Extraído de: https://banatutaldea.blogspot.com/2019/07/de-la-indignidad-del-paro-y-del-reparto.html
En España las personas en paro son 3.015.686: estamos de enhorabuena, es la mejor cifra desde hace once años. En Navarra las cosas van mejor, las personas en paro son “solo” 30.376; también la mejor cifra desde hace once años, estamos, por tanto, doblemente de enhorabuena.
Durante esos últimos once años la totalidad de la clase política ha estado barajando los datos de paro, presumiendo de descensos o acusando de incrementos, escondiendo lo principal: la sangrante injusticia de considerar que cinco, cuatro, tres millones o una sola persona puedan ser descartadas, dejadas en la cuneta, decirles que para nuestra sociedad no cuentan, que no sirven y que, no sirviendo, estorban.
Para las personas que están en política el paro es un dato que, como otros, puede resultar malo, regular o bueno, no una realidad que debiera resultar insoportable.
E igualmente pudiéramos hablar de quienes ostentan una responsabilidad sindical que también viven con y de esa relatividad del paro, barajándolo como mero dato pero con el agravante de saber que con esa realidad no puede ejercerse su oficio, el de hacer sindicalismo, sino en una mediocridad indigna. Detrás del paro está la debilidad hasta la anulación del sindicalismo. Detrás del paro está la precariedad como mal menor, y el retroceso imparable de todas las condiciones laborales y salariales que, en teoría, tiene o tendría la obligación de defender.
Pero además de la actuación de lo que en algún momento se llegó a denominar “la casta”, por aproximación pudiéramos hablar de una “sociedad-casta”, la de quienes estamos o creemos estar en una zona de confort, libres de la amenaza del paro, el cual afrontamos tratando que no nos afecte en lo cercano, más que buscando una forma de atajarlo socialmente.
Ciertamente, no somos la causa directa del paro. El paro lo causa un sistema económico en el que el criterio dominante y aun exclusivo es el incesante incremento de su tasa de acumulación, y que, en su fase actual, para mantenerla tiene que exacerbar su competitividad y su carácter arrasador. Decir que el capitalismo se beneficia del paro y de sus secuelas de precariedad y deterioro de las condiciones laborales y salariales es insuficiente. No solo se beneficia, lo necesita; no es una cuestión de voluntad o ética sino mecánica o sistémica.
El problema es que el capitalismo lo invade todo. La política, el sindicalismo y nuestro ser colectivo e incluso el individual, en distinto grado, están invadidos de capitalismo y de sus valores: de individualismo, de competitividad, de inmediatismo y de sacralización del consumo y de la cantidad. No siendo los causantes no dejamos de tener, en distintos grados, responsabilidad en su dominio e implantantación.
Dentro del capitalismo el paro no tiene solución y no podemos contribuir a acercarla ni como personas ni desde el sindicalismo ni desde la política, tanto en cuanto el capitalismo nos invade. Al contrario, tras el éxito de haber reducido el paro a tres millones en una fase de supuesta bonanza, en una nueva más que probable fase de recesión partiremos de estas altas tasas de paro y de precariedad hacia cotas aún mayores.
Pero el paro puede atajarse, como se haría en una sociedad normalizada, no enferma de capitalismo, sencillamente repartiendo el trabajo, el existente, poco o mucho. Reduciendo el tiempo de trabajo, no haciendo horas extra, adelantando la edad de jubilación,… Pero para ello tendríamos que dejar de hablar de lo relativo, de las cifras y los datos, por lo menos hasta haber establecido criterios en lo principal, en acabar con la arbitrariedad, con la indignidad del paro y de toda forma de exclusión.
No basta con pedir y reclamar a instancias superiores que nos solucionen el problema. No basta con exigir algo tan sensato como la inclusión de la lucha decidida contra el paro y el pleno empleo en los acuerdos programáticos de los futuros gobiernos estatal y autonómico. Si como personas y como sociedad no damos pasos en esa dirección poco podremos esperar de lo institucional, y tampoco se lo exigiremos con la suficiente rotundidad.