La tragedia mil veces repetida. Vuelven a morir mujeres a manos de hombres que ejercen sobre ellas toda su fuerza física y social, como sujeto, hoy por hoy, dominante. Muchas páginas en los periódicos y muchas horas en las tertulias han ocupado estos asuntos (unos más que otros), no obstante, reclamamos que estos asesinatos tengan más visibilidad. No nos referimos a su tratamiento como suceso, destacando los elementos más sensacionalistas, sino como agresión sexista de máxima intensidad.
De nada sirve presentar historias aisladas de víctimas y verdugos en las que todo parece girar a condicionantes individuales. Se trata de situar cada asesinato sexista en un contexto patriarcal que todo lo invade, que trasciende lo individual para ocupar lo estructural.
Los asesinatos son la expresión más grave del patriarcado y la repulsa ante los mismos es más que necesaria, pero los tenemos que situar siempre dentro de una realidad en la que la desigualdad por razones de género, las agresiones sexuales de todo tipo (también verbales), se minimizan, excusan y transigen.
De lo ocurrido estos días atrás, resulta inaceptable, hiriente, que el ayuntamiento de Serra convoque un día de luto ante el suicidio de un concejal y la muerte de su mujer (en un incendio que según las investigaciones, parece ser que provocó el primero), igualando desde esta institución al presunto homicida con la víctima. Por otra parte, de las dos jóvenes asesinadas en Cuenca, a una de ellas no se le va a considerar víctima de la violencia doméstica porque no tenía un vínculo sentimental con el asesino. Al margen de esto, fue asesinada por ser mujer, por acompañar a otra mujer a la casa de su verdugo a recoger sus pertenencias. Y no le consideran víctima de la “violencia doméstica”, aunque, por “conexión”, los dos casos se van a instruir en los juzgados de violencia de género ya que se han cometido en una misma “unidad de acto”. No es cuestión de unidad de acto, ni de conexión, vamos a llamar a las cosas por su nombre, es intrínsecamente violencia de género.
En lo que se refiere a esas otras violencias que se minimizan, excusan y transigen, aunque en nuestro entorno se está trabajando en torno a la prevención y denuncia de las agresiones sexistas en fiestas, la realidad nos indica que no es suficiente. Las agresiones, de todo tipo, siguen dándose, y la implicación de organismos e instituciones parra erradicar esta lacra se debe dar sin tibieza alguna.
Por todo ello, nos debemos preguntar constantemente qué debemos hacer como sociedad para transformar este escenario. Los roles de género se transmiten de una generación a otra y resulta muy complicado romper esta cadena de transmisión. Sin duda, a ello contribuiría la implementación de un plan educativo transversal sobre igualdad en las escuelas, previa formación del profesorado, de padres y madres,… Un plan de educación que educara en términos de igualdad, y que dotara a las niñas de las herramientas necesarias para no asumir el papel de víctimas ni de seres frágiles, siempre a expensas de un hombre para defenderse. Por ello, ahora que deberían darse cambios en las políticas educativas llevadas a cabo en Navarra, queremos hacer hincapié en este aspecto.
Debemos responder sin demora y como mejor podamos a la actual situación de graves perjuicios para las mujeres: asesinatos, agresiones, discriminación, mayor tasa de pobreza y de paro, no disposición de su propio cuerpo… Pero posiblemente un cambio social más profundo que posibilite un mayor igualitarismo pasa por la transformación personal y cultural. Y tan importante es dotar a las personas de los recursos necesarios para que no tengan la necesidad de someter, como para saberse poderosa y fuerte, y ser capaz de autodefenderse.
Ni un asesinato machista más. Las mujeres somos dueñas de nuestro cuerpo y de nuestro destino y vamos a cambiar el hoy, mirando al mañana.