Los orígenes
La emergencia del movimiento de los Chalecos Amarillos, hoy en el centro de la situación política, tiene sus raíces en la situación de crisis orgánica profunda que atraviesa Francia y frente a la cual el macronismo aparece más que nunca hoy como respuesta muy coyuntural, en modo alguno a la altura de sus promesas ni de las expectativas que lo llevaron al poder. Más aún, la arrogancia del poder “jupiteriano” y su política de liquidación de los cuerpos intermediarios, de cortocircuito de los mecanismos habituales de concertación, no hizo más que agravar los elementos de “crisis entre representantes y representados”. Esto es lo que el propio Macron ha tenido que reconocer durante su alocución surrealista sobre el puente Charles de Gaulle, el 14 de noviembre.
El agotamiento precoz del macronismo, cuyo bonapartismo débil volvió más evidentes aún los primeros síntomas, se aceleró enormemente con el affaire Benalla y las renuncias de Hullot y Collomb. Ante la ausencia, en contraparte, de toda política ofensiva por parte de las direcciones sindicales, es en esta brecha que se colaron otras formas de protesta. Frente al bloque burgués que está detrás del gobierno de Macron, a su estrecha base social, y a falta de un bloque de oposición estructurado en torno de las organizaciones del movimiento obrero, asistimos a la irrupción de un “bloque populista” compuesto fundamentalmente por asalariados y capas medias pauperizadas de la Francia suburbana. La ironía de la historia, sin duda, es que lejos de expresarse en un terreno electoral o alrededor de un líder carismático, como habrían podido creer algunos, de Francia Insumisa a Chantal Mouffe, es en la calle donde emergió este bloque.
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Esta Francia suburbana o de las pequeñas y medianas ciudades arruinadas, que se encuentra en el corazón de la movilización, constituye el “lado perdedor” de una fractura social y geográfica profunda entre las metrópolis y la “provincia”. El problema no es, bien entendido, geográfico, en la medida en que en esta misma zona suburbana habitan a la vez los miembros de las clases medias superiores que forman parte del bloque burgués macroniano, los sectores obreros y populares, los habitantes venidos de la banlieue de las grandes ciudades, etc. Lejos de todo determinismo geográfico u oposición mecánica entre metrópolis y periferia, vehiculizada por algunos ensayistas cercanos a la extrema derecha, son las dinámicas de las clases subalternas en este espacio geográfico las que son centrales. Los procesos de gentrificación en las metrópolis, pero también en las ciudades de las afueras, el estallido espacial de la estructura productiva y la desindustrialización relativa después de los años ‘80, al igual que la destrucción del sistema ferroviario de proximidad en beneficio del tren de alta velocidad interurbano (TGV), crearon una situación en la que un número muy importante de asalariados son forzados a recorrer largas distancias en auto para poder llegar a su lugar de trabajo y donde las cuestiones geográficas y sociales se terminan superponiendo, evidentemente con un primado de las segundas.
A esto hay que agregar la “desertificación” de los servicios públicos de todo tipo en esos territorios que obliga, allí también, a emprender largos trayectos por un simple trámite administrativo o por atención médica. Esta cuestión de la destrucción de los servicios públicos es crucial en la medida en que el “Estado de bienestar” de los años de crecimiento, hasta los años ‘80, se presentó como una especie de justificación, también, de los impuestos, tanto directos como indirectos, recaudados por el Estado como tal. Es por esta razón que históricamente las reivindicaciones o las movilización en torno al “ras-le-bol fiscal” [expresión que hace referencia al “hartazgo” frente al “exceso de impuestos” cobrados por el Estado, N. de T.] tienen a menudo un contenido social de derecha, liberal. Habiéndose roto este “pacto” en torno del “Estado de bienestar”, los impuestos aparecen cada más a los ojos de esta Francia suburbana como una suerte de “doble castigo”. Ella se ve obligada a pagar más y más impuestos por servicios que cada vez la benefician menos. En este contexto, sobre el fondo de un desempleo creciente en algunos territorios, económicamente menos “dinámicos”, agravado por una baja general del poder de compra (alrededor de 440 euros en los últimos diez años) y los ataques contra los jubilados, el aumento de los precios de los combustiles y las tasas impuestas por el gobierno son vistos por esta Francia que-necesita-el-auto como una última provocación, como la gota que rebalsa el vaso y hará precipitar la ira.
Qué no es el movimiento de los Chalecos Amarillos
El movimiento que deriva de esta situación se forma a la imagen de esa Francia suburbana “desde abajo”, profundamente heterogénea, social y políticamente, al punto en que es aún difícil tener una caracterización precisa y afirmativa. Algunos hablan de una forma de “jacquerie”, en alusión a las revueltas campesinas que atravesaron Francia bajo el Ancien régime, fundamentalmente espontáneas, violentas y que agrupaban diferentes capas sociales. Uno pude también pensar en esos movimientos explosivos, que retomaron los métodos de lucha del campesinado, que tuvieron lugar en Francia a principios de los años ‘60 y que adelantaron el ‘68. Pero si es demasiado pronto para hacer definiciones precisas y establecer pronósticos, al menos hoy sí es posible y necesario establecer, en relación con los temores que se han expresado en el seno del movimiento obrero, qué no es el movimiento de los Chalecos Amarillos.
Independientemente del modo en que el gobierno, frente a los Chalecos Amarillos y de cara a las próximas elecciones europeas, juega la carta del “progresismo” contra “los extremos” y los “populistas”, no se trata de un movimiento hegemonizado por la extrema derecha. El Frente Nacional y los grupúsculos identitarios intentan montarse sobre él, pero en razón de su naturaleza masiva y espontánea. Los actos racistas y xenófobos, homófobos o islamófobos, absolutamente innobles e intolerables, han sido muy marginales si uno tiene en cuento el número de barricadas y piquetes que se realizaron durante los últimos siete días. En su conjunto el movimiento no expresa ninguna reivindicación en ese sentido.
Tampoco se trata de un movimiento anti-impuestos de derecha como los que dieron lugar al Tea Party en los Estados Unidos, es decir, un movimiento orientado por la ideología ultra-liberal y que predica una reducción del rol del Estado en la economía, la destrucción de los servicios públicos, etc. Los Chalecos Amarillos denuncian más bien una forma de injusticia fiscal y se oponen en sus discursos a la “desertificación” de los servicios públicos en los territorios rurales o suburbanos.
No es un movimiento instrumentalizado por un sector de la patronal transportista o ligado al sector petrolero, por ejemplo, como habríamos podido temer al comienzo, y como fue el caso del último movimiento de camioneros en Brasil, en mayo pasado, o el caso del movimiento de los “Forconi”, la movilización anti-fiscal que desestabilizó fuertemente el gobierno de Letta, en Italia en 2013.
No es un movimiento compuesto o estructurado fundamentalmente en torno a sectores de la pequeño-burguesía y las clases medias (artesanos, profesiones liberales o cuentapropistas) sino compuesto de una fracción consistente de trabajadores y trabajadoras, jubilados, empleados tanto en el sector privado como en el público o, por el contrario, condenados al desempleo. El número de mujeres, y en especial de jóvenes mujeres en los piquetes y barricadas es la prueba, por otra parte, no solamente del carácter excepcional sino también de la profundidad de la movilización.
Se trata entonces de un movimiento de masas ciertamente interclasista pero de ninguna manera reaccionario que además constituye hoy el principal desafío al gobierno de Macron y en el que participan decenas de miles de trabajadores. Es por lo tanto un deber de las organizaciones del movimiento obrero y la izquierda hacer todo lo que esté su alcance para desarrollar y dotar de una perspectiva de clase el proceso en curso, aportando sus demandas y sus métodos de lucha.
A propósito de eso, una reflexión de Lenin en 1916 que circula desde hace unos días en los medios de la extrema izquierda es particularmente clarificadora:
Quien espere una revolución social “pura” no la verá jamás. Será revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución […] La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos. Los elementos de la pequeño-burguesía y de los obreros atrasados participarán inevitablemente: sin esa particpación, la lucha de masas no es posible, ninguna revolución es posible. Y también, inevitablemente aportarán al movimiento sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y sus errores. Pero objetivamente, atacarán al capital y la vanguardia conciente de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de una lucha de masas despareja, discordante, abigarrada, a primera vista sin unidad, podrá unirla y orientarla, conquistar el poder, apropiarse de los bancos, expropiar los trust odiados por todos (¡aunque por motivos diferentes!) y realizar otras medidas dictatoriales que en su conjunto tendrán por resultado el derrocamiento de la burguesía y la victoria del socialismo” (Lenin, “Balance de la discusión sobre autodeterminación”).
Si parafraseamos a Lenin, habría que decir que el movimiento de los Chalecos Amarillos expresa precisamente esta masa de pequeño-burgueses pauperizados y de asalariados que componen la gran masa social del mundo del trabajo y no de los sectores más avanzados, por ende con sus prejuicios y sus ideas: a menudo no sindicalizados, pero no siempre, a veces base electoral del Frente Nacional o de la Francia Insumisa, sin duda en gran parte abstencionistas por despecho, poco acostumbrados a la huelga y menos aún a la confrontación con la policía, con mil ilusiones sobre la forma en que la situación podría mejorar si la “morsa fiscal” se aflojara, etc. Sin embargo, su movimiento hoy entra en contradicción objetivamente con la orientación de la patronal y choca de frente con Macron y su gobierno.
Clases medias y extrema derecha
Todo esto no quiere decir que no exista el peligro de capitalización por la extrema derecha del proceso en curso, al contrario. Es lo que por otra parte subraya Cécile Cornudet en Les Echos:
Hablar a esos franceses, Chalecos Amarillos y simpatizantes, más que acercarse al movimiento mismo. Marine Le Pen conoce el motor antipolítico y sabe también que los accesos de fiebre pueden bajar repentinamente. Más que el movimiento, es lo que este revela y las huellas que dejará lo que le interesa: el “sufrimiento”, la “angustia” que expresa el 75 % de los franceses cuando piensa en el mañana, más que la “bronca” de un momento. Sobrevivir a los chalecos amarillos. Dieciocho meses después del debate entre las dos vueltas, ella asegura que esas imágenes desaparecen y que ahora disfruta de un “alineamiento de los planetas”: caída de Macron en las encuestas, imposición de la cuestión social cuando una parte de sus tropas le reclaman concentrarse sobre la inmigración (“combato igualmente el desclasamiento y la desposesión”), impulso populista en Europa y por último la proximidad de las elecciones europeas que a menudo le son favorables.
Más globalmente, la situación se caracteriza por una aceleración brusca de la situación política, con tendencias crecientes a la acción directa y a las formas de radicalización, incluidos los sectores menos politizados. Siguiendo la lógica de Trotsky durante los años ‘30, incluso si el movimiento actual tiene un fuerte componente obrero, este tipo de proceso puede reforzar las tendencia a la revolución tanto como a la contra-revolución fascista.
Es en este sentido que la situación desarrolla cada vez más rasgos pre-revolucionarios. En uno de los escritos de 1934 que componen ¿Adónde va Francia?, Trotsky describe así el estado de ánimo de la pequeño-burguesía:
La pequeña burguesía, las masas arruinadas de las ciudades y del campo, comienza a perder la paciencia […] El campesino pobre, el artesano, el pequeño comerciante, se convencen en los hechos de que un abismo los separa de todos esos intendentes, de todos esos abogados, de todos esos arribistas políticos […] que, por su forma de vida y por sus concepciones, son grandes burgueses. Es precisamente esta desilusión de la pequeña burguesía, su impaciencia, su desesperación, lo que explota el fascismo. Sus agitadores estigmatizan y maldicen a la democracia parlamentaria, que respalda a los arribistas […] pero que nada da a los pequeños trabajadores.
Pero lejos de sacar la conclusión de que el pasaje de la pequeño-burguesía hacia el campo del fascismo es inevitable, Trotsky insistirá durante todo el período sobre la necesidad de disputar para el proletariado la influencia sobre esta capa de la sociedad:
La pequeña burguesía es económicamente dependiente y está políticamente atomizada. Por eso no puede tener una política propia. Necesita un “jefe” que le inspire confianza. Ese jefe individual o colectivo (es decir, una persona o un partido) puede ser provisto por una u otra de las clases fundamentales, sea por la gran burguesía, sea por el proletariado. […] Para atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe conquistar su confianza. Y, para ello, debe comenzar por tener él mismo confianza en sus propias fuerzas. Necesita tener un programa de acción claro y estar dispuesto a luchar por el poder por todos los medios posibles.
Si algunos pueden acusar a la extrema izquierda o algunos de sus componentes de no ver más que las posibilidades y no los peligros de la situación como la que vivimos, es interesante enfocarse en los análisis de los especialistas de la extrema derecha, que no podrían ser calificados de “izquierdistas”, por ejemplo el de Jean-Yves Camus, director del Observatorio de Radicalidades Políticas (ORAP):
La recuperación –subraya en una entrevista– no está escrita para Marine Le Pen. Que los militantes de RN vayan a una barricada no significa que sen recibidos con los brazos abiertos ni todos los que estén en ella vayan a votar a RN. Este movimiento parece haber escapado al conjunto de los representantes políticos. Marine Le Pen incluida. Entonces me pregunto si este discurso antisistema tan presente no es precisamente una señal de que la época de Marine Le Pen y de Rassemblement National (nombre actual del Frente Nacional, N. de T.) quedó detrás nuestro. Puede ser el signo de que ya hemos pasado a otra cosa.
El rol nefasto de las direcciones sindicales y las tendencias por abajo en el movimiento obrero
Estas son las razones por las que es crucial que el movimiento obrero tenga una política hegemónica frente al movimiento de los Chalecos Amarillos y por las que la política de las direcciones sindicales juega hoy un rol de división nefasto: basta pensar en las declaraciones de Laurent Berger, por la Confederación Francesa Democrática del Trabajo , las del nuevo patrón anti-chalecos amarillos de Fuerza Obrera o aún en la CGT, con su comunicado que no osa nombrarlos, más que de manera alusiva, y que llamó a una jornada de acción “alternativa” a la movilización de los Chalecos Amarillos el 1 de diciembre, desconectada de la dinámica en curso, como de todo plan de batalla serio.
Ahora, la tarea del momento es precisamente luchar contra esta división y hacer que el movimiento obrero organizado ocupe su lugar, con su programa y sus métodos, en la movilización actual. Durante estos días, algunos elementos demuestran que este objetivo es posible. Pensemos en los llamados de muchas estructuras intermedias de la CGT, como la Federación Química de la Unión Departamental 13, o de los camioneros de FO a las jornadas de huelga por salario, en relación con la movilización de los Chalecos Amarillos. Hay también un principio de unidad entre los Chalecos Amarillos y el sector de la CGT que entró en huelga en la refinería de la Méde, cerca de Marsella, después con los estibadores en Habre y Calais. Pensamos también en el caso de Perpignan, donde una delegación de Chalecos Amarillos fue a tocar la puerta de la Unión Departamental de la CGT para proponerles unirse a ellos. La confluencia entre los ferroviarios combativos de Intergares, así como del Comité por verdad y justicia por Adama Traoré [joven negro asesinado por la policía, NdT], colectivos antirracistas y LGTB y de sectores del movimiento estudiantil con los chalecos amarillos en la movilización de este sábado 1 de diciembre muestra también que esta unidad es posible.
Más en general hay una evolución palpable sobre el terreno en los dos sentidos. De un lado, el apoyo al movimiento progresa más entre los simpatizantes de la izquierda radical que entre los de la extrema derecha, 83 % de los simpatizantes del FN apoyan la continuidad del movimiento contra un 92 % de Francia Insumisa. Del lado de la derecha anti-impuestos, Los Republicanos [partido de Macron, N. de T.] encuentra aún así demasiada anarquía. Si el movimiento real de los Chalecos Amarillos comienza a enfriar una parte de sus apoyos de la primera hora, parece también sacar conclusiones de su propia experiencia.
Después de la exitosa jornada del 17, frente a una negativa a ceder de un gobierno debilitado pero siempre determinado a reformar el país cueste lo que cueste, la pregunta de cómo continuar el movimiento se planteó abiertamente para los Chalecos Amarillos. Frente a la imposibilidad muy concreta de sostener los bloqueos durante la semana, la idea de convocar a otros sectores comenzó a circular muy rápidamente, a veces con una propuesta de “calendario” para que los choferes de ambulancias, choferes de remises, ferroviarios, etc., tomaran el relevo por turnos. Vemos así emerger una reflexión y una evolución al nivel de los métodos, a menudo con una apreciación crítica del bloqueo a los automovilistas, en favor de un método que privilegie como blanco las grandes empresas y los símbolos del Estado.
¿Y ahora?
Son tiempos de dejar atrás toda tergiversación y pasar a la acción para que el movimiento obrero y el movimiento estudiantil y de la juventud se unan con sus propias banderas al movimiento en curso, la que será la mejor manera para que los anticapitalistas y revolucionarios estén en condiciones de aportar una estrategia y un programa a la movilización en curso para hacer retroceder a Macron. Luchando contra contra toda deriva racista u homófoba en el seno del movimiento, así como contra la represión y en primer lugar la de la gendarmería francesa en La Réunion, se trata de formular de la manera más audible posible un “programa obrero contra la carestía de la vida” que pase por la constitución de comités de acción, reagrupando a escala local a los Chalecos Amarillos, pero también a otros trabajadores en lucha, sindicalistas combativos y estudiantes, y que debería plantear:
• un aumento general de salarios, pensiones y “mínimos sociales” [prestaciones sociales no contributivas, N. de T.] que como mínimo permita recuperar el poder adquisitivo perdido en los últimos diez años (¡400 euros para todos!) y su indexación según la tasa de inflación;
• la abolición de la TIPP (Taxes Intérieure sur les Produits Pétroliers) y de todos los impuestos indirectos como el TVA [equivalente al IVA, N. de T.], abolición de los peajes y establecimiento de una fiscalidad realmente progresiva que grave las grandes fortunas y el capital;
• la nacionalización bajo control obrero de Total y todos los grupos petroleros;
• la contratación masiva de trabajadores en las escuelas, hospitales, transportes, la construcción de nuevas estructuras de proximidad en la zona suburbana, la anulación de la reforma ferroviaria que suprime las pequeñas líneas.
Para amplificar el nivel más político del movimiento de los Chalecos Amarillos, que cristalizó en parte en la consigna de “Macron, dimisión”, y que expresa una desconfianza respecto de las instituciones y de la casta política más en general:
• contra la V República, supresión de la función “monárquica” del presidente, disolución del Senado aristocrático en favor de una cámara única que una los poderes legislativo y ejecutivo, donde los diputados serían elegidos por sufragio universal sobre la base de asambleas locales, revocables permanentemente por sus electores y que perciban el salario medio de un obrero especializado.
Medidas como estas no pueden más que hacer avanzar la lucha por un verdadero gobierno de los trabajadores y sectores populares, que constituiría una verdadera salida revolucionaria contra esta dictadura de una minoría de ricos y de grandes capitalistas que nos gobiernan. Ellas se hacen eco de los aspectos más “antisistema” y radicales del movimiento de los Chalecos Amarillos a los que los revolucionarios deben dar una respuesta, programática y en la acción, a la altura del desafío.