Opinión: Rabia, asco, impotencia, indignación y un profundo sentimiento de injusticia e indefensión
Rabia, asco, impotencia, indignación y un profundo sentimiento de injusticia e indefensión es lo que siento con la noticia que hace apenas unas horas he recibido. Diego Yllanes, el asesino de Nagore Laffage, en 2008, figura en la plantilla de una clínica Psiquiátrica con sedes en Madrid y Sevilla.
15 años de condena por quemar un cajero, 50 años pide la fiscalía por una riña de bar. Da la casualidad que la denuncia fue interpuesta por unos guardias civiles de permiso. Romper la mandíbula, fracturar el cráneo, violar a una joven para después estrangularla. Intentar descuartizarla… cuesta solo 9 años de cárcel, y pasado este trance, estamos ejerciendo nuestra profesión de médico.
¿Conclusiones? Un cajero vale más que una mujer, y una lesión no se condena en función de la gravedad de esta sino en función de quién denuncia y quién es el acusado.
Mire usted por donde que yo soy mujer, perteneciente a las “clases populares”, además de Iruña. Seguramente para algunas personas soy malpensada. Son cosas de la envidia que tienen los pobres hacia quienes han triunfado en la vida y tienen una buena posición social. Pero desde el minuto cero, cuando me enteré del asesinato, lo tuve muy claro.
Le pueden llamar enajenación, consecuencias del alcohol,…, eufemismos les llamo yo. La realidad es que ¿cómo una enfermerilla, ni tan siquiera eso, aspirante a enfermerilla, se atreve a decir no a un señor médico, hijo de reputado cirujano, médico residente en la clínica del opus? Esas cosas pesan, y mucho.
La violación y asesinato de Nagore, como todas las violaciones, no son actos dirigidos a satisfacer el deseo sexual, por el contrario, son actos para reafirmar una condición de poder de un hombre sobre una mujer. Y si en una sociedad estratificada como es esta, ese hombre es un médico, y la mujer es estudiante de enfermería, los dos de una institución en la que los médicos están endiosados, y el resto están varios peldaños por debajo, es fácil imaginar la indignación y la ira que sintió el asesino cuando Nagore no se sometió. Pero no nos equivoquemos, no es enajenación, es machismo.
Es machismo, y son los valores predominantes en esta sociedad desigual. Siempre hay alguien por debajo a quien someter, y a las mujeres, en esta sociedad ultracatólica, machista y patriarcal, nos han querido relegar a los niveles más inferiores. Es por eso que Nagore cometió un osadía, y el asesino se creyó con la potestad de hacérselo pagar.
Y es por eso mismo por lo que al chico bien, deportista, de padres influyentes, que pagaron a un buen abogado, le cayó una condena mínima por homicidio en lugar de asesinato. Al fin y al cabo ella se lo busco al ir a su casa, ebria, ¿qué es lo que esperaba?
O eso lo que piensan muchos, posiblemente los mismos que piensan que la manada son unos pobres chavales un poco descerebrados pero al fin y al cabo buenos hijos.
Y puestas a “malpensar”, imaginamos que a una familia con influencias, no le ha resultado difícil buscar un hueco para ese buen hijo que tuvo un desliz. Ya se sabe, cosas de la juventud. Y seguimos imaginando que no faltaron compañeros caritativos que le hicieron un hueco en su plantel de empleados y le contrataron como médico en una clínica psiquiátrica.
Claro que todo esto son imaginaciones, pero lo que es REAL es que esa clínica le contrató, sabiendo sus antecedentes. Le tenía en plantilla como médico, y una vez ha saltado el escándalo, le han borrado de su página web y han aclarado que no está atendiendo a pacientes, sino en trabajos de investigación. Y lo que también es real, es que la credibilidad de una clínica que contrata como médico a un violador, torturador y asesino machista queda más que en entredicho.
Y lo que también es real es que ellos tienen su sistema de injusticia. Perdón, de justicia quería decir, pero nosotras también tenemos nuestra propia concepción de la justicia y no vamos a permitir que un criminal pueda ejercer alegremente la medicina.
Maura Rodrigo