGil Gallemí Badia,Alexandre Vergés PiJaume Vila PuigduvíJoan Brunet MatasJosep Garí JosefaJosep Jubany Turtós y Jaume Galcerán.[xx]

Jaume Galcerán, actuaba de enlace con el comité regional de Barcelona, y asistió, en la noche del 30 de abril, a la última reunión de coordinación, celebrada en Barcelona, a la que asistieron los diversos delegados locales, comarcales, y de fábricas, ratificándose por mayoría, la decisión de ir a la huelga, a pesar de que varios delegados no lo creyesen oportuno por considerar que en sus fábricas y localidades el ambiente no les era propicio.

En Mataró, mientras tanto, aquella misma noche, se reunió el comité de huelga, para inundar, de madrugada, las calles de la ciudad de octavillas llamando a la huelga. La población respondió masivamente con la solidaridad y también económicamente para el sostenimiento de la huelga y las posibles detenciones.

La huelga, empezó en la fábrica textil «Can Grau», para extenderse rápidamente a todos los centros de actividad laboral. Todo Mataró quedó paralizado, siendo muchas fábricas selladas por sus dueños, como es el caso de la importante fábrica textil de «Can Gassol», que permaneció tres días cerrada. Incluso paró la famosa Cooperativa del «Forn del Vidre», pero ante el temor de que fuera incautada por el Estado –como lo había sido anteriormente–, y a raíz de la visita de la policía, por la tarde, muchos trabajadores, avisados oportunamente por algunos compañeros suyos, se reintegraron de nuevo al trabajo.[xxi]

La mayoría de obreros de la cooperativa vidriera, estaban afiliados a la CNT, al igual que la mayoría de empresas de Mataró. Los obreros confederales solían cotizar un 10% del sueldo, destinado mayormente, a pro-presos y a familias necesitadas represaliadas y al financiamiento de las huelgas. Así, por ejemplo, en la cooperativa del vidrio, de una paga semanal que oscilaba de 150 a 200 pesetas, se cotizaba 15 pesetas para el sindicato anarco-sindicalista, actuando como tesorero, Manuel Pariago, encargado de cobrar las cotizaciones.[xxii]

Al parecer, durante la jornada huelguística, no se produjeron manifestaciones o «alteraciones del orden público», ni intervino la policía armada ni la guardia civil; únicamente hizo acto de presencia, la policía gubernativa, vestida de paisano, con la misión de inspeccionar todas las empresas de la ciudad.

Asimismo, cabe resaltar la llegada a Mataró de varios empresarios, para realizar una reunión a fin de tomar medidas de presión ante la situación huelguística, que acababa de empezar.[xxiii]

También se celebró una reunión en el «Sindicato de la Riera», a la que fueron convocados todos los enlaces sindicales de Mataró de la CNS, para que interviniesen a fin de terminar con la huelga, a lo que estos se negaron. Muchos enlaces fueron detenidos unas horas, o hasta el día siguiente, como es el caso de Josep Pérez Gubau, de la fábrica textil de «Can Gassol». Cabe señalar, al respecto, que muchos de los enlaces sindicales de entonces, como en el caso de Mataró, fueron elegidos por los trabajadores, sin su consentimiento o en contra de su parecer –muchos de ellos cenetistas–, aceptando por la presión de sus compañeros de empresa, que preferían tener como representante «oficial» a un compañero de confianza, que no a un enlace sindical designado desde arriba.

Para entender la negativa rotunda de todos los enlaces sindicales, hay que añadir, también, que hacía más de un mes que se estaba organizando la huelga del primero de mayo, habiendo asumido los trabajadores la lucha por la celebración de un primero de mayo combativo, y estando, de hecho, más controlados e influenciados los enlaces sindicales por la CNT y el ambiente antifranquista y reivindicativo de las fábricas, que por la CNS, de la que oficialmente dependían.

11. La represión policial

Evidentemente, las pesquisas e investigaciones de la policía, comenzaron en seguida, incluso antes de que estallara la huelga, y a pesar de que las octavillas no iban firmadas con ninguna sigla, no resultó difícil a la policía, saber quién había organizado la huelga, pues para entonces, únicamente la CNT disponía de una cierta capacidad de organización. El día 2 de mayo, eran detenidos en el recinto de la Feria de Muestras de Montjuïc, de Barcelona, varios militantes cenetistas que se habían reunido allí, para discutir la manera de extender la huelga. También posiblemente, en el mismo día, tuvo lugar en una torrecilla del pueblo de Cerdanyola, cercano a Barcelona, un Pleno Regional, para valorar la huelga del primero de mayo, y elegir un nuevo Comité Regional, debido a la disparidad de criterios. A este Pleno asistieron varias delegaciones comarcales y locales, y se tomaron varios acuerdos, entre los cuales, formar una ponencia para nombrar un nuevo Comité Regional, ante la dimisión del secretario Sebastián Figueras, a causa de los reproches del Sindicato del Espectáculo y del de la Construcción, por considerar que el Comité Regional no había sabido aprovechar las circunstancias favorables para radicalizar y extender más la huelga del primero de mayo.

Al día siguiente, se realizó, en el mismo lugar, un Pleno Nacional, pues por entonces, el Comité Nacional de la CNT, residía en Barcelona, ejerciendo como secretario Cipriano Damiano.

Inmediatamente, a continuación, empezaron las detenciones: las primeras fueron el delegado del Sindicato fabril, y el dueño de la torrecilla, también militante, seguidas de otros compañeros de varios sindicatos, la mayoría participantes en el último Pleno Regional, y especialmente los del Sindicato textil, en número de una veintena.

Los únicos que pudieron salvarse del Comité Regional, fueron Francisco Señer y  Sebastián Figueras, por un mensaje que consiguió sacar el primer detenido, avisando de que estaban deteniendo a todos los asistentes al Pleno Regional último.

Casi simultáneamente, se celebraron los Plenos Regional y Nacional, cayendo la represión policial solamente sobre el Pleno Regional, lo que induce a pensar que se produjera una filtración o confidencia a través del sindicato textil.[xxiv]

Según la nota policial,[xxv] los detenidos fueron: Jesús Visus AlacartAntonio Guerra Godoy,Pablo Borja MartínezFrancisco Señer MartíSebastián FiguerasRafael Alcántara,Francisco Gorriz LechaDomingo Pages FontbuenaDiego Ponce Toledo y Antonio Figueras Muray.

Sin embargo sabemos que Señer y Sebastián Figueras, consiguieron eludir la represión, trasladándose a Francia. Y a los otros detenidos –la nota es del 19 de mayo– les seguirían otros, hasta completar la cifra de unos 40 en Barcelona, entre los cuales: Agustín Mariano Pascual, del metalúrgico, Tomás Aparicio Salvador, del textil, José Torremocha, del sindicato del Espectáculo, etc.

Otro de los que conseguiría zafarse del acoso policiaco fue el significado militante del sindicato metalúrgico, Miguel Vallejo, miembro del Comité Regional de Aragón, durante la guerra civil, y secretario en 1951 del Comité Nacional de la CNT.

En Mataró, como sabemos, se declaró una huelga general que llegó incluso a parar los tranvías, y se produjeron alrededor de una veintena de detenidos, a lo largo de todo el mes de mayo:[xxvi]Según la nota policial, hasta el 19 de mayo, fueron detenidos: Josep Gil PamplonaGil Gallemí BadiaAlexandre Vergés PiJaume Vila PuigduvíJoan Brunet MaltasJosep Garí Josefa yJosep Jubany Turtós,[xxvii] es decir, el Comité de huelga de Mataró.

Según la misma nota policial:

…Todos estos individuos han sido detenidos y puestos a disposición de la autoridad militar, como presuntos autores de delito contra la seguridad del Estado. Las investigaciones policiales han probado la concomitancia de estos elementos con otras agrupaciones y con las organizaciones afines de otras provincias en las que intentaban provocar análogos conflictos de carácter revolucionario, apoyados en la propaganda de una protesta pacífica de carestía de la vida.[xxviii]

En dicho comunicado policial, por otra parte, se reconoce la pertenencia de los detenidos a la CNT.Jaume Galcerán, activo militante anarco-sindicalista mataronense, fue expulsado, a raíz de su activa participación en la huelga general, del cargo que ocupaba de presidente de la Cooperativa del «Forn del Vidre». Y aunque, durante unas semanas, consiguió eludir su detención –por el aviso de un compañero suyo–, sería igualmente detenido más tarde. Jesús Boada, máximo organizador de la huelga, consiguió huir, refugiándose en Francia.

En total fueron unas 60 detenciones y numerosos militantes de la CNT, la mayoría, miembros del Comité Regional, o militantes destacados por su activismo, se vieron obligados a «desaparecen» o a exiliarse en Francia, por lo que si antes de la huelga, la CNT, como organización de masas, se encontraba ya muy debilitada y maltrecha, a partir de entonces, aún lo estaría muchísimo más, siendo ya incapaz de organizar otra huelga, por sí misma, en los largos años que aún quedaban de franquismo.

12. Conclusiones

Es evidente, que las grandes dificultades económicas que padecía la clase trabajadora,[xxix]tuvieron una gran influencia en el desencadenamiento de la huelga del primero de mayo, pero en este caso, también jugó un papel importante la motivación política, de rechazo del régimen franquista, producto, sin duda, de la nueva situación creada tras la huelga de febrero-marzo, de Barcelona.

En la huelga del primero de mayo se superaron las demandas reivindicativas, de carácter económico, convirtiéndose en una huelga anti régimen, claramente política, concretada en la lucha por un primero de mayo obrero y combativo y de protesta contra el régimen franquista.

¿Fue un éxito la huelga del Primero de Mayo de 1951? Aunque no se logró desencadenar una huelga general en toda Cataluña, sí se logró un paro importante de 50.000 trabajadores, que teniendo en cuenta las difíciles circunstancias por las que atravesaba la CNT desde 1948, y los escasos medios organizativos con los que contaba, si los comparamos a los años 1946 y 1947, entonces, creo que puede considerarse como positivo el resultado y el alcance de la huelga.

Según el secretario del Comité Regional de la CNT: «Se había conseguido el impacto buscado y había que dejar que las cosas se fueran desarrollando hasta que la situación general evolucionara» […] Teniendo presente la relatividad que ya acusaba nuestra capacidad numérica, la huelga puede considerarse un éxito…».

Dicha huelga, puso de manifiesto, todavía en 1951, la capacidad de convocatoria de que gozaba la CNT en Cataluña, que en aquel año, aún podía considerarse como primera fuerza de la oposición al régimen en Cataluña, a pesar de que muchos historiadores la consideran como inexistente o desaparecida ya dos o tres años antes.

Sin embargo, la CNT, como todas las demás organizaciones antifranquistas de antes de la guerra, se hallaba diezmada y exhausta por la implacable represión y el desgaste producido, a través de 12 años, de lucha contra el franquismo, cada vez más consolidado, gracias al apoyo de las democracias occidentales, sin ninguna posibilidad de ruptura democrática.

Asimismo la represión ejercida contra la CNT, por esta huelga, junto al reforzamiento del régimen, y la deserción de la lucha, de las nuevas generaciones que no habían luchado en la guerra, que consideraban innecesario arriesgarse sin ninguna perspectiva de cambio, y con la experiencia de la inutilidad de la entrega de sus padres a la causa antifranquista, hará que inmediatamente después de la huelga del primero de mayo, continúe acelerándose su declive como organización de masas, logrando sobrevivir únicamente, pequeños grupos anarcosindicalistas, sin una gran influencia en el mundo del trabajo.

Publicado en Polémica, n.º 35-36, diciembre 1989

Notas


[i] Cipriano Damiano: La resistencia libertaria (la lucha anarcosindicalista bajo el franquismo). Editorial Bruguera, Barcelona, 1978, páginas 186-189, y de Solon Amorós: La CNT en Catalogne Sud de 1939 a nosjours. Université de Toulouse. Le Mirail. VER. 2 vol. Toulouse, 1984.

[ii] Según el Comité Nacional de la CNT de la época.

[iii] Páginas 526-526 del libro de Josep Mª Solé i Sabaté La repressió franquista a Catalunya (1938-1953), Edicions 62, Barcelona, 1985.

[iv] Cámara Oficial del Comercio y la Industria de Sabadell, 1950.

[v] Anuario Estadístico de España.

[vi] Diario de Mataró. Abastos, 10 y 15 de marzo de 1951.

[vii] Según datos facilitados por el Comité Nacional de la CNT.

[viii] Diario de Mataró, 16-5-1951: «Detención de 15 miembros de la CNT, instigadores de las huelgas de marzo».

[ix] Páginas 116-117-119 y 121 del libro La Repressió franquista a Catalunya (1938-1953, de Josep Mª Solé i Sabaté.

[x] Existe un completo estudio de esta huelga, publicado por Félix Fanés en 1977 por Editorial Laia, de Barcelona, La vaga de tramvies de 1951.

[xi] Diario de Barcelona, 1-5-1951: Delegación Provincial de Sindicatos. «¡Trabajadores! ¡Obreros! ¡Barceloneses!».

[xii] Testimonio de Sebastián Figueras, secretario en 1951, del Comité Regional de la CNT catalana, el cual mantuvo contactos con militantes de la UGT, controlada por el POUM.

[xiii] En un número no inferior a 10.000, sólo para la ciudad de Barcelona, según el comunicado policial, publicado en el Diario de Mataró, el 19 de mayo de 1951.

[xiv] Según una reconstrucción aproximada de Cipriano Damiano, por entonces secretario del Comité Nacional de la CNT, residente en Barcelona.

[xv] Según datos facilitados por el Comité de huelga, y precisiones de los testimonios de Sebastián Figueras y Cipriano Damiano.

[xvi] Testimonio del militante cenetista y obrero, por entonces, de la fábrica textil de «Can Rius», de la barriada de El Clot de Barcelona.

[xvii] Ver el estudio: La vaga general de Mataró del 23 al 26 de marzo de 1946, de Ricard de Vargas-Golarons, Publicado en II Sessió d’Estudis Mataronins, por el Museu Arxiu de Santa Maria y el Patronat Municipal de Cultura, Mataró, 1986.

[xviii] Diario de Mataró, «El paro obrero del martes y miércoles en nuestra ciudad, 17-5-1951.

[xix] Según testimonio de Cipriano Damiano.

[xx] Según fuentes incompletas del Diario de Mataró, 19-5-1951, completadas con el testimonio de Jaume Galcerán.

[xxi] Testimonio del obrero de la «Cooperativa del Forn del Vidre», Ramón Juncosa Castelló.

[xxii] Según testimonio de Ramón Juncosa Castelló.

[xxiii] Testimonio del enlace sindical de la fábrica textil de «Can Gassol», Josep Pérez Gubau.

[xxiv] Según testimonio de Sebastián Figueras; secretario del Comité Regional de la CNT catalana.

[xxv] Diario de Mataró, del 19-5-195l.

[xxvi] Según testimonio de Jaume Galcerán y Cipriano Damiano, en !a página 187 del libro La resistencia libertaria (1939-1970). La lucha anarco-sindicalista bajo el franquismo.

[xxvii] Diario de Mataró, del 19 de mayo de 1951.

[xxviii] Diario de Mataró, 19-5-1951.

[xxix] De 1940 a 1955, los salarios aumentaron sólo un 100%, mientras que el coste de la vida se situaba en 240%. Además, en 1951, por cada cartilla de racionamiento, únicamente se podía conseguir un litro de aceite al mes, 15O gramos de pan diarios y 750 gramos de patatas, cantidad verdaderamente irrisoria, llegando los precios del mercado negro a límites inasequibles para la inmensa mayoría de los trabajadores. Así, a menudo se producía una subida de los precios de los alimentos, al no cubrir las necesidades de la población.

http://revistapolemica.wordpress.com/2012/12/31/la-huelga-del-primero-de-mayo-de-1951-en-cataluna/




HOMENAJE A JOAQUIN GALVEZ EN SU 90 CUMPLEANOS

HOMENAJE A JOAQUIN GALVEZ EN SU 90 CUMPLEANOS
(Superviviente de la represión franquista)
Dia: 20 de Julio
Lugar: Local de CGT-LKN
ERRENTERIA – ORERETA
A las12:00 horas se hará la presentación de su libro»TENER 13 ANOS EN EL 36″
Durante la presentación se proyectó el documental del mismo título.
Floren hizo la presentación del acto presentando a JOAQUIN GALVEZ. A su edad y al estar en silla de ruedas, le acompañaban dos personas.
JOAQUIN nos explicó su trayectoria, dando pasos a todas las preguntas que se nos ocurrió
hacerle.
Al acabar su exposición se tuvo un pequeño detalle dándole un cuadro y unas pulseras, que
Joaquin emocionadamente lo agradeció. Al finalizar el acto firmó y se vendieron, su libro y el DVD, dando paso a la comida.
Asistieron unas 50 personas al acto, y unas 30 nos quedamos a comer. Entre los presentes
se encontraban , el Historiador Josu Chueca, quien años atrás escribió el libro GURS
el campo vasco. Un Srs. Francés quien regaló una bandera republicana.
El homenaje y día global lo valoro muy humano y entrañable, con momentos de sentimientos emotivos altos.
La comida tanto en variación, calidad y cantidad fue un acierto con provocación para repetir y copiar. Entretenidas e interesantes resultaron las tertulias en la misma.

galvewz

 

N O T A S FINALES

MANTENIENDO un poco mis formas, en cuanto que me sigue pareciendo acertado, que de
aquellos acontecimientos, que acudamos como organización, recojamos apuntes y documentos quedando guardados en el archivo del sindicato.
En esta línea acompaño algunos documentos de ANGEL ARANSAENZ que los
guardaba, de mi anterior etapa militante.
DE NUESTRO viaje a Errenteria-Orereta, una de las reflexiones que me hago es la siguiente: nuestros compañeros/as que sigan manteniendo local y sindicato en un pueblo con estas características, tienen un mérito, que mínimo darles las gracias es una necesidad. ESKERRIK ASKO compañeros/as.
CUANDO además hacer un homenaje a JOAQUIN supone trabajo, reconocimiento y
aprecio por ambas partes, resulta un espejo donde mirar.
QUE UNA organización como la nuestra, con futuro, dependerá de nuestro trabajo que
hagamos en el día a día. El saber y tener en cuenta el pasado, es una necesidad No como
rencor y revancha a los acontecimientos vividos y sufridos, SI NO como conocimiento para
no VOL VERLOS A REPETIR. TAL vez en estos momentos no deba ser una prioridad en
nuestro trabajo, pero tampoco una contradicción global.
RECONOCER nuestras limitaciones personales como de organización a nivel de: capacidad,
conocimiento y tiempo, nos puede ayudar, a seleccionar y priorizar OBJETIVOS y TRABAJOS.
LO importante no es correr si no llegar. Tal vez un paso adelante e ir sólo, o un paso
atrás e ir con los demás, NOS HAGA REFLEXIONAR.
La Rotxa 1-8-2.013 Mikel